Durante estos últimos meses, dos de las series que coparon las conversaciones en las redes sociales tienen una temática fantástica. Ambas son adaptaciones (más libres o más directas) de universos literarios que primero fueron fenómenos de venta en librerías y luego pasaron a la pantalla con el mismo o mayor éxito.

Para acentuar las semejanzas, sus autores tienen tres nombres de pila y comparten la doble erre después del primero. JRR Tolkien (1892-1973) y George RR Martin (nacido en 1948) son los responsables de mundos fantásticos que trascendieron los medios para los que fueron creados originalmente. Vale la pena hablar de su descendencia más reciente, que en ocasiones rivaliza con los árboles genealógicos de sus propios personajes.

Mil millones de dólares

En las últimas horas terminó la primera de cinco temporadas planificadas de El Señor de los Anillos: los anillos de poder, definida como la serie televisiva más cara de todos los tiempos, con un presupuesto total que superaría los mil millones de dólares. Hay un selecto grupo de películas que han superado (y con creces) ese número mágico de recaudación, pero aquí se trata de la televisión. Más específicamente, se trata de una plataforma de streaming que no tiene tanda publicitaria sino un número fluctuante de suscriptores, como para que la cuenta de si la serie es redituable sea bastante más compleja.

Claro, no es cualquier plataforma sino Prime Video de Amazon, que en ocasiones ha sabido abrir su billetera casi infinita. Sin adelantarnos, la billetera en principio parece haber sido muy bien aprovechada. Pero antes de conversar de esta serie, es muy interesante hablar de lo que sucedió antes. Y no me refiero a la trilogía de películas dirigidas por Peter Jackson (que han envejecido en gran forma) sino al bidding war o guerra de ofertas entre las grandes compañías del entretenimiento audiovisual para quedarse con las creaciones del más viejo de los dos RR.

Todo comenzó en 2017, que en tiempo relativo fue hace como dos décadas. Los herederos de Tolkien se manifestaron a favor de recibir propuestas tendientes a un programa de televisión basado en las creaciones del escritor y filólogo inglés. Podemos imaginar a varios ejecutivos pensando como enanos y calculando el trabajo necesario para picar esa mina de piedras preciosas y cuánta ganancia podrían obtener de ella.

Fuentes citadas por The Hollywood Reporter señalaron que HBO propuso centrar la serie en la Tercera Edad del Sol, contando nuevamente los hechos de las mencionadas películas. Netflix, por su parte, propuso una suerte de anilloverso con series de Gandalf y de Aragorn construyendo una gran historia al estilo de Marvel. Prime Video, mientras tanto, los convenció con el compromiso de incorporar a los herederos a la hora de tomar decisiones creativas. Esto hizo que, pese a que ofrecieron menos dinero que los 250 millones de dólares de Netflix, los ganadores fueran los representantes de Jeff Bezos.

A la hora de comandar Los anillos de poder, en ese puesto tan complicado de traducir conocido como showrunner designaron a Patrick McKay y JD Payne, en su primera experiencia al mando de una serie. Como ocurrió con David Benioff y DB Weiss al comandar Juego de tronos, la historia dirá si este nuevo par de caucásicos novatos logra llevar una ficción televisiva hacia un final satisfactorio.

Lo visto hasta ahora es bueno, con toques de excelencia. La máxima calidad está, sin duda alguna, en los valores de producción. En los últimos años han llegado otras series fantásticas, basadas en otras sagas de novelas, que pese a tener presupuestos abultados no lograban disimular que uno estaba viendo actores con vestuario en un decorado. En la serie de Prime Video, como ocurrió en el cine, uno cree estar viendo elfos, hombres, enanos y pelosos (que no son hobbits sino sus antepasados). Las locaciones en las que desarrollan sus aventuras son un deleite visual, y la banda de sonido que las acompaña es un deleite sonoro.

En cuanto a la historia, tiene mucho potencial. Ambientada miles de años antes de El Señor de los Anillos, sería (según McKay y Payne) el prólogo de Galadriel al comienzo de la primera de las películas, expandido en las cinco temporadas que están planificadas. El problema es que, por el ritmo de la narrativa, de aquellos cinco minutos de prólogo parecen haber contado apenas una milésima de segundo.

Ese es el gran (¿único?) problema de la serie. Cada una de sus subtramas parecía tener una dirección clara, un objetivo de mayor o menor humildad dependiendo del caso, pero una velocidad pasmosa para llegar desde el punto A hasta el punto B. Como si todas las subtramas fueran, irónicamente, la de Daenerys Targaryen en el universo del otro RR, el más joven de los dos.

Hay esperanzas de que estos lomos de burro narrativos mejoren para la segunda temporada, que ya se comenzó a filmar. En el mencionado reportaje con The Hollywood Reporter McKay dijo que el objetivo de la nueva tanda de episodios es ser “más grande y mejor” que la anterior “en todos los niveles”.

Foto del artículo 'De anillos y dragones: el momento de las precuelas fantásticas'

Ilustración: Miloco

Los dragones

Del otro lado, la historia es diferente, ya que George RR Martin no necesita herederos para negociar con HBO, y las adaptaciones de su universo fantástico siempre se vieron en la pantalla chica. Excepto cuando pasan algunos episodios puntuales en salas de cine, por supuesto.

Todo comenzó con Juego de tronos, estrenada en 2011 bajo la batuta de dos desconocidos con tan poca experiencia en la materia, que el primer piloto tuvo que ser despedazado, ya que aquellos que tuvieron la fortuna de verlo ni siquiera lograron entender que Cersei y Jaime eran hermanos (si no lo vieron, eso le quita bastante emoción al cierre del episodio).

Al poco tiempo la serie se había convertido en must-see-tv, especialmente en aquella época en la que sobrevivía la “televisión evento”, esa que se volvía tema de conversación al día siguiente. Durante varias temporadas desfilaron frente a nosotros los complejos personajes salidos de la mente de Martin, que padecían de una tasa de mortalidad mayor que la de los lemmings. Se destacaron los diálogos, los valores de producción (cómo no) y la crudeza del relato, que no escatimó en sexo ni en violencia, aunque vivió desde dentro el cambio en cierta forma de abordar esos temas en la televisión. Cerró a las atropelladas, pero quizás el tiempo perdone un poquito a sus últimas dos temporadas.

Lo que vino después fue similar a lo de Tolkien, pero dentro de una sola compañía: HBO mandó a la mitad de su cuadrilla de empleados a pensar series derivadas, precuelas, secuelas y toda clase de cuelas de Juego de tronos. Llegaron a tener diez proyectos en las primeras etapas de estudio, con uno de ellos llegando a la filmación del piloto y despidiéndose pateando piedritas hasta que se confirmó la llegada del primero de ellos, una precuela ambientada dos siglos antes y basada en el libro Fuego y sangre, llamada La casa del dragón.

Ryan J Condal, cocreador junto al mismísimo Martin, hizo una definición muy sencilla al citado medio del entretenimiento. “Los Targaryen son como los Jedi de Star Wars, porque te enterabas de que había habido una era en la que eran muchos y muy poderosos, y siempre quisiste ver cómo era. Ahora vas a poder hacerlo”. Justamente, esta dinastía que en la serie anterior había caído en desgracia es la que está sentada en el Trono de Hierro cuando todo comienza.

No es el único grupo de personajes que creció en número al ir hacia atrás: “Los dragones existen en esta era, mientras que en el show original eran una especie extinta que volvía a la vida”, dijo Condal. “Así que hay toda una infraestructura construida alrededor de ellos. Hay una fosa para dragones, monturas y guardianes de dragones. Estos últimos son una orden monástica que se dedica a cuidarlos”.

Visualmente tenemos todo lo que se puede esperar de una serie del tronoverso, al menos desde que HBO empezó a darle más presupuesto a Juego de tronos. La principal diferencia con su serie madre, que cronológicamente es su serie hija (otra que los Targaryen), es que esta primera temporada dio varios saltos temporales, para llegar más rápido a la época en la que se desarrollará el principal conflicto. Esto hizo que no fuéramos testigos de algunos hechos notables, ya que no se desarrollaban en los días elegidos para mostrar en cada episodio, y que tuviéramos que aprendernos nuevas caras para los confusos nombres cada dos o tres semanas.

De todas maneras, apoyados en el personaje que parecía más pasmado al comienzo (el rey Viserys) y que resulta ser el oasis de cordura en un desierto de megalómanos y sociópatas, La casa del dragón ha ido conquistando incluso a los que se resistían. Es que en Westeros (o Poniente) siempre es mejor rendirse que resistirse: las conquistas suelen ser bastante violentas.

¡Que vivan los novios!

Quizás la forma más sencilla (aunque menos seria) de comparar ambas series es utilizar dos eventos que suelen venir de la mano: la despedida de soltero y el casamiento. Los anillos de poder es como un casamiento, ya que hay muchísima plata invertida, todo está muy iluminado y los discursos son esperanzadores, pero puede ser demasiado solemne, predecible, ordenado. La casa del dragón es como una despedida de soltero, llevada a cabo en lugares oscuros con gente borracha, donde siempre aparece alguien desnudo, las peleas son por tonterías y ocasionalmente muere alguien.

Los anillos de poder estrenó este viernes el último capítulo de su primera temporada en Prime Video. La casa del dragón estrena su penúltimo capítulo este domingo, a las 22.00 por HBO.