Con GPS, llegamos todos. Sin él, a ver quién sabe en qué barrio queda la calle Andresito Guacurarí. Es apenas una cuadra el espacio que el nomenclátor dedicó al caciquillo, que donde iba el nombre indígena —algunos dicen guaraní— usó también el de Artigas. Cuadra del Cordón que desemboca en un callejón, además. Por qué ir hasta allí: mejor con reserva (vía Facebook o telefónica), porque unos cerveceros caseros montaron un bar en el patio, verde, cálidamente iluminado, con fogones y sillones, y mesitas y guías de luces y banderines y juegos.

En la barbacoa, la parrilla y el horno de barro despachan propuestas semanales bien concretas: esta semana es kebaps de cordero. “Ofrecemos finger food en bandeja descartable, hacemos hasta los panes. Vamos probando, pero que no vengan con la expectativa de ir a un restaurante; no pretendemos ser eso, mi producto es la cerveza”, dice Néstor Pocho Bettinelli. En la barra, en lo que era originalmente el living de la casa, se consiguen las bebidas. La cerveza, en dos variedades que van rotando cada mes, es producida en el fondo. Por estos días se pueden saborear unas frescas IPA de trigo, una APA muy cítrica y una suave golden, la más vendida.

A la moda de las cenas a puertas cerradas, se sumó hace pocos años el revival de los speakeasy o bares escondidos (pero lo suficientemente accesibles para seguir bebiendo). Son costumbres que van calando, que naturalizan la propuesta de un patio cervecero como Shelter, sin cartel en la puerta, que en seis meses logró la convocatoria que otros alcanzan estando en puntos estratégicos. “En el fondo hay cuatro ciruelos, un naranjo, un mandarino, había una parra que tuve que sacar. Es un oasis en pleno Cordón”, apunta Bettinelli. Conoce el terreno: vivió ocho años en esa casa, donde todavía tienen un estudio de arquitectura su suegra y su esposa. Un poco quemado del ambiente de la construcción, decidió largar su empresa para ponerle más fuerza a lo que conocía de la noche. Primero, hace cuatro años, fabricando cerveza en el garaje con sus amigos. Después, montando barras, como la que dejó funcionando en la cava del restaurante Mediterráneo y en Mandala Birra, en Punta Ballena.

Pronto, la cerveza pasó de ser su hobby a planteársela como un negocio. “En octubre abrí el patio, con mi familia viviendo ahí, y se me fue de las manos, porque llegó un momento en que estábamos todos refugiados en el piso de arriba. Aunque es familiar, van niños, la vida de boliche es insostenible”, entiende, así que hace un mes se mudaron a Malvín. “Tampoco fue un sacrificio, fue una apuesta”, aclara.

El terreno tiene 460 metros, de los cuales el bar ocupa unos 400, debidamente tuneados: “El patio es más de la mitad; ahora estamos en el desafío del invierno y no queremos caer en el toldo de pizzería”. Están arrancando los fines de semana con buena parte de los 80 lugares completos y, además, el mes próximo un amigo de Bettinelli abrirá un hostel en la planta superior. Movida no va a faltar, así que vayan descartando la idea de refugio que sugiere el lugar: es Montevideo y el secreto ya es rumor.

Martes a sábados, de 20.00 a 2.00 (a la 1.00 se apaga la música y a las 12.30 cierra la cocina). Conviene reservar para asegurarse mesa al 098310489 y al 24089945 o por la página de Facebook. Aceptan efectivo y débito. Los platos no cuestan más de $ 250 y cambian semanalmente. La pinta sale $ 150 y la media $ 100. A veces se arman campeonatos alrededor del juego de embocar fichas en el sapo de metal. Para evitar conflictos en el barrio, aconsejan estacionar por Yaro y no levantar la voz al transitar por el callejón.