El padre Gabriele Amorth fue, entre 1986 y 2000 (año de su retiro), el principal de los exorcistas oficiales del Vaticano. Cuando colgó el hábito dio una extensa entrevista y aseguró haber realizado más de 50.000 exorcismos a lo largo de su carrera. Fue sólo la primera de sus muchas declaraciones polémicas.
Por lo pronto, el número de exorcismos fue creciendo en declaraciones posteriores: 70.000 en 2010 y 160.000 en su última entrevista, en 2013, a tres años de su muerte. Sus apariciones televisivas mostraban a un personaje cuando menos contradictorio. Amigo de la ciencia y las explicaciones racionales –la enorme mayoría de los casos que supervisaba los derivaba a psiquiatras o psicólogos–, con el paso de los años y las apariciones fueron volviéndose más y más notorios sus testimonios extremos. Llegó a afirmar que Harry Potter era obra del diablo y que el mismísimo demonio atacó a Juan Pablo II en el Vaticano.
Presidente de la Asociación Internacional de Exorcistas (la fundó en 1990) y autor de más de media docena de libros donde recoge sus múltiples casos, Amorth fue además objeto de un documental, The Devil and Father Amorth (2017), a cargo de nada menos que del recientemente fallecido William Friedkin. De hecho, el sacerdote era amigo personal del cineasta y aseguraba que su película de 1973 El exorcista era un fiel retrato de su trabajo (aunque, aclaraba, el asunto incluía menos efectos especiales).
Semejante personaje real era carne segura de cine, máxime ante el éxito de otra saga, El conjuro, que también toma polémicos “combatientes del mal” como Ed y Lorraine Warren y los vuelve estupendos protagonistas, y eso es lo que ocurre en El exorcista del papa.
Bajo una pátina de “inspirado en hechos reales” que la película jamás se toma en serio, la realización del director Julius Avery (gran proveedor de entretenimiento, como demostró con Overlord e incluso Spartan) apuesta directamente a lo fantástico, la aventura y la creación de un protagonista de esos inmensos y que por sí mismos vale la pena asistir a sus peripecias.
Nuestro relato comienza con una familia estadounidense –madre viuda y dos hijos, una adolescente y un niño– que, apremiada por las deudas, se traslada a España, donde el padre fallecido les heredó algunas propiedades. La principal es una vieja casona que está construida alrededor de una antiquísima vicaría; es allí donde casi de inmediato comenzarán los problemas.
El trabajo de los obreros accede a cierta zona secreta y escondida durante siglos. Algo allí se libera (se agradecen las reminiscencias de la excelente El príncipe de las tinieblas, de John Carpenter) y pronto el niño de la familia comenzará a hablar en lenguas, mover cosas con sólo mirarlas y sufrir horripilantes transformaciones en su carne. Lo más particular de esto es que pide específicamente por el exorcista que da nombre a nuestro relato.
Y hacia allá va Amorth, aquí en la piel de un divertidísimo Russell Crowe quien es, por lejos, lo que mejor funciona. En su motito, con su humor irreductible y su acento italiano que haría palidecer de vergüenza al mismísimo Mario Bros., Crowe entiende las posibilidades de la película mejor que ninguno. Entiende el sabor pulp y folletinero tanto del relato como del personaje, a quien la historia hará pasar por no pocas tribulaciones, pero siempre mantendrá su aura heroica, burlona y carismática.
Presentada como una película de terror, El exorcista del papa no sólo no asusta nunca, sino que durante gran parte de su metraje se mueve por lugares tan convencionales, es tan “de esquema”, que puede despertar algún que otro bostezo. Pero parece ser consciente de eso, por lo que escapa a ser “una película de exorcismos” y apela a la investigación aventurera, exploraciones de cavernas a lo Indiana Jones, cuartos secretos y textos antiquísimos que revelan horribles verdades escondidas. Presenta, antes que el relato puntual, al personaje (que es mejor que la propia película) y lo deja bien dispuesto a protagonizar su propia saga (ya se ha confirmado una segunda entrega).
El delirante personaje real es aquí un héroe hecho y derecho, con personalidad atractiva y el carisma arrollador de la estrella que lo interpreta. Y aunque uno pueda enarcar las cejas ante cada cosa que dijo Gabriele Amorth en la vida real, la idea de ver al de Russell Crowe protagonizar más aventuras es muy deseable. Funcionó con los Warren y funciona con Amorth.
El exorcista del papa (The Pope’s Exorcist). 103 minutos. En HBO Max.