Es martes 15 de enero pero el bullicio en los pasillos de la escuela 200 se asemeja al de un día cualquiera del año lectivo. A media mañana, los niños que ya terminaron de desayunar se empiezan a desperdigar, unos con energía arrasadora, otros más perezosos, y son casi arrastrados hacia los salones donde se van a desarrollar las distintas actividades. No falta el que llora porque es su primer día y es consolado por su hermana, un par de años más grande, que lo abraza y le seca las lágrimas que se deslizan por sus cachetes. Algunos de los niños precisan a los maestros y auxiliares para trasladarse, otros se apoyan en sus sillas de ruedas, bastones o andadores. Todos se van despertando y preparando para otro día distinto en la escuela: en verano sólo se va para divertirse.

La escuela 200, ubicada en el Prado, es referente a nivel nacional en la atención pedagógica de niños con discapacidad motriz, y este año participó por primera vez en el programa Verano Educativo. Desde el 7 de enero y hasta el 7 de febrero, la escuela permanece abierta de lunes a viernes, desde las ocho y media de la mañana hasta la una de la tarde. Anteriormente la institución había participado en el programa, cuando se llamaba Verano Solidario, pero había sido orientado exclusivamente para la población de ese centro educativo. Esta vez pudieron inscribirse niños y niñas de otras escuelas y barrios cercanos, con lo cual se integró a alumnos que no tienen discapacidad motriz con los alumnos de todo el año.

Lo primero que hacen los niños al llegar es desayunar. Dado que muchos de ellos tienen problemas de deglución y requieren de la ayuda de los auxiliares, que son solamente dos, el desayuno puede durar hasta una hora. Luego, cuando son pasadas las 9.00, los 68 alumnos que están inscriptos se dividen en cuatro grupos que asisten a distintas actividades lúdicas y pedagógicas: educación física, talleres de cerámica, artes visuales y teatro. Los cuatro grupos pasan por las distintas actividades cada día, de lunes a jueves. El turno de educación física se utiliza para realizar paseos. El viernes se reúne a los niños con la directora y los maestros para hacer una evaluación de la semana que pasó y planificar la siguiente.

El año pasado, cerca de noviembre, cuando se realizó el llamado a las instituciones para participar en el programa, la inspección del Consejo de Educación Inicial y Primaria (CEIP) le preguntó a la directora, Delia Urgoiti, si estaba interesada en participar en Verano Educativo en 2019. Ella dijo que sí, pero que no contaba con el personal necesario. “Si no tenemos suficiente personal no podemos abrir, porque tenemos muchos gurises con complejidades en el funcionamiento, en lo que tiene que ver con la deglución, con la atención, con conductas un poco desviadas o de escapismo”, explica. Días después, dos maestras le dijeron que estaban interesadas en la propuesta. Entonces, se inscribieron y mandaron el proyecto de trabajo al CEIP.

De los adultos

Urgoiti cuenta que, en algunas ocasiones, son los propios padres de niños con discapacidad quienes “segregan”, ya que piensan que “estar con tantos niños con discapacidad les va a hacer mal” a sus hijos. “Nunca les va a hacer mal, y si nosotros vemos que emocionalmente los está afectando vamos a buscar los apoyos para saber por qué y qué es lo que hay que trabajar con ese niño”, señala. “Ningún niño puede afectar al otro, porque además tenemos que aprender, que es lo que nos cuesta a los adultos, a valorar lo que las personas pueden, no lo que no pueden. Primero vemos la discapacidad, la dificultad, la limitación, para después darnos tiempo para ver qué es lo que puede la persona. Y tenemos que hacer al revés”, concluye.

El mundo que soñamos

En el taller de teatro hay unos diez niños, sentados alrededor de una mesa larga. Algunos en sillas comunes, otros en sillas de ruedas. Algunos hablan fluidamente, tanto que la maestra los tiene que hacer callar porque suben demasiado el volumen o no escuchan a sus compañeros. Otros se comunican con gestos, sonidos y movimientos. Ludmila, por ejemplo, le dice a la maestra de teatro que le gusta su pelo, largo y negro, cinchando de él. La maestra la mira y la pequeña, sentada en su silla de ruedas, se ríe con picardía. “Siempre hace eso. Mirá, mirá cómo te cincha de la camisa. Eso significa que le gusta”, dice Paola, y Ludmila asiente y se vuelve a reír.

La maestra arma un barco de papel y explica la consigna de ese día: “Vamos a ir pasándonos el barco, que es una representación del mundo que soñamos, y vamos a decir cómo queremos que sea ese mundo”. Los niños comentan la propuesta entre sí, hablando unos por encima de otros y haciendo bromas que hacen estallar a todos en risas, incluso a los más tímidos; el pequeño que lloraba al comienzo del día ahora está integrado con el grupo, aunque sigue de cerca a su hermana mayor, quien vigila con ternura cada movimiento que hace. Finalmente, la mayoría decide que el mundo de sus sueños es uno hecho de comida. La discusión se centra en si sería de chocolate, golosinas o hamburguesas. Uno de ellos plantea que sea de tortilla con panchos. “Ya está, lo importante es que sea de comida”, espeta una de las niñas y termina la discusión.

El proyecto que presentó en noviembre la escuela 200 ante el CEIP tiene como hilo conductor “el mundo que soñamos”, de forma que esa idea atraviesa todos los ejercicios y actividades que se realizan durante el ciclo, para hacer reflexionar e imaginar a los niños. “Yo hace años pienso y siento que la escuela tendría que funcionar los 365 días del año”, sostiene la directora, que trabaja allí desde 1988. “Estos chiquilines necesitan una sistematización muy importante. Participar en Verano Educativo es importante para lograr esa sistematización, para que el niño no esté frente al televisor un mes entero, o directamente en la cama”, explica. Lo ideal, dice, es que el niño siga yendo a la escuela, aunque sea simplemente a jugar, para seguir aprendiendo a vincularse y continuar con aquello que dejó en diciembre, de forma de evitar que en marzo se empiece prácticamente de cero.

“Yo quiero que los chiquilines sigan disfrutando, sigan aprendiendo y siendo felices, como lo son ahora. También ayudarlos a generar experiencias de vida que la familia no les puede dar”, sostiene Urgoiti. Ese día, uno de los grupos fue a la fortaleza del Cerro y uno de los niños, mirando hacia la bahía, dijo: “¿Y aquel país del otro lado cuál es?”. “Lo que tratamos de hacer es generar esas experiencias de vida y abrirles el mundo. Hay muchos chiquilines que nunca han salido del barrio, que no conocen más allá de este entorno. Por eso, esto también es rico para ellos”, cuenta la directora.

Movimiento

La directora cuenta que un día “normal” en la escuela 200 es “muy movido” y que eso “impacta” a los maestros que pasan por la institución. Además, afirma que “es una escuela de puertas abiertas”, por lo que toda propuesta que llegue “para hacer cosas” que impliquen aprendizaje “se van a hacer”. Eso hace que el centro educativo participe “en todos los concursos que te puedas imaginar”, relata Urgoiti, y agrega con orgullo que incluso han ganado consecutivamente hasta tres concursos de la empresa Inca. “También anotamos a las maestras en todos los cursos”, afirma la directora.

El resto del año

Todos los alumnos de la escuela 200 tienen discapacidad motriz de base. 95% de los casos se trata de lesiones neurológicas, mientras que 90% de ellos tiene parálisis cerebral. El resto tiene otro tipo de síndromes, como distrofias musculares. La directora de la institución afirma que últimamente están apareciendo más niños con enfermedades raras de corte genético. Por ejemplo, una alumna tiene síndrome de Kabuki. Los chicos con parálisis cerebral y distrofia muscular tienen problemas severos en el sistema cardiorrespiratorio, lo cual reduce drásticamente su expectativa de vida en relación al resto de la población, y es muy común que contraigan infecciones por mala higiene respiratoria.

20% de quienes concurren a la escuela no tiene lenguaje oral y otro poco tiene alteraciones severas en el lenguaje; es decir, hablan, pero no se les entiende. Ese 20% y algo más necesita sistemas de comunicación alternativos. Por eso el centro tiene pictogramas: dibujos que representan sujetos, acciones y funciones. Ellos se comunican utilizándolos y tienen los suyos personales y otros que identifican lugares y están distribuidos en el edificio. Por ejemplo, los baños tienen un pictograma, la Dirección tiene un pictograma, y así todos los salones. El resto tiene lenguaje, con alteraciones en el caso de algunos niños con disartrias, pero que no les impiden comunicarse fluidamente.

“El trabajo del año es muy estresante y cansador”, confiesa Urgoiti. “Es un abordaje que exige muchísimo en la planificación, conocer al niño personalmente y a nivel físico y prestarle el cuerpo”, señala, y explica que el docente todo el tiempo tiene que manipular el cuerpo de los alumnos, lo cual exige mucho esfuerzo físico, mental y emocional. Sólo en 2018 murieron cuatro alumnos de la escuela. “Esos son golpes muy fuertes. El maestro no se prepara para que se mueran los alumnos”, reflexiona. Además, los maestros deben abordar ese tema tan sensible con los propios niños.

No obstante, en la escuela no se comienza por la discapacidad cuando se trata de conocer a los alumnos. “Yo siempre les digo a las maestras cuando llegan: ‘Ustedes primero trabajen con el niño, jueguen con él y generen el vínculo’”, afirma la directora. Si es un niño con retos múltiples o discapacidad muy severa, la familia debe ser el nexo entre el alumno y la maestra. Y después, recién, leer los informes. “A veces los cartelitos o entrar a internet a buscar información sobre ese síndrome impacta demasiado. Y los niños no son eso. Los niños son niños, aunque con características particulares, que obviamente tenemos que saberlas”, afirma.

Trayecto

Urgoiti recuerda que estaba trabajando en una escuela común como maestra de apoyo y un reajuste de cargos la llevó hasta la escuela 200. “Y quedé fascinada. Me fascinó la dinámica de trabajo, que implica exigirte todos los días, tener que cuestionarte constantemente, estar buscando cosas nuevas todos los días; esa formación permanente que no la podés dejar, la tenés que seguir. Es apasionante el trabajo con los chiquilines. Es un desafío, y ese desafío del trabajo con el alumno es lo que a mí me encantó”, afirma.

Organización

La escuela 200 se organiza en niveles de cuatro y cinco años y de primero a sexto, como cualquier otra, y a los niños se los distribuye por edades en esos niveles. Pero a veces sucede que, por ejemplo, llega un niño que nunca fue a la escuela y ya tiene siete años. En esos casos se lo pone en el nivel de los niños de siete años y se hace una planificación específica para él, de forma de “compensar el estímulo que no recibió hasta ese momento”. La directora afirma que se hacen “tantas planificaciones como sean necesarias para cada uno de ellos”.

Después de los 15 años van a los talleres, que están en una construcción aparte de la escuela y son un equivalente del liceo, pero adaptado a los chicos con discapacidad motriz. “Por su discapacidad, los chiquilines tienen un desfasaje en el aprendizaje de más o menos dos años”, explica Urgoiti. Esto significa que un niño llega con tres años pero con experiencia de vida de dos o uno, porque, en general, han sido muy sobreprotegidos, han tenido muchas intervenciones quirúrgicas y poca intervención pedagógica.

Generalmente, el niño repite una vez en cada nivel. Es decir, están dos años en nivel cuatro, dos años en nivel cinco, otros dos en primero y así sucesivamente. Por esta razón, llegan a sexto alumnos con 15 años. No obstante, no es común que el niño llegue a sexto; normalmente es incluido antes en otro centro educativo. Lo que se busca es la escolaridad compartida con una escuela común o medio horario. Además, por ser una institución referente, la escuela 200 asesora a UTU, Secundaria y la Universidad de la República para conseguir la inclusión de sus alumnos.

La escuela 200 cuenta con dos fisioterapeutas, una contratada por el Ministerio de Salud Pública y otra por el CEIP, pero no hacen tratamiento sino que asesoran a los docentes, sobre todo acerca del posicionamiento de los niños y la detección de patologías que se estén dando por posturas inadecuadas. Para que un niño con discapacidad motriz pueda aprender tiene que tener una postura correcta, por lo que los docentes continuamente tienen que estar cuidando ese aspecto. “¿Viste que yo hoy en un salón le acomodé la cola a una niña? Hay que ver cómo están mirando, porque a veces, en la dinámica, ellos por los movimientos involuntarios empiezan a correrse. Hay que ver que tengan los pies bien apoyados, la cadera alineada, buen control cefálico, y si no buscar las adecuaciones para que lo tenga”, explica la directora.

Las maestras de la escuela 200 deben capacitarse constantemente. Aunque no hay especializaciones en discapacidad motriz para docentes, hacen formación en psicología, fonoaudiología, dificultades de aprendizaje o sistemas de comunicación alternativos. Pero finalmente, explican, la formación más importante es la que brinda la propia escuela. Las maestras con más experiencia les enseñan a las nuevas. Ahora, en Verano Educativo, hay maestros que nunca trabajaron con niños con discapacidad y lo están haciendo por primera vez, por lo que siempre tiene que haber una maestra con experiencia en la escuela acompañándolos.

Este año la escuela no tiene plata para costear asistentes sociales, psicólogos o fonoaudiólogos, pero la directora afirma que van a buscar la manera de generar recursos para poder pagarlos, por ejemplo, a través de beneficios, apoyos o donaciones. En la escuela el equipamiento de aire acondicionado es donado por empresas, así como las computadoras, las sublimadoras que están en el taller, el horno de cerámica y las impresoras. También reciben apoyo del Ministerio de Desarrollo Social y Primaria financia el transporte, la alimentación y el personal.

Los niños son niños

“Había docentes que tenían dudas sobre si era bueno que se mezclaran tantos niños de otras escuelas con los nuestros y yo les dije: ‘Hasta que no tengas la experiencia no sabés qué es lo que va a pasar, pero mi experiencia en estos años de trabajo es que los niños son mucho más espontáneos y más sanos porque no tienen preconceptos, no tienen temores’”, sostiene Urgoiti. Muchas veces, dice, el adulto se aleja porque no sabe cómo relacionarse. El niño va a buscar el vínculo. Va a mirar, va a tocar, va a preguntar.

“A veces las madres me dicen ‘estoy cansada de que lo miren como si fuera un bicho’, y yo les digo que es preferible que los miren a que den vuelta la cara y hagan de cuenta que no existen. Que los miren y que pregunten, aunque vos estés cansada de contestar lo mismo. Porque esos niños de hoy van a ser los médicos de mañana, los maestros de mañana, los plomeros, los electricistas. Y van a estar preparados socialmente para vincularse con personas con discapacidad, motriz o la que sea”. Para la directora, lo importante es generar espacios de encuentro y ayudar a sus alumnos a vincularse con otros, con y sin discapacidades. En todos los casos, afirma, los niños lo toman con una naturalidad maravillosa.