Que cada quien tiene lo que se merece, que la soberanía popular puede llevar al caos, que el Estado es ineficiente y ahoga con sus impuestos al sector productivo, que el campo es el generador de la riqueza del país. Solemos escuchar este tipo de frases en los discursos públicos y privados, pero sabemos poco de su génesis y de los actores que contribuyeron a consolidarlos. En estas profundidades del pensamiento conservador y en las características de las derechas en el país bucean más de 60 investigadores e investigadoras de la Universidad de la República, la mayoría del terreno de la Historia, en tres tomos denominados Historia de los conservadores y las derechas en Uruguay, editados por Banda Oriental.
El primero, centrado en el siglo XIX y comienzos del XX, ya se publicó. Los dos restantes saldrán a la luz más adelante en el año. El segundo hace foco en la década de 1950 y la dictadura, mientras que el tercero se enfoca en las derechas desde la recuperación democrática hasta la actualidad, y cuenta con la participación de destacados teóricos internacionales, como Enzo Traverso y Pablo Stefanoni. “No es un arranque, pero es una inflexión, en el sentido de consolidar un campo de trabajo”, explica uno de los coordinadores de la publicación, el historiador Gerardo Caetano. Estos tres tomos son obra de un grupo de estudios que se propone investigar sobre las derechas en la historia uruguaya. “Es el inicio, es para empezar a hablar, y ojalá hablemos”, dice otra de las coordinadoras de la publicación, la historiadora Magdalena Broquetas.
¿Por qué hablar nuevamente de derechas? Ustedes mencionan en la introducción del libro que durante una etapa de la historia, fundamentalmente en la década de 1990, pareció que el eje izquierda-derecha había perdido vigencia para el análisis.
Magdalena Broquetas: Es un debate ideológico y es un debate académico e historiográfico. La introducción del libro hace hincapié en esos 90 tan fundacionales para entender la forma en que se organiza el mapa político-ideológico y también la agenda historiográfica, politológica. En esos 90, con la caída del socialismo real, aparece esta idea en algunos textos –el que más se conoce es el de Francis Fukuyama, El fin de la historia– que empieza a permear la academia pero también el sentido común, del fin de las ideologías y del fin de la historia. No hay izquierda, los grandes proyectos de la izquierda socialista se han desvanecido de la peor manera. En ese contexto, hay voces que dicen: “Esto no es así, la dicotomía está más viva que nunca, tiene vigencia, y se reformula”. Ese debate que se da a nivel europeo llegó a América Latina un poco más tarde, a principios del siglo XXI, cuando académicos dispersos, sobre todo historiadores, hacen una especie de diagnóstico de que hay un gran desnivel: están mucho más estudiadas y tematizadas las izquierdas, y como mucho el Estado autoritario, que los actores sociales y políticos de derecha. Y ahí se empieza a armar un campo muy potente, que ya tiene dos décadas casi, que empieza a adoptar la categoría en plural, porque son muy diversas las derechas.
Gerardo Caetano: Los tiempos aburridos que anticipaba Fukuyama la verdad que en estos últimos 25 años no los vimos, todo lo contrario. Y aquella síntesis superadora que en su perspectiva implicaba el fin de la historia, economía de mercado más democracia liberal, hace 20 años ya está estallando. Y en ese estallido de época vemos la emergencia de nuevas derechas antiglobalización, neopatriotas, que reincorporan una agenda que tiende a distanciarlas de la derecha liberal más clásica, globalista y liberal en lo económico. Incluso generan un debate en las ciencias sociales sobre cómo llamarlas, si son una continuidad renovada de los viejos fascismos, o si son posfascistas, como dice Enzo Traverso. Estas nuevas derechas incorporan posiciones nativistas, nacionalistas, xenófobas, muchas de ellas reconstruyen una visión de ortodoxia religiosa. Esa construcción genera nuevos referentes, como [Aleksandr] Dugin, Olavo de Carvalho en el caso brasileño, Steve Bannon, y también genera la vuelta de ciertas figuras que habían sido muy potentes en la etapa de los viejos fascismos, como Julius Evola, muerto en 1974, con toda su visión hasta esotérica. Estas nuevas derechas tienen un vínculo complejo con el liberalismo económico. Hay algunos que son ultraliberales, como los anarcocapitalistas, a lo Javier Milei, pero también hay quienes retoman perspectivas de estatismo paternalista, y que refieren lógicas de polarización en clave populista. Por ejemplo, Marine Le Pen, en las recientes elecciones francesas, tuvo como eje de campaña la disputa del campo nacional y popular.
En Cabildo Abierto hay una retórica parecida.
Magdalena Broquetas: Sí, sin dudas, porque es heredero de una tradición que ve a lo popular en un orden paternal, que no son las clases, sino los sectores populares. Y una mirada desde arriba, sin conflicto, una mirada asistencialista. Está esa cuestión de “no somos una derecha de élite, somos una derecha con base popular”. Pero esto viene de larga data, incluso de la retórica cristiana.
Gerardo Caetano: No casualmente [Cabildo Abierto] es un espacio diverso. Tú ahí tienes hispanistas carlistas como [Guillermo] Domenech, que proyectan ese grito “Viva Cristo Rey” en el recinto parlamentario, tienes enfoques antiglobalización muy presentes si tú lees La Mañana. Tienes una visión contraria a lo que ellos llaman “ideología de género”, muy situada –y eso la hace atractiva desde el punto de vista popular– contra la dictadura de lo políticamente correcto. También captan dimensiones populares y nacionalistas en relación con el Ejército, sin lugar a dudas. Buena parte de esa dimensión de la familia militar que es nacional y popular estuvo en la génesis de Cabildo Abierto.
Magdalena Broquetas: Y además, como tienen esta retórica antipartidaria, la referencia va mucho más atrás. ¿Quiénes son los depositarios de la nación, si no son los partidos? Son las Fuerzas Armadas, es la iglesia católica.
Gerardo Caetano: Está toda la retórica del Ejército artiguista fundado en la Batalla de las Piedras, una visión histórica sin sustento documental. Hay que inventar mucho para establecer vínculos de continuidad entre el pueblo en armas de la “admirable alarma” que peleó en Las Piedras y el Ejército que por primera vez asumía una dimensión profesional y corporativa con [Lorenzo] Latorre y [Máximo] Santos. Y eso ha tratado de ser simbolizado por [Guido] Manini. Hay un encuentro en donde Manini, como comandante en jefe del Ejército, acompañado por algunos de sus generales, con uniforme, es recibido un 18 de mayo en la catedral por el cardenal [Daniel] Sturla, y Sturla le dice: “Bienvenido, he aquí las dos fuerzas fundantes de la patria”. Esa retórica busca la apelación al pueblo, que es un concepto en disputa, al pueblo como nación distinto al pueblo como plebe, los de abajo.
¿Qué líneas de continuidad identifican entre las derechas del siglo XIX y la actualidad?
Magdalena Broquetas: El siglo XIX es un siglo con un orden censitario. Son pocos los que tienen derecho a elegir y a ser representados. Pero empieza a estar presente, en la revolución artiguista, la cuestión de la igualdad, y cuán amplia es esa igualdad. La cuestión de la libertad.
Gerardo Caetano: Y la fraternidad. En el siglo XIX la gran revolución es la francesa. Y los tres principios son ejes del debate. Decir, en el siglo XIX y hoy, “yo estoy a favor de la libertad”, no define nada, porque de inmediato tenemos que discutir qué concepción de libertad. El liberalismo, a partir de su triunfo en la construcción de la modernidad política occidental en el siglo XIX, terminó de asociar la idea de libertad con liberalismo. No. Hay muchas concepciones de la libertad. Hay una tradición política muy importante en Uruguay, que es el republicanismo, que tiene 2.500 años, que está en Grecia, en Roma, y que plantea una concepción de la libertad, de la solidaridad, del ciudadano, que no solamente es muy diferente, sino en algunos aspectos antagónica, a la del liberalismo. En el siglo XIX también se discute sobre el pueblo, el ruralismo. La Asociación Rural fue fundada en 1871 como apelación a una dimensión no sólo popular sino nacional, de un medio rural succionado por Montevideo.
Magdalena Broquetas: Y aparecen estas palabras que tienen connotaciones peyorativas, desde el XIX en adelante. La palabra anarquía, que aparece asociada a desorden popular, a caos, está muy presente en las fuentes. El comunismo.
Gerardo Caetano: Cuando no se nombra a Artigas, ¿cómo lo refieren indirectamente? El promotor del teatro de la anarquía, los tiempos de la anarquía. ¿Qué es eso en la documentación? Es el artiguismo.
Magdalena Broquetas: Si no es anarquía, es jacobinismo, por estas referencias a la Revolución francesa.
Ustedes refieren a la alteridad, pero, ¿cómo se definen las derechas a sí mismas en el siglo XIX?
Magdalena Broquetas: En el mejor de los casos se van a definir como conservadores. En otros casos ni se van a definir.
Gerardo Caetano: Van a defender el principio de “orden”.
Magdalena Broquetas: Los mejores por educación, por dinero. ¿Qué es lo que da la legitimidad para gobernar? La propiedad. Reivindican el derecho de las clases poseedoras a mandar.
Gerardo Caetano: Los notables. Los liberal-conservadores dicen que el gran problema de América Latina ha sido copiar la matriz republicana francesa, y que eso nos va a llevar al jacobinismo. Y dicen de manera explícita: “Estamos copiando el espíritu de la revolución, y ni siquiera tenemos la suerte de tener a nuestros napoleones”. Incluso leyendo un libro tan fundante del Herrerismo como La Revolución francesa y Sudamérica [de Luis Alberto de Herrera], aparece esa tensión, donde frente a la posibilidad del desborde popular –y estoy recordando textualmente–, “los andadores autoritarios pueden ser necesarios al menos provisoriamente”. Y esa es una vieja cuestión, que atraviesa no sólo la historia política de Uruguay. Herrera, teniendo en la vista al batllismo como alteridad –el batllismo es el jacobinismo uruguayo– está mirando al resto del mundo en 1910-1912 y está diciendo: “Francia es el enfermo de Europa”. Y cuando mira a América Latina, dice que se salvan Chile, por su espíritu aristocrático, y Brasil, por su espíritu monárquico. El antibatllismo, el anticomunismo, más allá de su maleabilidad ideológica, es un factor de cohesión sumamente importante.
La iglesia católica también jugó su papel como actor de las derechas en el siglo XIX. ¿En qué medida el carácter más progresista de Uruguay en términos comparados con la región, al menos en algunos temas, está dado por una menor influencia de la iglesia católica?
Magdalena Broquetas: En Uruguay se verifica esa debilidad. Por motivos amplios, en Uruguay la iglesia católica no tiene la misma fortaleza; las Fuerzas Armadas [FFAA] tampoco tienen la misma fortaleza que las FFAA vecinas, y las oligarquías no tienen el mismo poder material que en Argentina, Brasil o Chile. Eso te da una matriz. Es evidente que la sociedad uruguaya es una sociedad laica en relación a las vecinas, que no es una sociedad derechizada, pero nosotros somos muy reticentes en ir a la excepción. Porque nos hemos pasado pensando en la excepción. Tenemos que mirar a contrapelo. En efecto, por todo el proceso de secularización, la iglesia no tiene la misma implantación social que en otras sociedades latinoamericanas con herencias coloniales más fuertes, pero la sociedad uruguaya de fines del siglo XIX y principios del XX es una sociedad con enorme violencia, con problemas étnico-raciales tapados, con violencia doméstica. Entonces, tenemos que dejar de enorgullecernos en términos de identidad nacional.
Quería conectar la pregunta anterior justamente con la interrogante de si seguimos siendo los uruguayos tan laicos como creemos que fuimos en un momento, y con el vínculo entre las iglesias y el pensamiento conservador. Por ejemplo, pensando en la penetración que tienen hoy las iglesias evangélicas.
Gerardo Caetano: Eso es bien interesante. Incluso en los tomos II y III hay análisis específicos sobre la tensión izquierda/derecha en el seno no sólo de la iglesia católica sino de las iglesias protestantes. La laicidad es una cuestión muy relevante para pensar a Uruguay. La laicidad no se traduce en la falta de creencia en Dios; Batlle no era un ateo, era un espiritualista. Tú piensa lo que significa en 1912 un proyecto de ley como el de Ricardo Areco, que planteaba el divorcio por la sola voluntad de uno de los cónyuges, que luego terminó en el divorcio por la sola voluntad de la mujer. En el libro se cuenta que cuando se enteró de que en Uruguay había divorcio por la sola voluntad de la mujer, una cosa revolucionaria, en 1913, una famosa líder feminista española, Belén de Sárraga, convenció a su esposo para que vinieran a Uruguay, y una de las primeras cosas que hizo cuando vino fue divorciarse. Y le dedicó uno de sus libros doctrinarios a Batlle. Hoy, y no hoy sino desde hace muchas décadas, estamos viendo no sólo en Uruguay sino en el mundo un cambio en los sistemas de creencias. Hoy el catolicismo está en baja y suben estos sistemas de creencias neopentecostales que tienen un protagonismo político muy fuerte, que tienen poder económico y que han resultado decisivos en muchas elecciones. AMLO [el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador] es pentecostal, y el neopentecostalismo le dio un millón y medio de votos. La base política de [el presidente de Brasil, Jair] Bolsonaro también está afirmada allí. Uruguay es una rareza, pero también está viviendo los procesos de época. El neopentecostalismo en Uruguay crece y se ha convertido en un factor político relevante.
Magdalena Broquetas: Todo el espacio progresista de la iglesia católica se ha deshilachado mucho. Y estos nuevos movimientos dan con una cuestión epocal, porque son religiones new age, de mensajes sencillos, de los que cada uno toma un poco de lo que le parece, y por otra parte han liderado toda la cuestión antiderechos. Son una reacción a este quiebre en el orden moral y social que supusieron los avances de los feminismos. Y están movilizando a sectores juveniles, porque tienen movidas, toques, actividades. Eso no está pasando a nivel de la iglesia católica. Ahí hay un espacio disponible que están llenando.
Gerardo Caetano: Hablábamos de la plasticidad de estas nuevas derechas. Hay también una plasticidad cultural. El batllismo en su momento, frente a la moral católica, reivindicaba la moral laica. La crítica conservadora a la moral laica era que era una moral sin exigencias, hedonista. Es un debate importantísimo, porque lejos de ello, la moral batllista era muy exigente. Si tú ves los decálogos laicos, eran casi iguales a los diez mandamientos cristianos. Muchos han señalado que Uruguay es un caso raro porque triunfó el anticlericalismo pero prevalecieron los valores más puramente cristianos. Y en ese sentido, volvemos a ver el debate. La dimensión del cristiano se juega en valores, en la construcción del reino de Dios en la tierra. Los pentecostales dicen: “No, acá hay que creer, la trascendencia es lo primero, y una sociedad laica es una sociedad sin trascendencia”. Ese debate por la moral tiene más de 100 años, sólo que hace 100 años se discutía de manera distinta.
Magdalena Broquetas: Cuando se presenta el proyecto de derechos civiles y políticos de las mujeres en 1914, las cosas que dice la prensa conservadora... Son los feminismos, es la educación sexual. Fijate que han ido por la educación sexual en las escuelas, [cuestionando] las famosas guías [de educación sexual].
Gerardo Caetano: La doctrina de estas derechas alternativas apunta a promover y abonar una polarización irreductible en la sociedad, que no pueda ser negociada de ninguna manera, y cuando la sociedad finalmente se pulveriza, hay que juntar los trozos rotos y proyectar un modelo. Si tú ves, esa lógica de polarización es una lógica en la que [Donald] Trump, Bolsonaro...
Algunos dirigentes políticos en Uruguay también tienen esa estrategia, como la senadora Graciela Bianchi.
Gerardo Caetano: Por supuesto. No son aprestos irracionales, no. Son apuestas políticas muy afinadas, muy libretadas, muy pensadas.
Volviendo al batllismo, además de la postura frente a lo religioso, ¿qué era lo que más les molestaba del batllismo a las derechas de la época?
Gerardo Caetano: Les molestaba todo. Cuando uno recorre la documentación, lo que dijeron del batllismo... decían las peores cosas. Cuestionaban la dimensión personal de [José] Batlle [y Ordóñez]. Recordemos que Batlle se casó muy tardíamente; se juntó con una mujer casada, Matilde Pacheco, que estaba casada con su primo y que sufría violencia doméstica, para decir lo menos. Y se había quedado con cinco hijos y la familia de Batlle los acogió. Los primeros hijos de Batlle y Matilde fueron anteriores a su matrimonio formal. ¿Vos sabés lo que era eso en aquella sociedad? Cuando Matilde Pacheco iba –raramente– a las fiestas públicas, las damas de sociedad se retiraban. O sea, estigmatizaron su vida, estigmatizaron sus ideas: hablaban del jacobino, del Lenin uruguayo, del comunista, del ácrata. Cuestionaban sus propuestas en términos morales, como propuestas anticatólicas y de una moral hedonista, que apostaba a vivir sin trabajar, cuando en realidad había una construcción de una moral del trabajo. Se cuestionaba su visión social, que Batlle no cuidara su vestimenta. La diplomacia odiaba a Batlle. Hay diplomáticos que dicen: tiene la camisa raída, es un desprolijo, habla muy mal francés. Y a eso se sumaba esa idea de cuestionar el orden social. Batlle no creía en la revolución, creía en la reforma, en una reforma que tenía que vivir en la transformación, y en ese sentido su pauta fue de radicalización en la reforma. Cuando en 1925, en la Convención colorada dice, citando a [Pierre-Joseph] Proudhon, que la propiedad de la tierra debe ser consideraba un robo y que para evitar la violencia de la confiscación directa hay que presionar impositivamente para recuperar ese valor, que en realidad le corresponde a la sociedad, para hacer políticas sociales, en ese mismo momento, una de las reivindicaciones más fuertes de los sectores conservadores era: “No más impuestos”. Y reivindicaba el impuesto a la herencia, bajar los impuestos indirectos y subir los impuestos directos.
Magdalena Broquetas: Y el antilatifundismo, la cuestión de una sociedad donde hubiera pequeños propietarios. Una sociedad cosmopolita.
Ustedes dicen en el libro que en estas primeras décadas del siglo XX se empieza a fortalecer la antinomia campo-ciudad y una retórica antiestatista. Cuesta no asociarlo con los discursos que rodearon el surgimiento de Un Solo Uruguay en 2018.
Magdalena Broquetas: Esta cuestión de la antinomia campo-ciudad es bien importante, y es fundante, y hermana de muchas derechas, derechas ruralistas y algunas que no se identifican como ruralistas pero lo son también. El batllismo genera un orden simbólico en el que el Estado, los impuestos, todo el programa de nacionalizaciones, de estatizaciones, es visto como falso, como que atenta contra un orden natural de donde viene la riqueza que es del campo, del trabajo del campo. Entonces empieza a asociarse la ciudad con lo malo, lo falso, la expoliación, el hedonismo del que hablaba Gerardo: políticos que no tienen ni idea de lo que es el campo, que no se han embarrado. Es una antinomia que empieza a surgir a fines del siglo XIX, que se fortalece muchísimo con esta alteridad batllista que estaba aplicando el criterio de justicia impositiva y la idea de igualdad, que no es revolucionaria pero que es de un reformismo radical. Y después, con una fortaleza impresionante, en el movimiento ruralista, que levanta estas banderas. Hay un libro fundante de todo esto que es Riqueza y pobreza en Uruguay, de Julio Martínez Lamas, en donde condensa esta serie de ideas que van a ser base para todos estos movimientos. Y además hacen unas volteretas increíbles, porque fijate que terminan reivindicando al artiguismo, cuando el gremialismo patronal rural era lo más ajeno al artiguismo de la historia. Y vaya que esta antinomia aparece hoy en día. Cuando se formó Un Solo Uruguay, uno los escuchaba y era el mismo programa: no más impuestos, no expoliar a la verdadera fuente de riqueza de la nación que es el agro, no más programas artificiales. Porque además, con lo que el Estado recauda con esas “expoliaciones injustas”, se estarían financiando programas sociales que no se consideran legítimos.
“Los núcleos más duros de la coalición de gobierno apuntan a terminar con el Uruguay batllista”.
¿Este imaginario del Uruguay batllista sigue siendo hegemónico en la sociedad, o se ha debilitado en las últimas décadas?
Gerardo Caetano: Creo que los núcleos más duros de la coalición de gobierno apuntan a terminar con el Uruguay batllista, mucho más que a cuestionar la era frenteamplista. Ves las discusiones, y ves la larga duración... el primer batllismo sintetizó muchas disputas que hoy vuelven a estar arriba de la mesa: Estado, políticas sociales, minorías, derechos, la concepción de la libertad, la democracia directa. Al batllismo nunca se le ocurriría decir que un referéndum es una válvula de escape para que el pueblo se exprese. El batllismo reivindicaba la democracia directa como un instrumento fundamental de la construcción democrática.
Magdalena Broquetas: Y esta antinomia campo-ciudad, que es muy fuerte para el ruralismo, para el tradicionalismo, para la extrema derecha de los 30 y la de los 60, que aparece también en la dictadura, terminó siendo una cuestión minoritaria, pero ahora hay un nuevo rebrote de todo eso. No sólo con Un Solo Uruguay. Yo creo que estamos con una sociedad muy dividida: hay una parte de la sociedad que sigue creyendo que Uruguay tiene el imaginario del Estado social batllista y hay otra que está en transición.
En distintas etapas históricas –y ahora vamos a los fascismos–, para las derechas el miedo al comunismo y al socialismo parece haber sido más fuerte que sus convicciones democráticas. ¿Ustedes lo ven como una constante?
Magdalena Broquetas: Por supuesto.
Gerardo Caetano: Pero no es que lo veamos, lo registramos simplemente. Fíjate. Mussolini llega al poder en 1922, en una gran marcha sobre Roma. Diez años después, y previo al golpe de Estado de [Gabriel] Terra, ¿cuál era el proyecto de las derechas blancas y coloradas? Una gran marcha sobre Montevideo. ¿Y qué había pasado en esa década? Y bueno, está en los documentos, en la prensa, en los discursos. Están incluso los informes diplomáticos. Mussolini genera la fascinación de mucha gente de las derechas coloradas, empezando por Pedro Manini Ríos, y de las derechas nacionalistas, empezando por Luis Alberto de Herrera, y luego de muchos que habían sido batllistas pero que luego se reorientaron. Cuando recorres la prensa riverista, herrerista –La Mañana, El Debate–, el discurso militar, encuentras que, por un lado, siempre hubo una derecha antiliberal, antidemocrática, violentista, insurreccional, antisemita y que creía que la democracia estaba siendo desbordada por las izquierdas y por la soberanía popular. Y había otras derechas que eran más bien liberal-conservadoras en toda su gradación, que podían llegar a pactar con la democracia, pero siempre con una disponibilidad autoritaria en caso de que la soberanía popular –otros decían la lucha de clases– se desbordara y cuestionara los espacios permitidos del debate. Esa disponibilidad autoritaria de las derechas liberal-conservadoras se vio en 1933, y de manera prístina en 1973.
Hacía esta pregunta porque a veces parece que la democracia es algo ganado, que vino para quedarse porque hay un consenso mayoritario en su defensa.
Magdalena Broquetas: El liberalismo conservador conlleva al autoritarismo porque tiene esta disponibilidad, que la activa muy rápido. Porque esa percepción de amenaza hace que la active y que genere este campo de alianzas del que hablábamos hoy. Que la simple percepción de amenaza active un ajuste de la legalidad democrática resulta algo que se ve muy claro en los documentos. Que dentro de las derechas hay individuos que sí son democráticos, eso también, sin duda.
Gerardo Caetano: Hoy ha vuelto mucho de todo esto con una activación del anticomunismo.
Y han vuelto los motes también: comunista, zurdo, el “Fapit”...
Magdalena Broquetas: El comunopetismo, el castrochavismo.
Gerardo Caetano: Lo cual es muy típico de los tiempos peligrosos. El “marxismo cultural” [se ríe]. Reivindicar la igualdad de género, ¿eso es marxismo cultural? No, eso es asociar una estigmatización afirmada que es anticomunista.
Magdalena Broquetas: Es el rebote de lo que hablábamos, de estos cambios culturales. Tiene que ver con los 15 años de gobiernos de izquierda. Aparece esta idea de que se han ido del gobierno, pero dejaron la estela a nivel de tópicos, autores, temas, asuntos. Y además, este uso macarrónico de la figura de Gramsci, del intelectual gramsciano, y el concepto de hegemonía en términos de sospecha, peyorativo.
Paradójicamente, a pesar de que en muchos aspectos estas nuevas derechas plantean una restauración o una vuelta a un orden anterior, se presentan, sin embargo, como rupturistas o como políticamente incorrectas. Esta maniobra comunicacional, retórica, ¿sí es novedosa en términos históricos, o ustedes lo observan también en las viejas derechas?
Magdalena Broquetas: Estas derechas tienen el tono neoliberal, son estas derechas festivas, y no es nuevo lo que proponen: la defensa de la iniciativa privada, del empresario como promotor de crecimiento, la meritocracia. Pero están atravesadas por una cuestión posmoderna: la música, el vestuario, el uso de las redes sociales. Han sido mucho más hábiles que las izquierdas en capitalizar el lenguaje de los nuevos medios sociales. La cultura del hashtag, del leitmotiv fácil, que muchas veces incluso es mentiroso y sin embargo prende. Entonces, ¿qué es lo nuevo? Parece haber mucho más de esto que bien introducías: la cuestión comunicacional, las estrategias de difusión, y no tanto el programa.
Gerardo Caetano: Convocar a la rebeldía frente a la “dictadura de lo políticamente correcto” es sumamente redituable en términos de competencia política, y esto lo estamos viendo a nivel del mundo. ¿Por qué? Porque impera un tiempo de autoverdad, esta idea del mundo de las redes en la que todos hablan sobre todo en cualquier momento y no en referencia a los contenidos debatidos sino a la performance. Y sobreinterpretan, en una lógica bipolar de me gusta/no me gusta, mensajes muy complejos y muchas veces extraordinariamente agresivos. En esa lógica, ha habido estudios sobre el voto a Bolsonaro. Y se les pregunta a los votantes de Bolsonaro: “¿Usted está de acuerdo con matar a los gays, a los comunistas?” Y un porcentaje enorme dice: “No, yo no estoy de acuerdo, pero él tampoco”. No lo toman en serio y lo sobreinterpretan. A la escala uruguaya, nosotros estamos viendo una grieta que muchos, cotidianamente, minuto a minuto, alimentan. Y vuelve a aparecer algo que tampoco es nuevo, que es la política de la mentira. Eso el fascismo y el nazismo lo tenían, con la diferencia de que hoy una mentira puede ser repetida N millones de veces.