Beatriz Bea Sánchez fue candidata a la presidencia de Chile en las últimas elecciones, en 2017. Fue la propuesta del Frente Amplio, una coalición progresista que irrumpió en la escena política chilena. A pesar de que era una “cara nueva” en la política electoral, sorpresivamente obtuvo 20% de los votos, y se posicionó como una figura de referencia para la disputa electoral.
“A la uruguaya” es la expresión que usan los militantes frenteamplistas chilenos para describir la estrategia de su bloque político. Hablan de una intención de hacer política “creando un conglomerado que se abra no sólo a partidos políticos sino a otras expresiones, mirando a la sociedad e incluyendo a los movimientos sociales y a los sindicatos”.
Sánchez es periodista y “hoy en día, política”, aunque le ha costado decirlo. Para dedicarse a la política dejó su trabajo como conductora de un informativo en televisión abierta. Se trataba de un programa distinto, en el que “tenía mucha capacidad de opinión”, dice, y en el que se permitía abrir un espacio a distintas voces. “Haciendo campaña pasó algo muy bonito: pudimos juntarnos con muchas organizaciones sociales que tenían la decisión tomada de no mezclarse con ningún candidato ni partido político, eran muy reacias porque no querían ser utilizadas, pero accedieron a juntarse conmigo porque fui la primera que entrevistó a sus representantes en la televisión alguna vez, y así pudieron encontrar un espacio en la tele para decir lo que les pasaba”, relata. En ese momento se dio cuenta “de lo valioso de hacer un programa que proponía algo distinto en televisión”. Afirma que “en los medios, cuando todo está pensado tan igual” y “haces proyectos diferentes, que son políticos, porque siempre informar es político, se van construyendo otros imaginarios. A quién le das voz es una decisión política”.
La ex candidata es feminista y tuvo un largo activismo por el aborto legal que empezó desde su propia experiencia, cuando en su primer año en la universidad, a los 19 años, intentó hacerse un aborto pero no funcionó. Con su pareja desde aquel entonces tuvieron tres hijos varones. Tiempo después se vinculó con el debate de fondo del feminismo sobre las estructuras de poder y el papel de las mujeres en las distintas áreas.
En Recife, Sánchez participó en agosto en un encuentro latinoamericano de Ocupa Política. Se trata de una confluencia de organizaciones sociales y movimientos, que impulsa la “ocupación” de la política institucional brasileña mediante la promoción de candidaturas de activistas para generar así una renovación progresista. Una de las bancas conquistadas por esta organización fue la de la edila de Río de Janeiro Marielle Franco, cuyo homicidio permanece impune. Actualmente, representantes de este movimiento ocupan 16 bancas en siete estados de Brasil, tanto a nivel municipal, como estadual y federal.
En ese marco, en Recife, la diaria conversó con Sánchez –que fue una de las invitadas internacionales– sobre su decisión de hacer política y meterse en una contienda electoral como candidata a la presidencia. También sobre los desafíos de construir por izquierda, en una coyuntura latinoamericana que demanda nuevas propuestas ante la emergencia de “nuevas derechas”.
¿Te costó dejar el periodismo para dedicarte a la política?
Todavía me cuesta, una parte de mí lo extraña. Una mira para atrás y tiende a idealizar todo lo que hacía en la vida antes. Lo extraño, pero entiendo que se cumplió una etapa, que fue muy importante para mí. Contra las corrientes que desprecian al periodismo como algo menor dentro del engranaje público, creo que el periodismo es vital, y que luchar por la democratización de los medios y de la información es una conversación pendiente. Es una bandera que levanto, una discusión que tenemos que posicionar en la sociedad: ¿quién nos habla a través de los titulares de un medio?, ¿quién es el dueño de ese medio? Saber quién está detrás de la información hoy en día es muy importante.
¿Cuánto pesa individualmente la exposición y tomar la decisión de ser candidata a la presidencia de un país? ¿Cómo cambia la vida?
Cuando era periodista salía en la tele, tenía un programa de noticias en la televisión abierta. Pero lo veía poca gente, tenía rating bajo. Ahí había un porcentaje mínimo de la población que me ubicaba en la calle, por lo que ya tenía cierta exposición. Y una se siente cómoda con esa exposición, porque tiene que ver con una construcción. Ahora, lo que pasa cuando entras de lleno a otra cosa, como es la política –que para mí fue algo nuevo e implicó ponerme un rótulo que no había tenido antes–, es que inicias un camino distinto y repentino. Me ha costado encontrarme en esa piel de la “política frenteamplista”, de “la candidata”. Me costó mucho y todavía me cuesta pasar a ser un personaje público, hasta me costó entender ese concepto.
En las elecciones pasadas en Chile fuiste candidata a la presidencia y los resultados fueron una sorpresa. ¿Hay lugar para que nuevas caras en la política disputen el poder?
No sólo hay lugar, sino que creo que es absolutamente necesario que esto pase. En Chile, la política no sólo repite las caras sino también lo que hay detrás de eso; gente que se instaló en la política como si la política fuera su club privado. Eso fue separando a la sociedad entre los que podían hacer política y los que no, los que tenían opinión sobre lo que Chile necesita y los que tenían que esperar a que los otros dijeran qué creen que es lo necesario. Se fue instalando esta idea con caras que eran las mismas hasta hace muy poquito. La renovación no es algo en sí mismo, la renovación de caras en la política no es lo que cambia la política, tiene que ver con un cambio más profundo. Muchos de ellos son los mismos que lucharon contra la dictadura hace más de 30 años. No sólo son las mismas ideas, sino que se quedaron estancados. No se abrió una discusión pública acerca de cómo ha ido cambiando la sociedad, qué es lo que necesitamos, cuál es el bordado que existe en la sociedad hoy en día. Tampoco sobre qué significan los partidos políticos y qué piensan las organizaciones sociales. Toda esa conversación no se dio, las cosas se siguieron haciendo tal como se venían haciendo. Y parecía que eso estaba bien hasta hace poco. Esto no cambió hasta que no hubo un estallido social grande. Chile, que no se caracteriza por ser un país de estallidos sociales, tuvo una gran movilización en 2011 que evidenció que algo estaba pasando en la sociedad. Toda esa generación no se dio cuenta de qué es lo que pasó, por qué la sociedad estaba tan insatisfecha. Ellos se enamoraron mucho de su propia historia, de la historia que se contaron, y no se dieron cuenta de que la sociedad va cambiando y se hace muchas preguntas. No tuvieron una respuesta, ni tampoco consideraron que las personas por ahí querían cosas distintas. Por eso se necesitan caras nuevas, que entiendan que la política puede venir de distintos lados, que hay otras formas de organización, que podemos explorar más sobre qué significa la política. También que no hay respuestas únicas ni preestablecidas, y que nos podemos equivocar en algún momento. Nadie tiene todas las respuestas, podemos tener dudas. Confío más en la gente que se pregunta y tiene dudas que en los que creen que la tienen clarita.
A casi 50% de la población chilena le gustaría que fueras candidata a la presidencia en las próximas elecciones.
Me distancio de las encuestas. Los estudios de opinión pública fueron muy dañinos con el Frente Amplio, que hizo una campaña con pocos recursos. Cuando una campaña se sostiene con mucho voluntariado es muy importante el espíritu de esa campaña, que la gente tenga ganas de hacer cosas, viendo que hay una población que está ilusionada con que puedas hacer cosas. Cuando las encuestas te tiran por el suelo la gente se cae. Afortunadamente, no nos pasó, pero podría haber pasado y podría haber sido muy triste. Obviamente, en un país tan presidencialista como Chile, cuando asumes el rol de liderar un proyecto que irrumpió como nosotros lo hicimos, inmediatamente te instalas en la ingeniería.
¿Volverías a ser candidata?
Me ha costado tomar decisiones sobre el futuro. No sólo porque personalmente es complejo. Las campañas en general son muy brutales en todo sentido: brutales en la exposición pública y en el trabajo que implican, que es muy diverso y muy amplio. Liderar un conglomerado cuando hay muchas cosas para discutir es muy complejo. El Frente Amplio está creciendo y es muy importante que surjan otros liderazgos de mujeres, que ya existen pero necesitan más lugar, porque en Chile estamos muy acostumbrados a los liderazgos únicos en los conglomerados, y no me gustaría convertirme en eso. Todo esto hace que para mí no sea una decisión tan fácil. Tengo que pensar también en mi núcleo más íntimo y en hacer de esta una conversación más colectiva. No sé si liderar una campaña presidencial es siempre el mejor espacio; se puede liderar en otros lugares, ya sea empujando las ideas que una tiene desde otros espacios de la sociedad, o quizás en otro tipo de candidatura. Todavía estoy en ese terreno de las decisiones. Hay que pensar personal y estratégicamente esto. Puedo ver las encuestas y siento el cariño en la calle. Se generó algo muy interesante con el Frente Amplio. Tiene que ver con que queremos hacer una política distinta, de forma y de fondo. Hay algo que se instaló que no es personal. Gusta una forma de decir, hay algo acá que no tiene que ver sólo conmigo sino con la forma en que se refleja este proyecto.
Decís que no tiene “mucho sentido esto de ser la candidata eterna”.
Entiendo que los procesos empiezan y terminan. Tal es así que con mi marido organizamos unas vacaciones pensando en tener una semana libre a partir del día después de las elecciones. Habíamos reservado una cabaña para ir en auto y desaparecer una semana. Claramente, no entendimos nada. Recién dos meses después nos pudimos ir de vacaciones. Cuando terminó la campaña pensaba: hay que cerrar el comando, cerremos las redes sociales. Esta es una etapa que se cierra y por ende se cierra la campaña. Entendí que las cosas no se decretan, que tú no lo controlas. A mí eso me complicó, porque me hubiese gustado que se cerrara. Quedarte para siempre con una expectativa pública de que sigues una carrera eterna no me gustaba. Quería ponerle freno para tener tranquilidad espiritual y personal. No es tan fácil definir cuál es mi papel, no estoy en un papel específico. Chile no es un país muy parlamentario, además soy independiente frenteamplista, no milito en un partido específico ni presido un espacio. De alguna manera quedas en un lugar de liderazgo, pero medio indefinido. También necesitaba espacio. En campaña pasas muchos meses con mucha gente, con el comando de campaña que está todo el tiempo presente. Entonces, necesitas un espacio de descanso, de reflexión más profunda respecto de dónde quieres estar, de retomar cosas importante de tu vida y entender qué quieres hacer y para dónde moverte. Quise cerrar esa etapa y no sentir que sigo en campaña para siempre.
Entre las cosas a las que se refieren con una estrategia “a la uruguaya” es a ir por un municipio para después generar una candidatura más fuerte a la presidencia.
La elección territorial que viene [en 2020] es muy importante en Chile. Las presidenciales tuvieron un impacto mediático muy grande. No teníamos la capacidad de llegar a todos los territorios, Chile es un país difícil porque todo queda lejos, se requieren muchos recursos. En ese momento tampoco teníamos al Frente Amplio estructurado en todo el país. Hay que ir fortaleciendo todas las comunas, es parte de una estrategia territorial. Ir dando sentido de realidad para lo que puede venir después. Hoy en día nos pueden ver como una alternativa real, pero no sé si tenemos tanta proyección concreta en las personas. Nos dicen: “Nos gustan sus ideas, me gusta lo que dicen. ¿Se podrá hacer esto en Chile?”. Hoy en día somos gobierno real en poquitos lados, el más vistoso es el caso de Valparaíso, un municipio súper complejo. Ahí hay poder real. Entonces, si logramos tener poder real más visible en más comunas, si logramos tener poder real en gobernaciones que muestren cómo podemos hacer las cosas, que podemos hacerlas de una manera distinta, si podemos demostrar cuánto de lo que decimos realmente lo podemos hacer, eso da un sentido de realidad respecto del futuro. Y también nos sirve a nosotros para ir construyendo qué es lo que queremos, no sólo mostrándolo. Es una forma de ir avanzando.
¿Cómo evaluás la situación política actual en Chile?
El gobierno de Sebastián Piñera está en un momento complejo. Tiene baja adhesión. Es un gobierno que hizo compromisos muy puntuales en campaña: habló de crecimiento y de empleo, que no es muy distinto a lo que hacen todos los proyectos de derecha cuando van a las elecciones. Y la realidad es que no ha tenido ninguna de las dos cosas: no hay ni el empleo ni el crecimiento que se anunciaron. Entonces, hay un descontento evidente en la gente y hay un gobierno que está permanentemente tratando de hacer frente a ese descontento de distintas maneras. Se mete en un proyecto y después sale. Trata de buscar la agenda por aquí y por allá, pero no la encuentra. Es un gobierno que no tiene las cosas claras y que no se ve que tenga un camino muy definido. Entonces, hay un país que está tenso. El gobierno dice que no avanza por culpa de la oposición, la oposición se defiende pero es poco propositiva acerca de cómo salir de esto. Hay una tensión que no permite avanzar mucho. Hay pocas cosas sobre las que se puede debatir e instalar ideas sobre quién es cada uno. Se habla de “la oposición”, pero hay muchas oposiciones en contra del presidente. Hay un país más complicado.
“[Proyectos como la Nueva Mayoría] no han hecho una lectura de la crisis que vivieron en la última elección, y efectivamente tienen que hacerse preguntas de fondo. Son proyectos que se fueron agotando porque estaban muy cerca de las propuestas que ha hecho la derecha clásica”.
¿Y cómo ves América Latina en este momento?
Igual de complicada. Hay que precisar que no hay una única América Latina. Hay distintas realidades y es difícil comparar los fenómenos como si fueran iguales, como si todos los proyectos de derecha fueran iguales. Hay diferencias, pero creo que se están viviendo las mismas tensiones respecto de cuáles son los proyectos que se están definiendo hoy en día y hacia donde se carga la balanza. Si bien había una sensación de que todo estaba virando hacia la derecha, hacia un tipo de derecha, hay cuestionamientos mayores. Con mayor certeza se va instalando la idea de que la derecha tiene las mismas recetas de siempre, y en la realidad no traen ningún tipo de solución. Se les está agotando el discurso y esto abre la posibilidad no sólo a proyectos políticos como el nuestro, y otros similares en otros países, sino también a que aparezcan proyectos políticos de extrema derecha, que tienen una respuesta diferente a la derecha más clásica, que ya con “crecimiento y empleo” agotó la fórmula. Claramente, otro gobierno de derecha en Chile no puede ir con el mismo discurso que fue Piñera. Es un discurso que ya se ocupó mil veces y que ya no va. Se va girando hacia un discurso distinto, que se va hacia una extrema derecha, que tiene una propuesta distinta. O hacia el otro lado, hacia una propuesta que empiece a cuestionar cosas. ¿Vamos a seguir hablando de crecimiento vacío o vamos a hablar de un crecimiento que llegue a todas las personas? Un crecimiento que involucre otras miradas, que los márgenes se vayan corriendo, que las estructuras se cambien.
Se va agotando un proyecto de derecha clásica y quizás también el de la izquierda clásica. ¿Podría ser el fin de una determinada era progresista?
Si miramos lo que pasa en Chile es así. Hoy en día, a lo que queda de la Concertación, que se llamó Nueva Mayoría en el gobierno de Michelle Bachelet, le dicen “ex Nueva Mayoría”, porque no está actuando como bloque. No han hecho una lectura de la crisis que vivieron en la última elección, y efectivamente tienen que hacerse preguntas de fondo. Son proyectos que se fueron agotando porque estaban muy cerca de las propuestas que ha hecho la derecha clásica. Incluso, cuando se les pregunta sobre este tema las respuestas son bastante parecidas a las de la derecha. Similares, por no decir las mismas. No se hacen preguntas de fondo, no se preguntan si vamos a seguir haciendo lo mismo para crecer, si vamos a seguir con las mismas estrategias. No se cuestionan si van a seguir sin tomar en cuenta otros temas que surgen –que no se vienen sino que ya están–, los temas de medioambiente, por ejemplo. Hay un mapa del Instituto de Derechos Humanos de Chile respecto de los conflictos medioambientales que existen: tenemos récord de conflictos. ¿No nos vamos a hacer cargo de que eso existe? ¿Vamos a seguir con los mismos planes de crecimiento? El Frente Amplio surge porque no se hacen esas preguntas, porque esas respuestas se agotaron y tienen que aparecer otras. No tenemos todas las respuestas, pero nos estamos haciendo las preguntas.
¿Es posible construir una épica progresista y de izquierda?
Es posible y además es muy necesario. No sólo desde el sentido de la épica, sino como relato. Es interesante una mirada más global, un relato para hacer con la ciudadanía. Tiene que ser una cuestión no sólo de liderazgo y electoralista, sino que tiene que tener una hebra ciudadana que responda a las necesidades básicas de la población, que tenga un correlato directo sobre estos temas de los que estamos hablando, que no son grandes temas sino temas cotidianos. Cuando creemos que el cambio climático está lejos, no vemos que tiene mucho que ver con nuestra vida cotidiana. Ahora, no en diez años más. Ahí está el desafío. Además de generar una épica –que puede ser encontrar una gran bandera, a lo mejor algo que nos una y entregue un sentido a todos estos movimientos y partidos que están surgiendo–, también es necesario un relato que vaya anclando un sentido en las personas sobre las cosas que vienen, poder responder a los miedos que existen y a los que se están levantando. En cada país puede tener su bajada, con un relato común en toda América Latina. Ahí podríamos ir avanzando. Y esa es una forma no sólo de oposición, si nos toca estar en la oposición, sino de propósito y propuesta, para decir: acá estamos y miramos hacia adelante. Hace falta y sería algo súper interesante de crear en cada uno de nuestros países, pero también en conjunto.
“Se instala siempre la discusión desde el papel del Estado o de los privados, como si no existiera ningún otro actor. Lo comunitario ni siquiera se menciona”.
¿Cuál sería una agenda a impulsar desde la vida cotidiana?
La agenda feminista. El feminismo permite explicar de manera sencilla lo que es un cambio estructural. Cuando la política plantea cambios estructurales, las personas se cuestionan cómo queremos cambiarles la vida, porque parece algo muy gigante. Pero son cuestiones concretas, y el feminismo tiene la gracia de hablar con las personas y plantear estos temas desde las cosas del día a día. Lograr que las mujeres se cuestionen, por ejemplo, qué pasa respecto del cuidado de los niños, qué pasa cuando alguien está enfermo en su familia, cuántas cosas han dejado de lado. Cuestionarse por qué las cosas que haces tú no parecen ser un problema de la sociedad, parece que se trata sólo de cariño, pero la sociedad sigue funcionando porque tú haces eso. Es algo que nos pasa a todas. Te vas dando cuenta de que no es un problema tuyo, de que es un problema de toda la sociedad. De a poco, las mujeres se van involucrando porque quieren otras cosas, quieren un país que se preocupe de otra manera por las cosas que pasan, que las apoye de otra manera. Ahí vas encontrando sentido a entender qué es un cambio estructural. Un cambio estructural se da justamente cuando la sociedad hace cambios y cada uno va abriendo los roles y va haciendo las cosas de una manera distinta. Hablar de feminismo no sólo es hablar sobre cosas puntuales, como la brecha salarial. Se trata de cuestionar qué rol cumplimos, cómo estamos ubicadas en el engranaje de poder, cómo servimos a la sociedad y cómo la sociedad se sirve de nosotras. Por qué esto es tan injusto y cómo hacemos para cambiarlo. Te vas a dando cuenta de que para que un país sea realmente democrático esto tiene que cambiar. Si no cambiamos las estructuras de poder, si no cambiamos la forma de relación social, cultural y política, esto no va a cambiar. Un cambio estructural significa hacer un país más democrático. El feminismo siempre ha entrado de lleno en plantearse esto. También la agenda trata de entrar a disputar el terreno económico y lo que entendemos por desarrollo económico. Variar hacia un desarrollo del bienestar o a una economía del buen vivir tiene que ver, sin duda, con el cambio climático. No es un tema de medioambiente, es un tema económico. Tenemos que cuestionarnos si podemos crecer para siempre, si podemos consumir para siempre. Si el planeta es finito, ¿podemos hacer que las cosas que hacemos continúen para siempre? Ahora cuando hablamos de cambio climático se entiende de lo que hablamos, se están sintiendo los efectos de forma más visible. En Chile hemos tenido el agosto más caluroso desde que hay registro, eso hace que se sienta en el cuerpo y que pase a ser un tema de charla cotidiana en las familias. Es una ventana para instalar temas de fondo y volver a decir: esto no es sólo medioambiental sino que es económico. Tiene que ver con cómo consumimos, como familia y como país, con lo que cada uno entiende como su propio bienestar, pero también con cómo entiende el país su forma de crecimiento. Así se cuestiona el modelo con algo que parte de la cotidianidad. En el Frente Amplio no se trata de que fuimos más vivos en darnos cuenta de esto, sino de que tuvimos más sensibilidad de acercarnos a luchas sociales que ya estaban instaladas y que tienen que ver con esto. Por eso planteamos, entre otras cosas, recuperar el agua, que en Chile está privatizada. Y hablamos de un gobierno feminista porque creemos en eso. Tenemos una oportunidad para entrar y poner este debate en la agenda.
¿Por qué es importante que estas agendas más presentes en los movimientos sociales formen parte de la política partidaria?
Entré a la política porque sentí que la política se había convertido en algo exclusivo y privado de algunos pocos. Esas personas consideran que dicen lo que los chilenos quieren, pero no le preguntan a nadie qué quieren. Se sienten dueños. Y la realidad es que tenemos muy poca participación. La sociedad civil tiene espacios de participación que son opinantes pero no vinculantes. Tenemos estructuras de participación mentirosa, porque no es real, es sólo opinión. Tenemos poco papel en las decisiones que se toman. Las personas, lo comunitario, han quedado fuera del cuadro. Se instala siempre la discusión desde el papel del Estado o de los privados, como si no existiera ningún otro actor. Lo comunitario ni siquiera se menciona. Los desafíos de hoy en día para los partidos políticos son tener anclaje y generar puentes para trabajar en conjunto los temas. No partimos de cero, hay organizaciones que trabajan hace mucho tiempo luchando por temas específicos. Tenemos que relacionarnos con ellas y escuchar lo que le pasa a la gente para poder hacer política y cambiar los países.