“Imposible, sostienen los más apegados a que “las cosas siempre se hicieron así”. Otros, los que viven del sueño, estiman que se puede, que sólo hay que reírse de uno mismo.
El Carnaval de los ofendidos
La pasada jornada carnavalera transcurrió sin grandes sorpresas. A primera hora el conjunto que presentó su actuación logró ofender a dos comunidades, tres partidos políticos y a los mancos. La murga que participó a continuación consiguió una demanda por parte de la sociedad de publicistas, los insultos en redes sociales de los veganos y el reproche en su programa radial de un periodista deportivo. Y cerrando la etapa, la comparsa que está para ganar este año tuvo que pedir disculpas a las lesbianas y a los enanos y recibió la amenaza de los seguidores de Osho y de los hijos de Alá en Uruguay.
Ríe tu espejo
Este mismo febrero, en un almacén de Barros Blancos, supe de un tipo que hace unos años iba caminando por Tristán Narvaja buscando algún clásico de Orwell o de algún otro, y revistas eróticas a buen precio (tiempos en que aún no se conseguía porno a un clic). Se internó en una de esas librerías que tienen colecciones viejas y libros apilados, y donde podés arrimar los tuyos que ya no te interesan y te tiran unos pesos. Revisando los estantes de las Interviú descubrió algo fascinante. En la góndola contigua, en el lomo de un libro algo derruido pero en apariencia sano, se leía: “Cómo hacer reír y no ofender en el intento”. Se olvidó de la dorada piel que presumía la modelo de al lado, desencastró el libro de su hilera y, sin abrirlo, fue directo al mostrador y lo adquirió por chirolas. Como quien se lleva de una perrera un galgo flaco y viejo, pero bueno pa’ ser compañero.
Al llegar a casa se sentó con lápiz y libretita y fue directo al índice:
CAPÍTULO 1. ¿Quién te creés que sos?
CAPÍTULO 2. Hágase tu sombra
CAPÍTULO 3. La risa como estrategia para un mundo en paz
“Ja”, se dijo para dentro, “qué bobada”. Desengañado, igual siguió ojeando las páginas. Al final del libro se desplegaba una planilla, que había que llenarla y enviarla a una dirección en Madrid (seguramente ya inexistente).
1) Mírese al espejo. ¿A qué animal se parece?
2) Recuerde un suceso en su vida que le haya dolido mucho. Escriba un cuplé sobre eso.
3) ¿Qué es lo que menos le gusta de su físico? Sáquele una foto, encuádrela y póngala sobre su mesita de luz.
4) ¿Quién hubiese querido ser? Escriba una carta de suicidio donde el que hubiese querido ser se confiesa que hubiese querido ser como usted.
Y así.
Los vecinos del barrio dicen que en estos años se ha transformado en un tipo solitario. Siempre entra al almacén saludando a lo que se le pase por delante, a medio pensar y reír, como colgado de una nube. Algunos creen que se ríe de ellos. Muchas tardes pasa dando vueltas por la plaza y la avenida con la cabeza andá a saber dónde, como si no tuviera apuro ni precisara más nada ni de más nadie. Algunos dicen que escribe en un fanzine local y firma con seudónimo. “Una cosa medio aburrida”, comentaron unos que acababan de entrar. Pero nadie se ha sentido ofendido por lo que escribe. Vea usted qué sano.