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la diaria

Fuera de sección

Foto: Iván Franco
Fuera de sección

Ceguera impuesta

Antes de 2005 las páginas de los diarios orientados hacia la progresía o la izquierda, los periodistas ídem, y también los partidos y los políticos de esa raza, no parábamos de hacer la nota diaria o semanal sobre pobreza. Se iba a los cantes, se hablaba con la gente, había un racconto minucioso de todo lo que en esas zonas sucedía o no sucedía: vivir entre cuatro chapas y sin piso, con tres pesos, ocho hijos, en el barro, sin saneamiento, con ollas vacías.
Río de Janeiro. Foto: Afp, s/d de Autor
Fuera de sección

Cadé o horizonte?

Estuve en Brasil en estos días. No me tocó permanecer en ninguna ciudad grande, de esas en las que hay manifestaciones a favor o en contra del gobierno, pero atravesé unas cuantas ciudades chicas (si bien palabras como “ciudad” o “chica” ameritarían, para el caso de Brasil, todo un ensayo sobre urbanismo y sociedad) y pasé algunos días en destinos balnearios. Y fue precisamente en esos lugares, en las playas más concurridas de los balnearios más “internacionales”, que asistí a un fenómeno aterrador, entre obsceno y penoso: la construcción de algo que ocupa el lugar que debería ocupar una subjetividad, pero que es, notoriamente, otra cosa.
Foto: Pedro Rincón
Fuera de sección

La crisis del fin del mundo

Los primeros tipos que fueron a un cine, hace como 120 años, salieron corriendo y aterrados de la sala cuando vieron que desde la pantalla se les venía encima una locomotora a toda velocidad. Esas personas, por obvias razones, todavía no estaban preparadas para dilucidar las relaciones entre realidad y ficción que involucraba el nuevo dispositivo técnico comunicacional con el que estaban interactuando, el cine. Lo que sus ojos veían era verdad.
Foto: Pablo Vignali
Fuera de sección

Intúyete perdido

Pero detrás de las páginas de los diarios y las teorías donde las cosas confluyen y se ajustan, la percepción se nos escapa. No hablo de sociedades offshore ni de negociados inmundos o políticos y politiquerías. Me refiero más bien a todo lo contrario: esos momentos que pueden durar un minuto, una hora o unas semanas, ese tiempo otro en el que uno anda en el limbo de sí mismo, en el que se confunden la realidad y la ficción, en el que se suspende la atadura perfecta de los acontecimientos externos y sólo se retienen imágenes o cosas escuchadas al pasar, unas distantes de las otras, en principio inconexas, pero que lo persiguen, como si en eso en que uno se detuvo hubiera algo importante que se nos está susurrando, como un secreto ancestral o una epifanía a descubrir.
Foto: Andressa Anholt, Afp
Fuera de sección

La gran confusión

En Fortaleza es verano todo el año y oscurece a las seis de la tarde. Pasamos por la playa urbana para reservar unos pasajes y recorrimos la feria buscando generar hambre para la cena. En eso estábamos cuando irrumpió una manifestación con las consignas "fora Lula, fora Dilma, fora PT, minha bandeira nunca será vermelha". Era una caravana de autos importados y camionetas 4x4: Hylux, Mercedes Benz, Smart, Audi, Mini Cooper. Un lujo de manifestación.
Foto: Iván Franco
Fuera de sección

La herramienta

Los varones nunca necesitaron un vínculo de género para protegerse mutuamente de una amenaza externa. Las mujeres, sí. Por eso desarrollaron espontáneamente unos lazos de solidaridad mucho más firmes que los masculinos, y por eso su artefacto “amistad” es mucho más complejo y desarrollado.
Foto: Dirk Waem, Afp
Fuera de sección

También es Bélgica

La nieve cayó sobre Antwerpen un día antes de Navidad, pero hoy es un cúmulo de hielo y barro. Los árboles están sin una hoja, muchos de ellos podados en forma de muñones. El invierno se nos ha instalado, pensaba hoy de tarde mientras caminábamos por las calles en silencio. Lo único abierto el primero de año eran los comercios de los árabes y de los judíos, ajenos a la solemnidad de la fecha. Comimos en la rotisería de un marroquí que nos atendió en español, con su mujer escondida en la cocina, entre ollas y el turbante negro.
Foto:Santiago Mazzarovich
Fuera de sección

Las plumas no son alas

Hace unos días atravesaba 18 de Julio con la cabeza quién sabe en qué planes o qué vacío. De pronto, un muchacho que pedaleaba su bicicleta y llevaba a una muchacha sentada en el manillar me enrostró un asunto que vengo masticando, con una mínima frase inscrita en amarillo, con caligrafía de antaño, en la parte de atrás de su remera azul: “Alergia a las plumas”. En principio, mi desconocimiento de los asuntos futbolísticos hizo que decodificara esa frase como un símbolo que se me incrustó en la boca del estómago y me hizo tragar saliva con gusto a mierda; el símbolo filtraba de forma perfecta la herida que mi cuerpo acusaba. Era evidente para mí que el tipo casi se había tatuado en su cuerpo (es la hipérbole de la metáfora) el odio profundo a los emplumados, los gays, las maricas, los putos. Sufrí el golpe duro en la mandíbula de un supuesto machito ignorante y agresivo. Más que asco o molestia, sentí miedo.
Foto: Iván Franco
Fuera de sección

Selva selvaggia / Sin City

El reciente episodio político e ideológico provocado por las declaraciones del ministro de Defensa Nacional en torno a la portación de armas no debe sorprender a quienes sentimos y pensamos que la ciudad y la sociedad se están pareciendo cada vez más a una selva, alegoría que nuestra imaginación asocia con la ausencia de civilización (de cultura, de civismo), un ámbito sumido en la naturaleza bruta donde reina “el más fuerte”. Hace algunos años, una visionaria publicidad del Banco de Seguros del Estado representaba la escena urbana como una jungla, el lugar de una feroz competencia entre distintas especies de animales: cebras, leopardos, tigres, saltamontes.
Foto: Iván Franco
Fuera de sección

Un bosque de papel

Soy lector de diarios desde una fresca mañana de enero de 1997, cuando tenía 12 años años y mis padres aprovechaban los veranos para inculcar disciplina de trabajo en mi cuerpo. Ellos laburaban en un almacén en Piriápolis. Yo debía levantarme bien temprano, agarrar la bicicleta y dirigirme al centro de distribución de diarios del pueblo. Por ese entonces yo no sabía que los diarios no eran palabra de dios, sino empresas editoriales cuya subsistencia dependía de su capacidad para elaborar relatos que sedujeran a determinados nichos de mercado.