En los primeros días de esta semana las personas más jóvenes tuvieron que acostumbrarse a escuchar una palabra que para las menos jóvenes despierta recuerdos infelices: carestía. Tal vez no suene muy bien, pero une la impresión cotidiana con los datos duros sobre la constante pérdida de poder adquisitivo causada por la suba de precios. Algo así como una “sensación térmica” (variable entre técnica y subjetiva) del costo de vida.

Este estado de ánimo extendido llegó al núcleo gobernante, que venía intentando atravesar la crisis inflacionaria con breves experimentos de control de precios, y el lunes el presidente Lacalle anunció que se adelantará un pequeño ajuste de los sueldos de empleados públicos y de las jubilaciones.

Esas medidas parecieron no haber conformado ni a quienes reclaman la aplicación de reformas neoliberales ortodoxas ni a quienes reclaman medidas de protección integrales para los más vulnerables.

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