La argentina Graciela Montes casi no necesita presentación. Referente indiscutible de varias generaciones de escritores de literatura infantil y juvenil, voz certera y comprometida en la reflexión en torno a los libros para niños, es también dueña de una obra inmensa. Y el árbol siguió creciendo fue publicado por primera vez en 1986, en plena efervescencia posdictadura.

Esta nueva edición por el sello Alfaguara, muy cuidada y delicada, cuenta con bellísimas ilustraciones de Poly Bernatene que llevan al papel viñetas de gran expresividad, que hacen viajar al lector a la copa misma del árbol donde transcurre la historia. Este libro forma parte, además, de una colección en la que se anuncian títulos de Ema Wolf, Claudia Piñeiro, Laura Devetach, Gustavo Roldán, María Teresa Andruetto, María Elena Walsh, entre otros; es decir, una colección que promete clásicos que serán más que bienvenidos.

La historia comienza con una hojita que empuja en el medio de la avenida 9 de Julio, en pleno Buenos Aires, y se convierte en un enorme árbol que concita primero el asombro, luego la atención y después conflictos diversos. Porque “las cosas más extraordinarias suceden los días de morondanga, porque en esos días suelen pasar las cosas grandes”, esa primitiva fuerza vegetal, capaz de sobreponerse al cemento, al tiempo y a la intemperie, es el germen de la creación de un mundo. Un mundo a pequeña escala en torno a un árbol que simplemente surge en medio de la anchísima avenida. Esa irrupción funciona como alegoría del mundo todo en la redondez de la copa tupida del árbol, y da lugar a un universo de personajes y situaciones tan insólitas como reales. En la tradición de las habichuelas mágicas del cuento tradicional, que no paran de crecer, este árbol se erige como metáfora de la posibilidad de la vida, mediante una historia que transcurre ágil y maravillosa.

Una joyita que vale la pena leer y atesorar.

Y el árbol siguió creciendo, de Graciela Montes, ilustrado por Poly Bernatene. Alfaguara, 2018. 64 páginas.