Días atrás fuimos a pasar una tarde maravillosa con mi familia al balneario Las Cañas. Lo que vivencié allí me proporcionó una nueva visión sobre lo que está ocurriendo en este país y, específicamente, con mi imagen pública. No quería dejar de compartirlo, si ustedes me lo permiten.
Pude advertir, mirando al monte, cómo ciertos árboles no autóctonos, especialmente acacias (no quería dar nombres pero creo que es pertinente para el caso), han imposibilitado el desarrollo de algunos ejemplares nativos que, tiempos ha, lograban crecer libres y en abundancia, proporcionándonos una sombra segura, pareja y, fundamentalmente: nacional.
Más tarde, me acerco a la orilla para compartir una actividad lúdica en la arena con mi hijo y veo cómo, sin decir “agua va”, el río, aparentemente tranquilo y cuidadoso, se estira y destroza el castillito que había erigido el querubín con sus candorosas manitos, desatando así, naturalmente, el desconsolado llanto del flamante ejemplar de mi núcleo familiar.
Pero les cuento más, si ustedes me lo siguen permitiendo. En el momento del almuerzo, se me cae una miga del refuerzo de salame y una pequeña hormiguita la sube esforzadamente sobre su espalda, con toda la ilusión de poder compartirla con el hormiguero, pero inmediatamente se le acercan dos insectos más grandes, la pechan, le arrebatan la miguita y se van con ella, y la pequeña hormiga queda dando vueltas con un sentimiento de impotencia que también me hizo pensar en los departamentos menos privilegiados de nuestro país, como lo es el nuestro.
Y no queda acá la cosa, porque lo que vivencié allí me ayudó a reflexionar sobre mi propia seguridad doméstica. Al llegar a mi residencia en Mercedes, decido, con mi mujer, colocar 15 cámaras de seguridad en el jardín del fondo para conocer mejor el accionar de nuestras mascotas, a ver qué tanto se regían por lo ético. Y comprobé, para mi sorpresa, que el gato, tan leal que parecía, cada vez que el perro iba a ladrarle a algún vecino en el jardín de adelante, le robaba al menos cuatro pastillitas de su pote y volvía a treparse al techo, haciéndose el nunca visto.
Pero cualquier hijo de vecino también puede comprobar, mirando Animal Planet, de qué manera más vil, tanto el tigre como la chita o cualquiera de esas bestias, preparan y llevan a cabo su almuerzo, sin considerar la situación afectiva o económica por la que puede estar pasando su presa.
Ni hablar de esos sádicos mosquitos, o esos pájaros de copete en punta que ponen un huevo en un lado y nos quieren hacer creer que lo pusieron en otro, subestimando nuestra inteligencia.
Pero para que ustedes puedan constatarlo con sus propios ojos, he traído aquí dos moscas. Fíjense ustedes cómo, si le retiro una alita a una de ellas, la otra, ni bien tiene la oportunidad de salir volando, la mira a la renguita de alas, le hace un guiño con varios centenares de sus ojos, y se escapa desvergonzadamente, salvándose ella e importándole un caramelo lo que le pueda pasar a la más desprotegida.
Por todo esto, distinguidos y estimadísimos señores, hoy vine a plantear mi renuncia aquí, en este honorable congreso, porque obré mal, y reitero mis disculpas, claro que sí, pero no quería dejar mi cargo sin antes mencionar y dejar constancia de este conjunto de maniobras y deslealtades de queridísimos compañeros del mundo animal y de otros sectores. Nada más. Gracias.