Ilda Vence fue la primera pastora en Uruguay y la primera mujer religiosa en ocupar el rol de mayor responsabilidad a nivel nacional en una iglesia protestante en América Latina. Como mujer de fe comprometida con los derechos humanos, a sus 95 años sigue encontrando el sentido de la vida en el amor solidario.
Nació en 1927 en el Cerro, en el corazón de una familia vinculada al frigorífico Swift, donde su padre y ella fueron dirigentes sindicales. Comenzó a trabajar a los 17 años en tareas administrativas, y su aporte económico era fundamental para el mantenimiento de su hogar. En la década de 1940 se estaban consolidando los sindicatos de la carne, un hecho que marcó a muchas familias del Cerro, incluida la de Ilda. Antes de predicar en los templos, ella se formó en los sindicatos, hablando en conferencias y huelgas. Esa prédica también tuvo sus costos. “Mi papá fue líder sindical y yo también. Cuando los frigoríficos comenzaron a despedir gente, empezaron por los sindicalistas. A mi papá y a mí nos tocó en la segunda echada: quedamos sin trabajo y nos despidieron por sindicalistas”.
De joven Ilda no quería ni siquiera pasar cerca de una iglesia. Su madre no quería saber absolutamente nada de Dios, aunque su padre, que había llegado del campo, contaba que su núcleo familiar oraba antes de comer. De todos modos, Ilda fue bautizada en la iglesia católica. “Cosas que pasaban: bautizaban y uno no sabe ni por qué. Igualmente, esto me sirvió para discutir con mis padres durante toda la adolescencia, porque yo consideraba que ellos se habían equivocado, que no tenían derecho de haberme bautizado cuando ellos ni siquiera creían”, relata ahora.
–Hay que considerar que en mi juventud yo entendía que ser cristiano era la señal más grande de la ignorancia. ¿Cómo podía creer un individuo en esos disparates que decía esa gente: Jesucristo, la cruz, la resurrección? Y aunque buscaba un sentido de la vida, siempre tuve gran desconfianza de las iglesias y los cristianos. Hasta que un día conocí en otra oficina a Ilda Conteris, una mujer tan interesante, tan preciosa, con tanto don de gente. Yo la admiraba mucho hasta que me enteré de que era cristiana. Y me generaba contradicción, porque era tan buena que no podía ser que fuera tan estúpida. Eso despertó mi interés –cuenta en referencia a la líder metodista y hermana del dramaturgo y escritor Hiber Conteris.
Otra persona que la conectó con la Iglesia Metodista del Cerro, más conocida como Casa de la Amistad, fue el pastor Earl Smith, quien con su salón de juegos para jóvenes, que incluía ping pong, atraía diariamente 80 jóvenes. En aquel momento Ilda era campeona de este deporte a nivel nacional y no pudo resistirse a participar, especialmente cuando descubrió que “no era una forma de enganchar a la gente para meterla en la religión, sino que había un respeto enorme por la libertad de pensamiento”.
En el Cerro, el pastor Smith comenzó con las Industrias de la Buena Voluntad a partir de la preocupación por las personas con discapacidad; el proyecto hoy existe como Instituto de la Buena Voluntad. En 1941, Smith creó el Movimiento para la Reconciliación para América Latina, que es el antecedente inmediato del Servicio Paz y Justicia (Serpaj) a nivel regional. Ayudó a organizar la policlínica y apoyó a los sindicatos; de hecho, una de las primeras huelgas de hambre que se hizo en el Cerro fue prácticamente dirigida por él. “Empezó a convencer a los obreros de que no era con la violencia, sino que había otras formas con las que se podía conseguir los objetivos de las luchas obreras”, recuerda Ilda.
Smith era un pacifista radical. Su gran dedicación al trabajo juvenil, la coherencia y pasión que demostraba en su labor eran tan convincentes que a partir de su testimonio Ilda comenzó a participar en la iglesia todos los domingos. Ese fue su comienzo.
–Con Smith conocí otro Evangelio, el Evangelio que nos llevó a concebir al otro como prójimo y a fascinarnos con el proyecto de vida del Evangelio de justicia y paz –dice Ilda.
Eso la llevó a aceptar el proyecto de vida y la visión del mundo del otro y la otra, y a entender que la construcción social y eclesial era siempre con el otro y en comunidad, nunca en soledad. Sus palabras transmiten una idea de fascinación total y parece volver a experimentar una vivencia de su juventud que hoy, con 95 años de vida, logra darle una razón por la cual vivir.
Metodismo y ping pong
Desde siempre existieron los liderazgos de mujeres en las iglesias, aunque si bien comienzan a ganar protagonismo a partir de la reforma protestante del siglo XVI en Europa, en las referencias clásicas permanecen invisibilizadas frente a Martín Lutero y Juan Calvino. Incluso en la tradición metodista del siglo XVIII el propio fundador, John Wesley, habilitó la predicación de mujeres en la Inglaterra de la revolución industrial. Aun así, recién a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX se iniciaron procesos de ordenación de mujeres en las iglesias protestantes de Europa y Estados Unidos, lo que implicó que ellas pudieran acceder a los mismos cargos y ministerios que los varones. Esa práctica iría llegando de a poco a América Latina, donde las áreas de trabajo se restringían a la educación de los niños y niñas y al trabajo social o diacónico.
–Yo diaconisa no quería ser. La diaconisa era como una secretaria del pastor y la que trabajaba en las obras sociales generalmente. Y si estaba en una iglesia, era ayudante pastoral. Yo decía que no quería, que yo lo que quería era ser pastora –cuenta Ilda.
En 1957, decide ir a Buenos Aires a estudiar en la Facultad de Teología protestante y mientras cursaba su primer año, la iglesia metodista aprobó la posibilidad de las mujeres para acceder a la ordenación. En ese contexto de cambios, el pastor Emilio Castro viajó para entrevistarse con ella. “Me dijo que yo tenía que tomarme en serio el estudio y hacer lo máximo, porque de ahora en adelante iba a tener que competir con hombres. ‘Vas a ser la única mujer pastora y tenés que estar a la altura, porque si no va a ser más difícil todo’, me dijo”. Con ello entendió que tenía todo el apoyo de la Iglesia Metodista del Uruguay para embarcarse en este proyecto transgresor y pionero.
Luego de sus estudios, fue enviada como pastora a Artigas, a una comunidad muy pobre, donde la mayor parte de los miembros eran analfabetos y muy creyentes. Esa experiencia fue fundamental para Ilda, que destaca el valor de la iglesia al haber enviado una mujer sola, joven y que nunca había vivido en el interior. En ese contexto culturalmente distinto tuvo muchas dificultades, pero también una carta de presentación especial: el ping pong.
–Una vez los jóvenes de mi iglesia fueron al cuartel y les dijeron a los milicos que ellos tenían una pastora que jugaba ping pong. Ellos no podían creer que una mujer jugara. Y yo fui al cuartel, y cuando terminé el primer chico, lo perdí, y mis muchachos estaban como desesperados. Pero gané el partido. Gané ese partido y gané otros partidos y gané otros campeonatos, hasta que gané el respeto del pueblo.
Luego le tocó ser jueza de varios campeonatos a nivel departamental. Uno de los partidos que tenía que arbitrar se jugaba en una iglesia católica, y las personas del pueblo le recomendaron no ir. Lo recuerda entre risas, como parte de experiencias difíciles y valiosas: “Cuando llegué había dos filas de mujeres, una de cada lado, y todas se persignaban, y me di cuenta de que allí se jugaban las dificultades por ser pastora y por ser metodista”.
Teóloga feminista
En 1962 fue ordenada presbítera, es decir, supervisora de otros pastores a nivel nacional, lo que la convirtió en la primera mujer metodista en América Latina en ocupar ese rol de responsabilidad en la jerarquía eclesial. Profundizó sus estudios en la Facultad de Teología en Ginebra, Suiza. Su tesis de Licenciatura en Teología (1963) trató sobre el rol de las mujeres en la iglesia y en la sociedad, y abrió camino a muchas otras pastoras, pero también a procesos de cambio en las iglesias protestantes ecuménicas en materia de derechos de las mujeres y temas de género.
–Como fue de los primeros trabajos que se hicieron, no se encontraba mucho material de referencia. Por suerte en la actualidad sí existe un gran cúmulo de materiales que abarcan distintas aristas de las problemáticas planteadas.
La teología feminista, o hermenéutica bíblica feminista latinoamericana, comenzó a cobrar más visibilidad en las décadas de 1970 y 1980 con figuras como Ivone Gebara y Elsa Támez, y en Uruguay, con referentes como Ana María Rübens y Gladys Parentelli.
El sentido del humor y el carácter firme de Ilda le permitieron enfrentar dificultades y expresiones machistas que persistían en las jerarquías eclesiales. Ella también fue la primera pastora presidenta de la Iglesia Metodista del Uruguay (equiparable a obispa), y nuevamente le tocó abrir camino al ser la primera mujer en ocupar esa jerarquía a nivel de todo el espectro protestante latinoamericano. Era la única mujer presente en reuniones con sus pares obispos, y con gran dolor recuerda que el primer y segundo día del encuentro la ignoraron. Pero Ilda convocó al presidente de los obispos metodistas y le planteó la situación, enfocando en lo que implicaba el rol, el lugar, el trabajo y lo que conllevaba, y este reaccionó con sensatez para que pudieran trabajar mancomunadamente de ahí en adelante. La situación cambió e Ilda rompió otro techo de cristal a nivel de jerarquía eclesial.
Pastora en el Centro de Montevideo
El camino para las pastoras en la década de 1960 no era sencillo. Aunque Ilda recuerda no haber tenido problemas con su comunidad en Santa Lucía o en Montevideo por ser mujer, reconoce que los prejuicios de género hacia su figura como religiosa se evidenciaban, por ejemplo, en el contexto de parejas que pedían para celebrar su casamiento en la Iglesia Metodista Central.
–Algunas personas se acercaban a la iglesia y no querían que yo las casara o que las bautizara. Entonces el que era el secretario de la iglesia, el señor Kramer, me ponía en un papelito que decía: “Esta pareja no quiere que la case una mujer” y teníamos la entrevista pastoral previa al casamiento y muchas parejas cambiaban de opinión, aunque a veces tenía que dejarles en claro: “Si no les gusta que los case la pastora, hay otras comunidades a donde pueden ir, con otro pastor y otra comunidad”.
Este jueves 14 de abril se cumplieron 50 años de dos hechos que conmocionaron la vida social y política de Uruguay y cuyo epicentro fue la Iglesia Metodista Central. Por un lado, el asesinato del ministro Armando Acosta y Lara, señalado por el Movimiento de Liberación Nacional (MLN) como integrante de los escuadrones de la muerte. Además, el 16 de abril ocurrió el atentado con bomba en la puerta de la iglesia, que la dejó catalogada como una organización vinculada a la izquierda.
Ilda recuerda esos días como un mal sueño. Mientras ella se dirigía a ingresar a la iglesia por la calle lindera, la interceptó un joven que le dijo: “Buenos días, yo soy tupamaro” y ella, sin comprender lo que estaba sucediendo, respondió: “Buenos días, yo soy la pastora de esta iglesia”. La encerraron en un cuarto y se escuchó una balacera. Ilda salió cuando sintió que todo se había calmado. Al día siguiente, la Asamblea General declaró el “estado de guerra interno” que posibilitó, entre otras cosas, la suspensión de las garantías individuales.
Esa madrugada del 16 de abril, grupos de paramilitares de extrema derecha perpetraron en Montevideo 11 atentados contra diversas instituciones, casas de militantes políticos y locales partidarios. Como parte de esa maniobra, una bomba rompió la puerta principal del templo de la Iglesia Metodista Central. Estos hechos generaron miedo y dividieron a la comunidad, puesto que era obvio que se vigilaba más fuertemente a toda la actividad de la iglesia y de la pastora.
Ilda fue citada a la comisaría varias veces y fue entrevistada en repetidas ocasiones. Generalmente la entrevistaba el encargado de inteligencia Alen Castro, a quien recuerda bien, por haber sido un especialista en temas teológicos y religiosos. La iglesia metodista estaba en la mira de la represión y era controlada su predicación. “Fue interesante, porque en la comisaría me pusieron a escuchar cinco o seis sermones míos”.
La bomba fue un momento de mucho señalamiento social y eclesial. En ese momento la iglesia se dividió y muchas personas la dejaron para ingresar a otras congregaciones o dejaron de participar. Ilda recuerda que predicar sobre la justicia estaba asociado con la izquierda, pero también afirma que hasta el día de hoy no conoce otro Evangelio que el de la justicia, la solidaridad, la fraternidad y la paz. En aquel momento, sintió un tremendo desconcierto y viajó a Colonia con algunos amigos de la iglesia para pedirle consejo al obispo metodista retirado Enrique Balloch. Entre otras cosas, ella se preguntaba si la bomba era consecuencia de lo que estaba predicando, porque siempre había entendido que la posición política era consecuencia del Evangelio.
–Balloch me respondió algo así: “Si la pastora Ilda está predicando en un templo y le ponen una bomba, siempre que esté predicando sobre el amor, la justicia, la libertad y la verdad, no importa. Si a la pastora le ponen una bomba por predicar el respeto al ser humano y a los derechos humanos, no importa. Si un día no puede seguir predicando en el templo, saldrá a predicar en la esquina o en la calle. Y sí allí en la calle le ponen una bomba un día por predicar la justicia, la verdad, el respeto y la paz, no importa, Dios mandará a otro para que ocupe su lugar”.
Las dificultades no la detuvieron en su vocación de amor al prójimo, de visitar a los presos y presas políticas, dar refugio a quienes vivieron persecución y apostar por una iglesia y una sociedad inclusiva. Por ello fue reconocida también fuera del ámbito eclesial, en diversos espacios sociales y políticos. Obtuvo la invitación para integrar la Comisión por el Reencuentro de los Uruguayos, la Comisión de Notables por el Voto Verde y otros muchos espacios vinculados a los derechos humanos. Ya jubilada, fue convocada por el entonces intendente de Montevideo Tabaré Vázquez como coordinadora del Programa para Mujeres. Su periplo vital y su prédica hasta hoy afirman que la militancia por los derechos humanos y el pacifismo son el camino para la construcción de una sociedad más justa desde la perspectiva del Evangelio.