¿Cuál es el uruguayo más medio pelo que existe o existió? ¿Con qué figura los uruguayos de ninguna manera nos queremos sentir identificados, por mucho que se nos parezca?
A partir del próximo mes, y como homenaje a la llegada del último ciclista –vaya si será representativo–, los uruguayos y las uruguayas podremos elegir cuál de nuestros compatriotas, vivos o muertos, consideramos que es el uruguayo o la uruguaya cuya vida y obra desata menos polémica que un 9 a 0. Ese uruguayo o uruguaya que, por mucho que quiso, nunca llegó a nada, o mejor dicho: quedó a mitad de camino, ni chicha ni limonada. Ese oriental u orientala que se ilusionó con ser una personalidad destacada, pero le faltó carisma, o apellido, o tal vez una pizca de ambición, o contactos. O tenía demasiados y se pensó que era soplar y hacer botella.
Votá a tu Medio Pelo favorito. Los candidatos competirán en tres categorías:
(1). No le dio la nafta.
(2). No se lo permitieron.
(3). No tuvo ningunas intenciones de trascender y se fue a cultivar cannabis al Cerro de los Burros.
El Uruguayo Medio Pelo. Un gran entretenimiento basado en un elaborado formato del viejo Canal 5, que nunca salió al aire (o salió pero nadie se enteró).
Un show cargado de nostalgia, de vergüenza ajena, de bullying, en el que el público tendrá la oportunidad de sentirse exitoso viendo que hay gente a la que le va peor.
En el aire
Querida mamá: Me han invitado a ser panelista del concurso El Uruguayo Medio Pelo. Por más que esto del entretenimiento televisivo no es lo mío, consideré oportuno participar en una iniciativa que promociona la lectura, el repaso histórico, la indagación en nuestra identidad, y así contribuir al acercamiento de los más jóvenes a las bibliotecas y la instrucción académica y aportar al desarrollo de una mínima erudición en nuestra población. Y además necesito el dinero.
Al comenzar el programa, el conductor me pidió una reflexión acerca de nuestra idiosincrasia, y comenté algo sobre la influencia de la cultura indígena, de los negros y de los gauchos. De inmediato sentí un chicotazo en el tobillo. La mujer que me acompañaba en el panel de especialistas –dama a la que yo no tenía el gusto de conocerle su trabajo pero supuse que por algo la habrían invitado– se puso a increparme. Me acusó de que estaba ideologizando y me dijo que si yo “quería hacer propaganda partidaria aprovechando las luces de las cámaras”, que me fuera a hacerlo al comité.
Después de que me recuperé del desconcierto, advertí que aquel chicotazo había sido una bruta patada que ella me suministró en el tobillo derecho con la punta de su tacón, y que el rojo de la sangre se me estaba desparramando por el soquete blanco.
Mi pie empezó a hincharse tanto que tuve miedo de que se me gangrenara, porque tengo la diabetes que no la estoy pudiendo controlar. Pero logré bajarme un poco los pantalones para que nadie lo notara. Así aguanté como un campión, mamá, interviniendo poquito y con perfil bajo, ¡hasta el último bloque! Lo importante es que logré finalizar el programa sin desmayarme.
Pero más tarde, en el vestuario de hombres, mientras me curaba la herida en el tobillo y me cambiaba la ropa de panelista por la de persona común, la dama agresora entra sin pedir permiso ni disculpas, se me acerca, y con un provocador movimiento de caderas, de un golpe, me cierra el locker. Y clavándome la mirada, me dice: “Lo que pasa en el set se queda en el set”. Luego me agarra la mandíbula, me da un chupón y me deja una tarjeta arriba del portafolio. Y me dice que me espera mañana a las seis a tomar el té.
La verdad, quedé pasmado. Jamás esperé. Creo que voy a pedir uno mixto.