“Nos gusta divertirnos, ese es el plan. Estamos tratando de hacer dinero, evidentemente, pero no somos gente ambiciosa. El Imperio es nuestro lugar y queremos que la gente se sienta cómoda aquí”, explica Rubén Montedónico, y la transcripción está depurada, porque la explicación original rebalsa de “güey” y “carnal”, esos “amigos” que encuentra por todos lados, porque a fin de cuentas este mexicano puso un bar en la feria más tradicional de Montevideo.
No lo hizo solo, sino con un grupo de uruguayos que compraron la esquina de Tristán Narvaja y Cerro Largo hace dos años y que desde hace seis domingos se dedican a moverla a base de cerveza artesanal, música en vivo y, este dato corrió fuerte, algo de comida gratis.
“#Síatodo”, reza el pizarrón, y es cierto que hay un precio único ($ 150) para las cervezas artesanales y para los platos turcos que sacan dos cocineros de Estambul. Alí y Orkun, así se llaman, no hablan español, advierte Montedónico, de manera que cuando algún comensal se acerca, le preguntan si se da maña con el inglés para que encargue su porción de tantuni o de pide. “En vez de decir ‘salud’, para brindar dicen ‘serefe’”, instruye el dueño de este boliche con alma de esquina del mundo.
“A Uruguay llegué de vacaciones hace cinco años, me quedé seis meses, volví a México y me di cuenta de que esa sociedad no era lo que me convencía más, y que esta era mucho más cívica y mucho mejor lugar para vivir. Soy productor audiovisual, por eso sólo abrimos los domingos. Mis socios y yo tenemos cosas que hacer el resto de la semana: uno se dedica a las finanzas, otro a la construcción, otro tiene un taller”, dice.
El lugar lo compraron entre tres de ellos: “Gastón Bertrand conocía a una gallega que había vivido aquí desde los años 50. Después hubo un señor que tuvo un bar por 12 años. No sé cómo se llamaba antes. El nombre fue una discusión larguísima; era un tema egocentrista, nada más”.
Que la casa invite el almuerzo, por ejemplo, guiso de lentejas, seguramente ayude a que el bar se acerque a la feria. “No es que regalemos la comida: el kilo de maní cuesta 500 pesos, y en todos lados te regalan maní. El kilo de chorizos cuesta 200 pesos. Entonces, prefiero prender el fuego, porque aparte tengo una parrilla perfecta aquí arriba. Le hago chorizos a la gente, se los regalo en lugar de darle maní. Incluso les da más sed, toman más cerveza, y se van más contentos. Después se corre la voz, ‘güey, ¡allá regalan comida!’, pero es completamente mentira. Sí regalamos, pero no regalamos”.
Lo que cobran, aparte del menú turco, es la bebida, que es Davok tirada. Empezaron con tres barriles el primer día, ahora venden 12, y el domingo pasado estrenaron una canilla en la terraza. “Compramos un montón de cervezas, probamos todas, y la que más nos gustó fue esta. Tenemos una especial, que es cerveza negra nitrogenada. Cuando te la sirven tienes que esperar un ratito para que se condense, porque las burbujas de nitrógeno son mucho más pequeñas que las del carbonatado normal. Entonces, queda una crema en la parte de arriba, en lugar de la espuma, y cuando se asienta, es una cosa espectacular”.
Usan un tanque de nitrógeno con un enfriador y es casi un juego cronometrado ver subir las burbujas mientras despiden ese aroma tostado que recuerda a una Guinness. “La cerveza industrial, para nosotros, es una porquería, y no queríamos acuerdos con grandes marcas, porque son a dos años. Preferimos tratos amigables con los consumidores, buenas políticas de empresa. Hay muchas mejores formas de vender y beber cerveza, de pasar bien en un bar”.
El entretenimiento propiamente dicho, los entremeses musicales, van variando. Pueden estar abajo los Bien Camba, un trío tanguero, y en otra planta un veterano repasando el folclore rioplatense acompañado de su guitarra. Hace una semana se sumó un barbershop quartet, al estilo de esos armoniosos coros de los años 50, apoyado en ese caso en el piano que tienen a disposición en una de las habitaciones.
“Venimos muy bien, empezamos con buena onda con la gente de la feria. Primero pasaban y con mucho recelo nos dejaban dinero para poder ir al baño, imagínate. Ahora pasan y nos saludan”, cuenta Montedónico, o como lo llama la mayoría, Chewbacca. Le dicen como el personaje de Star Wars desde una vez, cuando todavía vivía en México, que estaba ebrio e indecodificable en el bar de un amigo.
Si es que se puede leer Tristán como una seguidilla de cruces donde predominan las verduras, las librerías o los repuestos, El Imperio está en la zona de antigüedades; de hecho, allí mismo funcionó una casa de objetos, y para mayor coherencia, cada elemento decorativo del bar fue adquirido en la feria.
En lo alto de la construcción, con vista a varias cuadras, sorteando claraboyas, se arma el after más relajado, al que se accede después de subir una escalera con baranda de metal y otra más tras el desván. Ahí llegaron a recibir a un centenar de clientes y otros tantos distribuidos por la casa, pero confían en que hay espacio suficiente como para no sentirse apretado (como sí pasa en las horas pico entre los puestos de la feria). Mientras esperan la primavera, abajo instalaron una estufa de alto rendimiento, que le imprime un aire hogareño a un sitio básicamente de tránsito. En el público se da una mezcla de generaciones con actitud de hostel. Tanto así que, si alguien quiere una caña o un whisky, en lugar de cerveza artesanal, puede comprarlos en algún comercio cercano y llevarlos a El Imperio con toda libertad, que hasta le prestarán vasos.
El Imperio. Tristán Narvaja 1752 esquina Cerro Largo. Abre sólo los domingos desde el mediodía hasta las 18.00 aproximadamente. Es autoservice, todo sale $ 150 y aceptan únicamente efectivo. Tienen una barra de mármol donde ponen el plato del día para servirse sin cargo.