El crecimiento en afiliados del Partido Comunista (PC), lento hasta la década de 1960, vertiginoso después. Su presencia dispar en el territorio nacional. Su preparación para la resistencia. Los posicionamientos en política nacional e internacional previos al golpe de Estado. Las heridas de la delación y la traición, y cómo se asimilaron. Su estructura organizativa, cómo se recompuso ante cada operativo represivo. La vida en la clandestinidad. Los operativos de la dictadura contra el partido, uno a uno. La labor de los comunistas en el exilio.
Estos son sólo algunos de los aspectos que aborda el libro El Partido Comunista bajo la dictadura. Resistencia, represión y exilio (1973-1985), coordinado por el investigador Álvaro Rico, que tuvo como autores además a Gabriel Bucheli, Magdalena Figueredo, Carla Larrobla, Mauricio Bruno y Vanesa Sanguinetti. Surge de una investigación financiada en 2009 por la Comisión Sectorial de Investigación Científica (CSIC) de la Universidad de la República (Udelar), que permitió conformar un equipo de seis investigadores que desarrolló sus tareas en el Centro de Estudios Interdisciplinarios Uruguayos (CEIU) de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de Udelar.
Una primera conclusión surge como evidente: el PC fue un objetivo permanente de la dictadura. Desde la huelga general de 1973 y el asesinato del militante comunista Ramón Peré, pasando por la Operación Morgan, hasta el último asesinado por el régimen cívico-militar en 1984: Vladimir Roslik, médico de San Javier. Hubo 27 comunistas desaparecidos por la dictadura y 33 muertos, contando no sólo a quienes murieron por las torturas sino también a quienes fallecieron debido al tratamiento carcelario, a enfermedades no tratadas o suicidios. De los desaparecidos, sólo se encontraron los restos de seis: Fernando Miranda, Ubagésner Chaves Sosa, Eduardo Bleier, María Angélica Ibarbia, Juan Carlos Insausti y Francisco Candia.
Posiciones y composición social
En la etapa predictadura, el PC era un partido “obrero, de cuadros y de masas, integrado al sistema político-parlamentario y a la competencia electoral desde su fundación en 1920”, señalan los autores. Pero también se planteaba como objetivo final de su práctica “llevar a cabo una revolución anticapitalista, de liberación nacional y antiimperialista en tránsito hacia el socialismo”. Consideraban que la vía armada era “la más probable para dirimir la contradicción histórica entre el capitalismo y el socialismo, una alternativa para la que debían preparase con antelación y discreción”. Ello determinó la coexistencia de un partido legal y público con un aparato armado, que de todos modos nunca llegó a actuar contra las instituciones estatales o civiles, ni contra policías o militares.
El PC tenía cerca de 20.000 afiliados en 1971 según los ficheros que incautó la Policía durante la dictadura, aunque en los informes de la dirección se contaban 50.000 afiliados. El libro hace un análisis de las afiliaciones y la composición social del partido en base a los ficheros incautados. Se trataba de un partido mayoritariamente masculino: 64,6% de sus afiliados eran hombres, y 26,5%, mujeres (del 8,7% restante no hay datos). Casi la mitad de las mujeres afiliadas se dedicaban a tareas del hogar.
También era un partido mayoritariamente joven: 60% de los afiliados eran menores de 40 años. Y capitalino: 70,5% residía en Montevideo.
La mayoría de los afiliados al PC pertenecían a la clase obrera, principalmente de las siguientes ramas de producción: textil, curtiembre, industria frigorífica, metalúrgica, construcción, transporte, educación y comercio.
Los operativos represivos de la dictadura
La parte más voluminosa de la investigación está dedicada a documentar los operativos de la represión contra dirigentes y militantes del PC y de la Unión de la Juventud Comunista (UJC). “Los grandes operativos represivos fueron lanzados con una frecuencia anual, y luego cada dos años, superpuestos con procedimientos rutinarios ejecutados casi diariamente, incluso contra varios objetivos a la vez en los años de mayor represión (1974-1981)”, se menciona en la introducción del libro.
La Operación Morgan, en octubre de 1975, fue la que abarcó a más personas y dejó un mayor número de víctimas. Se incautaron ficheros de afiliación con 6.000 nombres, actas y libros de estadísticas de reclutamiento de todo el país desde 1962 hasta esa fecha. En poco tiempo cayeron cerca de 300 cuadros comunistas y muchos más pasaron a la clandestinidad y al exilio. La investigación incluye el testimonio del dirigente José Pacella sobre esta etapa: “La lógica de esa operación fue pegar en el centro y entrar hasta el fondo. Te quedabas sin contactos, te desmoralizabas, pensabas: ‘Uh, fulano está hablando...’. Quedabas desenganchado, desmoralizado, y con la imagen de la derrota. Todo perdido”.
Además, se desmanteló el aparato armado del PC: armas, equipos de sanidad, comunicaciones (radio, telegrafía, claves y talleres) y transporte, una avioneta y dos embarcaciones.
Hubo 24 víctimas de la Operación Morgan: nueve fueron desaparecidas (Eduardo Bleier, Julio Escudero Mattos, Juan Manuel Brieba, Fernando Miranda, Carlos Pablo Arévalo Arispe, Julio Gerardo Correa, Otermín Laureano Montes de Oca, Horacio Gelós Bonilla, Ubagésner Chaves Sosa); nueve fueron asesinadas bajo torturas (Carlos María Argenta Estable, Óscar Bonifacio Olveira, Ruben Etchebarne, Luis Alberto Pitterle, Emilio Fernández Doldán, Hugo Pereyra Cunha, Julián Basilicio López, Ivo Edison Fernández, María Clarisa Bonilla); y seis detenidos durante o paralelamente a la Operación Morgan murieron en años posteriores en prisión o tras salir de ella como consecuencia de las torturas sufridas (Norma Aída Cedrés de Ibarburu, Nuble Donato Yic, Silvina del Carmen Saldaña, Hilda Sara Delacroix, Gerardo Cuesta, Carlos Chassale).
Además de referirse extensamente a las acciones de los comunistas en el exilio, el libro también se detiene en la clandestinidad y en la vida en ese marco.
Héroes y traidores
A diferencia de la imagen del “héroe guerrero”, construida por otras colectividades políticas dentro de la izquierda, los militantes comunistas hicieron “una construcción cultural de largo aliento” que situó al militante comunista como el prototipo del “héroe anónimo”. El objetivo, según señalaba el dirigente histórico Rodney Arismendi, debía ser resistir y sobrevivir (cabe apuntar que la discusión en torno a la caída y posterior liberación de Arismendi también se incluye en la investigación).
Estos “héroes anónimos” contrastaron nítidamente con la actitud de algunos militantes comunistas que pasaron a colaborar con la Policía y con las Fuerzas Armadas, ya sea convirtiéndose en informantes o incluso participando en las detenciones y en las torturas.
Entre otros casos de colaboracionismo mencionado en la investigación, se señala el conocido como “la Computadora”: en 1977, el Cuerpo de Fusileros Navales montó una oficina clandestina en predios de su cuartel en la Aduana para que, a cambio de un trato carcelario mejorado o la reducción de penas, un número pequeño de prisioneros políticos, incluidos algunos comunistas, trabajaran a tiempo completo organizando archivos, descifrando la documentación incautada, identificando dirigentes, armando bases de datos e incluso participando en operativos.
La amplia gama de casos de personas que dieron información a la dictadura incluye también a militantes que resistieron a la tortura pero se quebraron cuando los militares trajeron a sus hijos a prisión y los amenazaron con torturarlos y violarlos.
De la documentación hallada no puede descartarse la existencia de “topos” en el PC, agentes encubiertos de los servicios plantados en la organización desde antes del golpe de Estado para ganarse la confianza de los dirigentes y no despertar sospechas.
Los investigadores mencionan cierta ingenuidad en los cuadros comunistas al no considerar seriamente la posibilidad de haber sido infiltrados por las fuerzas represivas y de tener informantes de la Policía y los militares en sus propias filas. “Para la cultura comunista de entonces, y de la izquierda en general, basada en ideales solidarios que resaltaban las relaciones de confianza, honestidad y sacrificio, la eventualidad de esas conductas dobles era considerada una falta ética y una traición política, pero a la vez –o quizás por ello mismo– la posibilidad de que dichas conductas existieran era subestimada o descartada de plano, menos prevista”.
La ideología del odio
Las desapariciones, asesinatos y torturas se sustentaron en la existencia de una “ideología anticomunista de odio hacia ‘el otro’ connacional, un ejercicio continuado de violencia simbólica que estigmatizaba” a los afiliados y simpatizantes con ese partido, mencionan los autores.
Señalan como una “peculiaridad del caso uruguayo” el hecho de que los servicios de inteligencia estatales combinaran la función de recopilar información y analizarla en clave de inteligencia con la función operativa de represión directa y exterminio del “enemigo”. También se combinaba la violencia física y psíquica con la violencia simbólica y moral, “estigmatizando y expulsando de la comunidad nacional a los comunistas, tal como lo documentan, entre otras fuentes, los comunicados diarios de las Fuerzas Conjuntas y la Dirección Nacional de Relaciones Públicas amplificados por la gran prensa autorizada por el régimen”. “La ideología de odio del anticomunismo tuvo por objetivo segregar y destruir la identidad e historia de un colectivo político-partidario así como la existencia de aquellos individuos que pertenecían a aquel”, resumen los autores.
Se presenta el domingo
El libro El Partido Comunista bajo la dictadura. Resistencia, represión y exilio (1973-1985), editado por Fin de Siglo, se presenta este domingo a las 19.00 en el Salón Azul de la Intendencia de Montevideo. Participarán en la presentación el coordinador del libro, Álvaro Rico, los historiadores Magdalena Broquetas y Gerardo Caetano, y el histórico dirigente comunista León Lev.