Día tras día, muchos uruguayos debemos soportar la tamaña petulancia con que exhiben sus razones los dueños de la razón, que tendrán toda su razón para hacerlo, pero llegó la hora de revelar el abuso y reclamar igualdad.

Los que notoriamente carecemos de congruencia y lógica en nuestras argumentaciones estamos cansados de que no se nos preste la misma atención que a los lúcidos. La escasez de ingenio y discernimiento en nuestro juicio no debería ser fundamento para menoscabar y desconsiderar nuestro aporte.

Por intermedio de esta misiva, exigimos que se tenga en cuenta desde el día de la fecha la necesidad de nuestro discurso insensato e inconsistente. Empujar a esta forma tan poco clara de ver la realidad para afuera de la cocina del porvenir conlleva un alto peligro: que el futuro sea posible. Y el Uruguay no se puede permitir ese absurdo.

En aras de prevenir lamentables circunstancias, este grupo de ciudadanos tan poco iluminados se ha embarcado en la misión de crear la Plataforma Insostenible, Fantasiosa, Irracional y Absurda (PIFIA), en defensa del derecho a aportar cualquier tremendo disparate al gran debate nacional.

Con este objeto y después de una ardua jornada de inverosímil deliberación (abundante en argumentos infundados), la PIFIA resuelve:

1) valorar y alentar, por medio de la salvaguarda de cualquier planteamiento descabellado e idea inconveniente, la proyección de Uruguay(s) imposibles;

2) declarar “persona non grata” a todo aquel que empiece una explicación diciendo “a ver”, y;

3) determinar la obligatoriedad de la Ley de Cuota de Delirio en todas las tertulias (ya sea de sabios vates o políticos neurasténicos).

En resumidas cuentas: que no se nos reprima la animalada, la salvajada, la barbaridad.

Sin otro particular, saludan a usted de forma absolutamente cuestionable, por PIFIA:

FIRMAS…

El juez echó un vistazo a las firmas. A continuación, levantó las cejas como descubriendo el 2 de la muestra y, realizando un lento y sigiloso paneo vertical hacia arriba con el marote, las manos sentenciosas sosteniendo nuestra proclama, se nos quedó mirando unos segundos, incrédulo. Luego sonrió levemente y nos comunicó:

–¿La verdad, señores? Tienen toda la razón del mundo.

Un nudo gutural heló el aire que ratitos antes fluía encantado. A mí se me desaparecieron las palabras de la boca. Les pegué una vichada a mis compañeros y ellos parecían recién llegados de un museo de cera. Con sus ojos me intentaron decir: “Por favor, no lo permitas”. Pero ya no hubo cómo escapar de lo evidente.

Avancé hacia su señoría resuelto a pedirle la devolución de nuestro escrito y que hiciera como que nunca lo hubiera leído, como que nunca hubiésemos pisado su despacho. Pero el magistrado ya había mandado rubricar nuestro manifiesto e inmediatamente ordenó su publicación en el Diario Oficial del día siguiente.

Acabábamos de perder nuestra razón de ser. Qué poco duró esa confortable sombra. Con lo lindo que es ser incomprendido.