Enfrentamientos entre jóvenes musulmanes y la Policía israelí en la Explanada de las Mezquitas, en la Ciudad Antigua de Jerusalén; incidentes entre jóvenes de la ultraderecha colona israelí y jóvenes palestinos cerca de la Puerta de Damasco; choques entre vecinos palestinos del barrio Sheikh Jarrah y la Policía israelí; tres palestinos armados abatidos por una patrulla israelí en camino hacia Jerusalén; un colono israelí muerto en un atentado palestino en una carretera en los territorios ocupados; cientos de jóvenes palestinos detenidos en forma preventiva, según los partes oficiales, por la Policía en los barrios de Jerusalén Este.
Estas son algunas de las noticias de los últimos días, y este domingo se sumaron nuevos enfrentamientos entre la Policía israelí y manifestantes palestinos en las inmediaciones de la Universidad Hebrea de Jerusalén. Los heridos en los incidentes ya se cuentan por centenares, además de las muertes consignadas anteriormente.
Y esta vez la amenaza parece no ser menos dramática. Más si consideramos que el mes musulmán de Ramadán está a punto de finalizar con las masivas festividades de Aíd al Fitr, que casi coinciden con el festejo israelí de la conquista de Jerusalén en 1967, de acuerdo al calendario hebreo, y con la fecha en que cuatro familias palestinas serán probablemente desalojadas de sus viviendas en Sheikh Jarrah y esas casas serán ocupadas por colonos israelíes. De todas maneras, respecto de este último tema, y ante el tono que tomaron las protestas, el gobierno le pidió a la Corte Suprema israelí una prórroga en los desalojos, de manera de poder descomprimir en algo las tensiones.
¿Cuáles son las razones por las cuales después de un año en que la agenda israelí estuvo ocupada por la crisis generada por la pandemia de coronavirus y por la polarización política interna que paraliza parte del funcionamiento del Estado, el conflicto israelí-palestino vuelve a resurgir como tema central y urgente? En parte la respuesta está en la pregunta. Aparentemente casi superada la crisis sanitaria gracias a la vacunación masiva, la lógica de la persistente colonización y los conflictos derivados resurge nuevamente.
Esta vez el conflicto vuelve a inflamarse debido a causas concretas centradas en torno a la ciudad de Jerusalén: el barrio palestino de Sheikh Jarrah, ubicado en Jerusalén Oriental, pero muy cerca del centro de la ciudad, viene hace muchos años resistiendo por medio de movilizaciones pacíficas y recursos judiciales un intento de desalojo masivo y colonización por parte de organizaciones israelíes de ultraderecha que cuentan con el apoyo del Estado. Esas viviendas fueron propiedad de judíos antes de la guerra de 1948, momento en que las evacuaron, y hasta el nuevo conflicto bélico de 1967 fueron habitadas por refugiados palestinos provenientes de las zonas del país en las que se creó el Estado de Israel.
En las recientes décadas, organizaciones de colonos, apoyadas por el aparato judicial del Estado, iniciaron una serie de acciones judiciales para “recuperar” esas viviendas y entregarlas a colonos judíos. A sus moradores palestinos no se les ofrece a cambio regresar a las viviendas que fueron de ellos antes de 1948, que fueron confiscadas y en las que actualmente viven ciudadanos israelíes. La “recuperación” es unilateral y tiene como objetivo desatar un proceso de evacuación de palestinos de ese barrio. Otras 200 familias palestinas se encuentran en procesos de desalojo bastante avanzados y pueden llegar a la situación de esas cuatro familias en los próximos meses.
A pesar de las crisis internas de la política israelí, casi todos los sectores, más allá de su ideología, están de acuerdo en dejar a los más de 300.000 palestinos que habitan los barrios de Jerusalén Este (incluyendo la Ciudad Antigua) en un estatus especial: son habitantes legales de la ciudad anexada a Israel sin derecho a voto, ni al parlamento palestino ni al israelí.
A fin de este mes estaban previstas las elecciones legislativas palestinas, tras que las principales organizaciones políticas –el nacionalista Fatah, el islamista Hamas y las agrupaciones de izquierda– lograron acordar las condiciones para realizarlas, a pesar de la división territorial entre Gaza, controlada militarmente por Hamas, y Cisjordania, bajo el gobierno de la Autoridad Palestina, gobernada por Fatah. El acuerdo palestino incluía la elección de representantes de los palestinos de Jerusalén Oriental. Pero Israel, recurriendo a su poderío policial y militar en Jerusalén Oriental, denegó las condiciones para los comicios y sus voceros militares no ocultaron su oposición a la realización de las elecciones palestinas. Sin derecho de voto, empujados por el paulatino avance de la colonización, empobrecidos por los efectos de la crisis generada por la pandemia y sufriendo constantemente hostigamientos policiales, buena parte de la juventud palestina en la ciudad se sumó a las protestas de los últimos días.
La ultraderecha colona y supremacista israelí, siempre movilizada y generalmente buscando generar enfrentamientos, tiene ahora un motivo adicional para redoblar sus acciones. El hecho de que el primer ministro Benjamín Netanyahu, en una situación política –y judicial– cada vez más desesperante, haya intentado formar un gobierno que para obtener mayoría tendría que basarse en el apoyo parlamentario de un partido árabe-musulmán generó la indignación de sus socios de la ultraderecha racista. Para desbaratar cualquier posibilidad de alianza, estos sectores iniciaron una serie de acciones de provocación en Jerusalén, sabiendo que agudizar las contradicciones nacionales y religiosas en la ciudad haría muy difícil, si no imposible, cualquier coalición de gobierno entre partidos de derecha y centro en Israel con partidos que representan a su población árabe.
No resulta muy extraño, entonces, que Jerusalén en este momento esté ardiendo. Si la prolongada crisis de gobierno en Israel, sumada a la situación generada por la pandemia, parecían tener el efecto positivo de normalizar la presencia de los representantes políticos de la población árabe israelí desmoronando el cordón sanitario establecido por la mayoría de los partidos políticos sionistas, ahora resurgieron las contradicciones violentas, resultado del persistente proceso de colonización y del régimen de ocupación al que están sometidos los palestinos.
Las perspectivas de que la violencia continúe en los próximos días es una posibilidad cercana. En Israel por estas horas se está celebrando el denominado Día de Jerusalén, conmemorando la conquista militar obtenida en la Guerra de los Seis Días de 1967. Los festejos incluyen la marcha de las banderas y un desfile de decenas de miles de israelíes pertenecientes a movimientos nacionalistas-religiosos que marchan provocativamente por la Ciudad Antigua y por barrios palestinos de la ciudad protegidos por la Policía, al estilo de las recordadas marchas de los protestantes unionistas británicos en los barrios católicos de Belfast. La realización de esta marcha está en duda, ya que autoridades de seguridad israelíes sugirieron al gobierno o bien postergar el evento o bien modificar su recorrido, para evitar más incidentes.
A la vez, y sumando más condimentos a esta situación de extrema tensión, todos estos hechos están sucediendo en el mes de Ramadán e inmediatamente después, el 15 de mayo, tendrá lugar la conmemoración de la Nakba, término con el que los palestinos describen el desplazamiento forzado y masivo de poblaciones durante la creación del Estado de Israel.
La agudización de las hostilidades en Jerusalén suele extenderse rápidamente a otras partes del país. El conflicto irresuelto y siempre agravado por la persistente colonización no se ha ido a ningún lado y permanece latente.
Gerardo Leibner, desde Israel.