No tendría ni que decirlo: se está cometiendo una gran injusticia. Es uno de esos momentos en la vida en que dan ganas de claudicar, de tirar por tierra las convicciones, el trabajo hecho, de dejar de confiar en la planificación y en el trabajo serio.
Tengo una desazón bárbara, la verdad. No sólo porque es claro que no he sido ningún improvisado (y en esto me avala, por ejemplo, el estado de las cuentas de nuestra relación: ni un número en rojo en cuatro años), sino que realmente he intentado llevar fehacientemente una planificación integral semana tras semana. A saber:
1) me he esmerado por comprender y atesorar la enseñanza correspondiente en cada encuentro amoroso,
2) siendo consciente de que ya no soy un chiquilín, he entrenado día tras día con mucho empeño para realizar mi mejor performance posible en la intimidad y
3) nunca he dejado de evaluar cada uno de nuestros diálogos, paseos, discusiones, instancias amatorias, etc, en aras de mejorar para la instancia siguiente.
Jamás esperé resultados inmediatos. ¿O alguna vez te pedí que llegaras al mismo tiempo que yo? Tenía claro que vos demorabas un poco más y yo siempre me brindé a la pareja por sobre las individualidades.
Tampoco permití que nuestros conflictos internos salieran a la luz pública. ¿O decime si mi madre se enteró alguna vez de las discusiones que teníamos?
Me duele mucho que no veas que desde el vamos fue prioritario para mí el planteamiento de una estrategia para nuestra relación con plena confianza en que, al momento de ser padres, sabríamos cómo formar a esos jóvenes íntegramente para que cuando fuesen mayores nos representaran de la mejor manera. Siempre aposté a la continuidad de este ciclo. Lo sabés.
Y si alguna vez defendí la filosofía del “atalo con alambre” en alguna reparación en casa, fue como homenaje a aquellos orientales que a finales del siglo XIX se rompieron el lomo en el alambramiento de los campos para luego fundar la Asociación Rural y darnos ese hermoso evento anual que es la Rural del Prado, donde hace cuatro años y dos meses tuvimos la –para mí– dicha de conocernos.
La verdad es que no entiendo en qué fallé. Pero comprendo que ha terminado un ciclo.
Te dejo la casa. Lo único que te pido es que por favor me devuelvas la taza con la cara del Maestro y me envíes la foto que me sacaste con Celso Otero. Esperando que comprendas la fundamentación de mi reclamo, te deseo suerte en esta nueva etapa de reelaboración de objetivos y nuevos planes amorosos. Y haciéndote entrega de un beso con el cometido de saludarte. Así deja constancia. Tu hoy ex: