Por la calle Cuareim, frente al Palacio Santos, una puerta de vidrio invita a sumergirse en el mundo de los vinos. Para ingresar al reducto que ocupa los 420 m2 bajo la librería Puro Verso hay que bajar la escalera montada sobre la base original y rematada con hierro y mármol. Una vez allí, las paredes de piedra dan la impresión de conservar una temperatura de cava. Sin llegar a tanto, el lugar, casi intimidante de lo amplio que es, dotado de una barra y algunas mesas con azulejos, es un remanso para el que llega acalorado de la calle. El espacio era usado como depósito hasta que hace poco menos de un año los responsables de la librería decidieron revivirlo como la vinoteca Teluria.
En los años 60 fue una peña folclórica y de música ciudadana frecuentada por unos jovencitos Alfredo Zitarrosa, Eduardo Mateo, Ruben Rada, Lágrima Ríos, Tabaré Etcheverry, El Sabalero, Julio Sosa y Jorge Cafrune; de hecho, se discute todavía si fue allí que Mercedes Sosa hizo su debut artístico. Es que corren muchas leyendas sobre ese recinto que fue propiedad del general Máximo Santos –se supone que allí tenía esclavos–, que en su larga historia fue luego ocupado por una farmacia y por un colegio de mujeres.
Teluria, que era también el nombre del boliche de hace décadas, ocupaba apenas un sector de ese subsuelo; un rincón hacía las veces de camarines y en otra esquina los clientes recuerdan la presencia de un peluquero. Las fotos de archivo que los parroquianos han ido acercando dejan ver un sitio abarrotado, muy popular, hasta que cerró con el advenimiento de la dictadura.
La actual Teluria funciona como tienda de etiquetas nacionales, argentinas, chilenas, y como bar con asesoría especializada. Este verano están probando extender el horario con el convencimiento, casi eslogan, de tomar vino bien fresco, ya que los viernes están incorporando coctelería en base a blancos y tintos a los que combinan, por ejemplo, con frutas, crema de cassis y soda.
Por ahora el fuerte son los alcoholes, acompañados por una breve carta para sostenerse. Tienen empanadas de jamón y queso, de carne y de pollo, picadas de quesos y embutidos, que llegan a la mesa junto con algunos verdes, cherries, frutas y pan artesanal. Otra opción son los dulces de la tarde, entre ellos alfajores de chocolate y de maicena, tortas, budines, brownies y scones.
80% de las bodegas que manejan son nacionales, aunque además de los vinos regionales cuentan con algunos italianos, franceses e incluso uno húngaro. Cuenta la sommelier a cargo, Isabel Porto, que el turista suele inclinarse por el tannat, como es natural, pero que el locatario hasta llega a pedir cerveza –hay artesanales–, porque también está esa opción, además de grappas, lemoncello, whisky, oporto.
Una escalera más, de madera, comunica con la librería y parte de sus anaqueles; las bibliotecas dedicadas a las publicaciones más antiguas o de segunda mano conviven con los licores. Si bien brindan servicio de cafetería desde las 14.00, el grueso de público se congrega cuando cae el sol, especialmente durante eventos como las presentaciones de libros o degustaciones. En ocasiones han llegado a albergar un centenar de contertulios. Hasta ahora el espíritu de la vieja Teluria fue revivido una vez apenas, cuando un conjunto noruego que tocaba tango con arpa y bandoneón se alió con Olga Delgrossi, cantante que conoció aquella mítica movida.
Teluria. Cuareim 1359, entre 18 de Julio y Colonia. Horario: lunes a jueves de 14.00 a 20.00, viernes de 17.00 a 23.00 y sábados de 12.00 a 18.00. La copa de un vino reserva (a elección) cuesta 140 pesos y se sirve junto con una gentileza de la casa para picar. Los cócteles especiales cambian cada semana y salen en promedio 180 pesos.