La Comisión de Postulación para el Campeonato Mundial de Fútbol 2030 se reunió a principios de abril en Buenos Aires. Luego de la reunión, Fernando Cáceres, secretario de Deporte e integrante por Uruguay de dicha comisión, informó que de hacerse el Mundial en Uruguay, Argentina y Paraguay, a nuestro país le tocarían dos sedes, a Paraguay la misma cantidad, mientras que en Argentina serían ocho. 12 sedes: así tiene que ser, así lo exige la FIFA. Se supo eso y también que cada país debe resolver en qué ciudad y en cuáles estadios será. ¿Entonces? El Centenario sería sede por peso histórico, además de ser el estadio con más capacidad del país, mientras que la otra sede pasó a estudio y, probablemente, sea en el interior del país.

Lo primero a tener en cuenta son los deberes que manda FIFA: infraestructura deportiva, equipamiento y servicios necesarios para responder a las exigencias de un Mundial. Si se construye un estadio nuevo –con lo cual ese escenario cumpliría con todas las exigencias– hay que pensar en entre 300 y 500 millones de dólares. Pero el tema no queda sólo ahí. A lo sumo da pie a otro debate: si el dinero lo aporta la FIFA, si lo da en su totalidad o parcialmente, si no sería mejor gastarlo en otra cosa, etcétera.

El lío se armó porque, pensando en el Centenario, no sólo se habló de remodelación, sino que algunos de los proyectos presentados por estudios de arquitectura hablan de demoler ciertas partes –también se deslizó información de que un proyecto pretendía tirarlo abajo íntegramente, pero, días después, eso fue negado por Fernando Cáceres–. De todas formas, tras esos datos, ardió Troya.

Para enmarcar el caso, conviene recordar que el estadio Centenario tiene una parte pública y otra privada: el predio pertenece a la intendencia montevideana, mientras que lo edilicio es de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF). Además, desde 1983, otorgado por FIFA y el único en su especie, tiene el título honorífico de Monumento Histórico del Fútbol Mundial.

Honores aparte, al Centenario le falta trabajo para dejarlo actualizado a las condiciones hoy exigidas: la capacidad, las vías de desalojo, la visibilidad y el techado son los mayores déficits de su actual infraestructura.

Según la Comisión Administradora del Field Oficial (CAFO), en el estadio entran 60.235 personas sentadas. Esto no sería un problema para albergar un partido en fase de grupos, porque FIFA exige una capacidad mínima para 40.000 espectadores. Pero, pensando en la inauguración o en la final, en estos casos la exigencia asciende a 65.000 personas sentadas. De plano, ahí hay remodelación para hacer.

Mario Romano, gerente general de CAFO, opina que la remodelación es necesaria y que es algo que siempre ha estado arriba de la mesa. “Soñamos e impulsamos el Mundial porque creemos que es el momento oportuno para la remodelación del estadio y que tenga una larga y mejor vida”, señaló.

Para Romano el momento es ahora porque la importancia está en el cómo. “Es necesario recorrer un camino de remodelación, de aggiornamiento, pero mantener la fortaleza histórica del Centenario. Es el primer estadio donde se disputó una final del mundo. Hay que acercarse a las exigencias actuales y futuras [de FIFA], pero,indudablemente, al mismo tiempo estar acompañado de un proyecto de sustentabilidad económica que garantice la construcción y el mantenimiento en el tiempo”, indicó.

La viabilidad económica de las reformas no lo inquieta, porque la decisión está siendo llevada adelante por todos los actores necesarios: la cara política del Estado –mediante la Secretaría del Deporte, pero también con participación del presidente de la república, Tabaré Vázquez–, la FIFA, canalizada por la AUF, la Intendencia de Montevideo y actores privados.

Para Romano la visibilidad, una de las exigencias de FIFA, no sería un problema: “Es espectacular, se ve bien de todos lados. Es uno de los estadios desde donde se ve mejor. Hay que tratar de que eso se mantenga cuando el estadio tenga una nueva forma”.

El tema del techado y la capacidad para albergar a la prensa son, tal vez, los mayores desafíos de la remodelación. En ambos casos es escaso: el techo sólo cubre parte de la tribuna América, cuando FIFA exige un mínimo de cobertura de 75% para ser mundialista. Se trataría de la gran reforma, “un desafío enorme porque el techo que hay es muy escaso”. Por su parte, las comodidades para la prensa, sin ir más lejos, se desbordan en los partidos por Eliminatorias.

Consultado sobre la posibilidad de que la América sufra grandes reformas, Romano contestó que sí: “Es necesario, en cantidad y calidad”.

Como si fuera un efecto dominó, hay otro tema que toca de costado la capacidad, y es el de las vías de desalojo. Para FIFA, un estadio de Mundial debe ser desalojado en seis minutos. En ese sentido, al Centenario habría que agregarle puertas de escape y ampliar las escalinatas. Si las escalinatas se amplían así como está hoy el estadio, su capacidad descendería aun más. O sea, doble reforma. O triple, porque, si como exige FIFA, todos los espectadores tienen que estar sentados –con nuevas butacas, porque las que hoy tiene no serían aptas–, las tribunas Colombes y Ámsterdam bajarían su capacidad. “Los asientos deberán ser individuales, estar anclados en el piso, tener una forma confortable, con un respaldo lo suficientemente alto para brindar apoyo a la espalda”, dice FIFA.

No todo debería quedar en las grandes reformas. En el plano de las medianas y pequeñas, hay muchas: accesibilidad para personas con discapacidad, salas para la prensa, servicios higiénicos y de aprovisionamiento, optimizar la señalización, mejorar el sistema de vigilancia, entre otros.

El ritmo se intensifica. En mayo habrá una nueva reunión en Paraguay y el 7 de junio la comisión internacional tripartita se juntará por última vez antes del Mundial de Rusia en Montevideo, en vísperas del encuentro entre Uruguay y Uzbekistán que oficiará de despedida de la selección celeste. El camino trazado de estudios y revisiones –también de mucha reflexión, por qué no– está enfocado en el estadio Centenario de cara a 2030, aunque también debería ser una reflexión más amplia, general, desde qué ciudad o qué país se pretende.

Sobran ejemplos para demostrar que un Mundial no son los estadios. En los dos últimos se hicieron obras majestuosas que hoy rozan la obsolescencia. Lo mismo pasa con infraestructura que se debió instalar fuera de los estadios (reformas viales, hotelería). Por eso, mejor pelota al piso, mirar con visión de cancha, sin la necesidad de llegar a los extremos de “vender el rico patrimonio” o “el lujo es vulgaridad”. Dentro de lo que se pueda, mejor pensar si se puede. Y si se puede, creer que sí.