Era difícil imaginar que el domingo 9 El Salvador fuera a temblar, y no precisamente por un terremoto, sino porque así lo decidió el propio presidente, Nayib Bukele, quien puso en jaque al país al irrumpir en el parlamento, la Asamblea Legislativa, con policías antimotines y soldados del Ejército con fusiles M-16. Lo hizo para presionar a los diputados –opositores en su mayoría– a que aprobaran un crédito de 109 millones de dólares para luchar contra las pandillas.
Invocando el artículo 87 de la Constitución, el mandatario llamó a la población a una insurrección en caso de que los legisladores no aprobaran el préstamo y lo hizo, además, desplegando todas sus dotes interpretativas, en una actuación que incluyó lágrimas y oraciones, mientras permanecía sentado en la silla del presidente de la Asamblea Legislativa. Después, dio a los legisladores un plazo hasta mañana para aprobar esa ley.
Sin embargo, esa performance perfectamente planeada –considerada un “intento de golpe de Estado”, “autogolpe” o “golpe de Estado fake”, según a quién se le pregunte– sienta un precedente muy peligroso en el país que sin duda tendrá consecuencias, sobre todo en el plano internacional.
“Lo considero un golpe de Estado fake. Bukele jugó a interpretar un golpe de Estado, con la gravedad que eso supone. Puede que a nivel interno sólo pierda cierto grado de popularidad, pero a nivel externo esto ha escandalizado a todo el mundo”, dijo a la diaria el periodista Roberto Valencia, radicado en El Salvador desde hace casi dos décadas.
El lunes la Corte Suprema de Justicia salvadoreña ordenó al presidente que se abstuviera de usar al Ejército en actividades que pongan el riesgo el país. El mandatario prometió acatar la orden y hasta el momento la ha cumplido, aunque queda por ver qué sucederá el domingo.
“Esperemos que no invoque de nuevo el uso de la fuerza. Una chispa podría detonar la conflictividad entre la Asamblea Legislativa y el presidente”, dijo Eduardo Escobar, director ejecutivo de Acción Ciudadana, una organización salvadoreña que promueve la transparencia y el combate a la corrupción y la impunidad. Asimismo recordó que en el país no se había producido nunca un despliegue policial y militar de estas características dentro del hemiciclo, “ni siquiera en la época de los regímenes militares”.
Cabe recordar que El Salvador aún sufre los efectos de la cruenta guerra civil (1980-1992) entre el Ejército y la guerrilla izquierdista del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), un conflicto que se cobró la vida de unas 75.000 personas y dejó unos 8.000 desaparecidos.
En enero se cumplieron 28 años de la firma de los Acuerdos de Paz y, en ese sentido, el periodista Valencia recuerda que lo ocurrido el domingo demuestra que casi tres décadas después del fin del conflicto, El Salvador sigue teniendo “una Policía Nacional Civil y unas Fuerzas Armadas que se pliegan ante cualquier líder y que no cumplen con su deber de defender la Constitución”.
Índices de violencia
El Salvador es considerado uno de los países más violentos del mundo por su alto índice de homicidios: un promedio de cinco al día, según datos de la Policía Nacional Civil. Sin embargo, esa tasa ha bajado en los últimos años y especialmente desde que asumió Bukele. Según cifras de esa misma institución, en 2019 hubo 2.374 homicidios, 974 menos que los registrados en 2018.
El mandatario atribuye esa reducción de la violencia a la puesta en marcha del Plan Control Territorial, una iniciativa con la que se intensificó la presencia de fuerzas del orden en las calles, entre otras medidas. Sin embargo, resulta poco probable que la represión sea la única razón que explique ese descenso de los asesinatos en el país. De hecho, el propio Valencia explicaba hace tiempo en The Washington Post que la reducción en la cifra de homicidios se debe más “a una decisión consciente tomada por las estructuras criminales”, para evitar mayores represalias, entre otros motivos.
Bukele busca ahora la aprobación de ese polémico préstamo de 109 millones de dólares con el que pretende modernizar y fortalecer a la Policía Nacional Civil y al Ministerio de Defensa Nacional, pero lo tiene difícil con un Poder Legislativo dominado por dos partidos opositores, la conservadora Alianza Republicana Nacionalista (Arena) y el izquierdista FMLN, especialmente después de la actuación del domingo.
El presidente y las redes
Bukele asumió el cargo de presidente en junio de 2019, con 37 años, y se convirtió así en el mandatario más joven del continente americano. El publicista de origen palestino supo aprovechar el hartazgo de la población salvadoreña con los partidos tradicionales para ganar las elecciones, y con su victoria rompió con casi tres décadas de bipartidismo entre Arena y el FMLN.
Ganó las elecciones bajo la Gran Alianza por la Unidad Nacional, conocida como Gana, de derecha, y gobierna con poco apoyo legislativo. Anteriormente, además, había sido intendente de San Salvador con el FMNL, trayectoria que lo hace difícil de encasillar políticamente.
Desde que asumió como presidente, su gran aliado han sido las redes sociales, y ya han pasado a la historia momentos como el que protagonizó en la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas en setiembre, cuando al subir al estrado para pronunciar su discurso se tomó una selfie y dijo: “Créanme, muchas más personas verán esta selfie que las que escucharán este discurso”. Y tenía razón.
Durante la campaña electoral también utilizó las redes sociales como principal vía de comunicación para captar seguidores y ni siquiera le hizo falta acudir al debate entre candidatos.
Por medio de Twitter, donde se llegó a describir como el “presidente más guapo y cool del mundo mundial”, ha llegado a transmitir desde nombramientos de funcionarios hasta medidas que intentan frenar la impunidad de los militares que participaron en masacres durante el conflicto armado.
Su manera de hacer política le ha proporcionado a Bukele un gran apoyo popular y en varias encuestas supera incluso el 80% de aprobación, un porcentaje del que pocos políticos en el mundo pueden presumir. Teniendo en cuenta su alta popularidad, cuesta aun más entender por qué irrumpió en la Asamblea Legislativa con militares.
“Interpretó que el poder del Legislativo es un obstáculo. Bukele ve el préstamo como una manera de dar seguridad al pueblo y creyó que le era útil meter miedo (en el sentido político) a los diputados. Él jugó la baza de ‘soy yo y mi pueblo’ y ustedes obstaculizan la labor a los policías y militares”, sostiene Valencia, quien duda de que el mandatario sea capaz de admitir su error y pedir disculpas, porque se vería como una señal de debilidad.
Por su parte, Escobar asegura que el hartazgo de los salvadoreños con los partidos tradicionales ha hecho que a Bukele se le entregue “un cheque en blanco y él lo aprovecha”.
“La población le va a permitir casi cualquier cosa. Muestra de ello es que aunque la ciudadanía se expresa en contra del nepotismo, cuando se le pregunta qué opina de la contratación de familiares del presidente Bukele, las opiniones son favorables, no ven problemas con eso”, dice Escobar. De todos modos, advierte que habrá que esperar a las nuevas encuestas para saber cómo afectó al mandatario su actuación del domingo.