Pese a encontrarnos en la era del blockbuster, con los estudios y las salas de cine apostando al entretenimiento masivo que llena los ojos, los resultados desde el punto de vista visual están bastante lejos de la excelencia. Las películas más caras de la historia llegan con efectos especiales regulares y la cámara plantada en el lugar más obvio para que se entienda lo que está sucediendo. Será por eso que después llegan obras mejor filmadas (como la biopic del montón Oppenheimer) y las reciben como si fuera la segunda Venida del Reino.

En este panorama, el estreno de Resistencia (The Creator) sacudió levemente el panorama cinematográfico actual porque –quién lo hubiera imaginado– una película de ciencia ficción puede tener un estilo visual definido y que aporte a lo que se está contando. Cuando te querés acordar, ya pasaron seis años desde que vimos algo parecido, en la hermosa Star Wars: episodio VIII - Los últimos Jedi, de Rian Johnson.

Casualmente, el director de esta nueva obra también tuvo un pasado en la galaxia muy lejana. Gareth Edwards estuvo detrás de Rogue One: una historia de Star Wars (2016), que tenía algunas de las mejores escenas de batalla de toda la saga, tanto en tierra como en el espacio. Claro que aquella dicen que había costado unos 250 millones de dólares, mientras que Resistencia costó solamente 80 millones. Pero muy bien gastados.

Antes de meternos en la trama, sepan que esta es otra película sobre nuestra relación con la inteligencia artificial (IA). Sin embargo, está bastante lejos de lo que vimos en la última entrega de Misión: imposible y más cerca de la ciencia ficción más tradicional de Isaac Asimov (también de iniciales IA... como yo), de aquella época que para hablar de robots con conciencia solamente había que usar el término “cerebro positrónico”; ahora tenemos que andar diferenciando entre máquinas que aprenden solitas y selfis en la plaza de Tiananmén.

Edwards hace bien algunos deberes y nos resume en los primeros minutos las circunstancias que llevaron al mundo al desastre que es actualmente (el actualmente de ellos, aunque el nuestro no es ninguna maravilla). Una explosión nuclear desencadenada por las IA lleva a que Estados Unidos las prohíba, aunque en Asia se siguen fabricando. Adivinen qué región del mundo estará en peligro de bombardeo durante 133 minutos.

Mientras ocurren un montón de cosas bien humanas extrapoladas en mundos fantásticos y/o ruinosos (como en la mejor sci-fi), disfrutaremos de un exquisito diseño que, sin salirse de lo esperable en “la Tierra, segunda mitad del siglo XXI”, utiliza muy bien su presupuesto para crear toda clase de vehículos y robots más o menos distinguibles de los humanos. Mis favoritos: la gigantesca estación espacial y los robots policías. Entre ambos ya justifican el precio de la entrada.

La fotografía y los valores de producción están al servicio de una historia que por momentos peca de ambiciosa y en otros de cliché. El protagonista es Joshua, interpretado por John David Washington, el mismo de Tenet. Es un exmilitar que debe regresar al frente de batalla con una última misión: atrapar al Creador (el del título en inglés), la persona que está detrás de las IA que siguen construyéndose en Asia. En el camino se cruzará con la última “superarma” de los robots: una pequeña niña cibernética con habilidades superiores a las del resto de los suyos.

Lo que están esperando que suceda, sucederá, pero eso ocurre en muchísimas películas de unos cuantos géneros. Vamos, que a veces uno se frustra cuando esas cosas no aparecen. En este caso habrá explosiones, persecuciones, escapes en el anca de un piojo y (obvio) un cambio paulatino en el relacionamiento de Joshua y la pequeña IA. Todo eso en un marco de xenofobia y hasta de budismo cibernético, con una pizca de cine clase B.

El principal sapo narrativo que deberemos deglutir es la desigualdad teórica entre las partes, ya que la pareja protagónica logra zafar de toda clase de obstáculos con una suerte excesiva, incluso después de convertirse en enemigos públicos número 1 y aparecer en todas las pantallas del planeta. Por otra parte, la historia no termina de vendernos lo que hace tan milagrosa a la joven artificial ni por qué la hermosa estación espacial no revienta todo en los primeros cinco minutos.

Edwards apuesta fuerte y en la mayoría de los rubros le sale bien. Cuando quiere ser un nuevo James Cameron (Resistencia tiene mucho de Avatar y todas las que se le parecen), no termina de atar con un moño el regalo que nos quiso hacer. Cameron hay uno solo, después de todo.

Resistencia, de Gareth Edwards, con John David Washington. 123 minutos. En cines.