Las ciudades de este mundo ya pesan tanto que van cayendo, hundiéndose en la corteza terrestre, como si esta fuera de barro. Se alojan las capas geológicas, los terrones se funden, se ablandan las piedras, se hacen polvo, y entra un chiflete por donde pasan las urbes con todas sus cosas. Van descendiendo hacia el centro de la Tierra en un ritmo suave, anestesiado, a veces de forma algo escalonada, pero no molesta, no bruta. Las gentes ni nos damos cuenta, todos pegados al celu, a los horarios, a los compromisos. Estamos con el tiempo a tope esperando a cobrar el sueldo, al fin de semana, a que baje el boleto, a que Tabárez dé la lista de convocados, a que se haga justicia de una vez por todas. A falta de conciencia (o de interés), esto de hundirse se vive sin pánico. Hasta con disfrute. Como quien se desmorona en la cama después de un día agitado. Además, el precio de los pasajes de una ciudad a otra ha descendido notablemente debido a la reducción de las distancias. ¿Qué vas a andar protestando?

Las metrópolis se imponen a los campos, que se reducen a su mínima expresión: un cantero central. Se ensamblan las calles unas a continuación de las otras, los puentes, los parques, los monumentos, las ramblas, las manzanas se entreveran encastrándose como en un tetris plano, como un gigante rompecabezas metropolitano. Linda forma de apocalipsis.

Lo bueno es que ahora vas de Melo a Dublín en dos patadas. Salís a dar una vuelta por Durazno y aparecés en Melbourne. Para ir de La Paloma a Las Piedras agarrás la Del Navío, doblás a la derecha por La Alameda hasta Penny Lane, cruzás en diagonal la Plaza de la Revolución, el Boulevard Périphérique, la Avenida Rivadavia hacia la Plaza Tahrir y dale derecho nomás por ruta 5 dos cuadras. Trump ya no sabe dónde meter el muro, Netanyahu proyecta una colonia al este de Jerusalén para el viernes y el lunes le queda armada al sur de Tokio. Las ciudades y sus barrios todas apretaditas, como si tuviesen frío. Qué merengue.

Pero ahora: ¿para dónde quedará Montevideo ahora? ¿Cómo hago para llegar a mi ciudad, a mi gente, a mis costumbres? Me cacho.

—Perdoname: ¿qué te andás fumando en ese viaje?

—Te extraño, Montevideo, ¿no entendés? Tengo miedo de que un día seas igual que las otras. Quiero que seas única para siempre. Que seas mi ciudad.

—Sos un tiro al aire. Sabía que no podía confiar en tu estabilidad emocional otra vez.

—¿Por qué me hablás así, Monte? ¿Y por qué estoy hablando con una ciudad? ¿Qué me pasa? ¿Dónde están mis pastillas?

—La altura te está reventando los sesos, loquito. Y los que pagan son los lectores de la diaria. ¿Te parece hacerles esto, con lo que cuesta sacar un medio de prensa independiente en Uruguay hoy en día? ¿Por qué no escribís humor y te dejás de hacer el profeta, que no te queda? No tenés vergüenza. Si precisás la plata, yo te presto, pero no le hagas esto a la gente.

(Extracto de La rambla sur termina donde empieza la de los demás, Ediciones aburridas pero sin faltas, 2001. Anexo: dramático intercambio de editor con columnista).