“Podés comer bien, y un día clavarte un guiso y no pasa nada”, dice Edu Navarro. “Lo peor hoy en día son los conservantes, las cosas envasadas. Eso es lo malo”, lo respalda Moira Secco. Tres años atrás, convirtieron la afición en un medio de vida. El guionista de televisión y la pintora empezaron haciendo cenas, las primeras para su círculo íntimo, después en el boliche Paullier & Guaná, armaron talleres en sus casas y, con una ayudita de las redes sociales, la propuesta de Guisolfo prosperó con viandas y delivery hasta que en julio abrieron un local de comida sana para llevar.
Se los puede definir por lo que descartan: cocinan sin harina, sin huevos, sin azúcar y sin lácteos. Sin embargo, en la carta móvil de Guisolfo no es difícil encontrar pollo, pescado y carne roja. Se hicieron conocidos por ofrecer la contundencia de un guiso, pero a medida que sus viandas detox cundieron, fueron desarrollando esas líneas paralelas. La frescura de los insumos es el común denominador. “Además de lo que inicialmente queríamos hacer, que era comida bien casera, que es muy difícil de comer por ahí, queríamos ofrecer platos que veíamos que en el detox funcionaban”, dice Secco. Se apuntan semanalmente unas 85 personas para recibir el almuerzo y la sopa de la cena. Y una vez terminada la dieta depurativa, muchos se enganchan con esos platos coloridos, equilibrados, que están lejos de ser un desabrido menú hospitalario.
“Somos partidarios de una dieta saludable pero sin volvernos locos”, apunta Navarro(el nombre del local es una palabra que su madre usaba mucho). A metros de la Peatonal Sarandí se repitió el mismo proceso que vivieron cuando eran una oferta más de comida en Facebook. La gente pasa, prueba, se hace cliente. “Nos basamos mucho en la demanda. Nos vamos amoldando. Pensamos que íbamos a hacer una vez por semana, los viernes, el Guiso como Dios manda, pero después la gente viene y pide el propio guisolfo”, aporta Secco. Vale decir que viene con pan casero.
Ofrecen cuatro ensaladas fijas, entre ellas una de pollo palteado y otra de atún con alioli vegetal, pero su especialidad son los falafels, esa especie de croqueta de garbanzos “que en Medio Oriente hay en cada esquina”. Sale con mayonesa de zanahoria o de remolacha, servido con limón. “Cuanta más variedad de colores haya en un plato, más variedad de nutrientes, y nos gusta que sea abundante y que si te dicen que tiene mayonesa no sea una muestra”. Otro fuerte del invierno son las sopas, para las que sólo usan vegetales y agua. Tienen sus razones para desestimar algunos ingredientes. No quieren que la comida sea pesada, no quieren que el uso de ajo o morrón le complique la sociabilidad a quien tiene que continuar su día laboral. En lugar de azúcar, utilizan jarabe de ágave para los postres, como las cremas de cajú con gustos frutales que llaman nubecitas, o los que resultaron un éxito, los alfajores de frutos secos y dátiles, con cobertura de cacao.
Un clásico de su menú es un pollo thai, que es un guiso con leche de coco y curry. “Nos lo piden mucho para eventos, porque hacemos catering y cumpleaños. Al final un guiso de lentejas es como exótico”, observa Secco a las risas.
El reducido local de Guisolfo fue acondicionado por el diseñador italiano Roberto Begnini, y luce un mural del músico Fabrizio Cacciatore, quien diseñó la gráfica y es además el primer expositor de una galería mínima y fugaz: El artista del mes.
Guisolfo, en Zabala 1343 y Sarandí, 091417191/29151016. Abren a las 8.00, de lunes a viernes. El plato caliente del día sale 200 pesos, y lo acompañan con arroz integral, cous cous, vermicelli de arroz, y un topping fresco, que puede ser espinaca cruda. Una sopa de 450 gramos sale 70, una ensalada 180 (tienen vasos especiales para viaje), los alfajores, 60, la galleta de avena, 50, un café Illy, 75. Venden vinos De Lucca y aceites De la Sierra, leches vegetales, tés orgánicos y bebidas Jariola.