“Eso me tiene muy expectante, porque es un teatro, y no es que yo haga teatro, pero me gusta un montón lo teatral”, dice Daniel Umpiérrez, mejor conocido como Dani Umpi, sobre la presentación de su nuevo disco, Guazatumba (2023), que tendrá lugar este sábado en la sala Zavala Muniz del teatro Solís. Como es su costumbre, promete hacer de las suyas con un espectáculo total, en el que –según comenta– no faltarán “vestuarios rarísimos y todo ese tipo de cosas”. Entre ese tipo de cosas estará el baile, motivado por el pulso rítmico electropop de su nuevo disco.
Umpi y su banda se ubicarán en el medio de la sala, con todo el público alrededor, y lo van a aprovechar al máximo. “No sabemos cómo va a reaccionar la gente, pero siempre tiende a un baile, vamos a arrancar re arriba”, adelanta el músico, y subraya que en el espectáculo le dará mucho protagonismo al bajo y a la batería, porque Guazatumba es un disco “orgánico” y sus álbumes anteriores no son tan así. “Siempre había un montón de cables y de instrumentos que no sé ni los nombres”, bromea en esta entrevista con la diaria, en la que conversó sobre su nueva vida en Maldonado, la estética sonora del disco que presenta y cómo se lleva con la melancolía.
Mantuviste un silencio discográfico como solista de seis años, desde el álbum Lechiguanas (2017). ¿Qué hiciste en ese tiempo?
En todo ese período viví en Buenos Aires, en el barrio Villa Ortúzar, pero igual venía muy seguido a Uruguay, a Montevideo y a veces a Tacuarembó; no estaba totalmente aislado. Con la pandemia me volví a Uruguay, que justo coincidió con este disco, así que fue un período bien específico para mí. Con el disco Lechiguanas estuve muy entusiasmado, me nominaron a los Premios Gardel en la categoría Mejor álbum de artista masculino pop, pero obviamente no iba a ganar porque estaban Axel y Luciano Pereyra. Igual, por mi forma de ser, me dejó recontento. Y fue la primera vez que tuve una banda con todo: sintetizadores, bajo, guitarra, octapad y todos los chiches. Antes no tenía una formación estable, y toqué un montón, incluso en Uruguay, en La Trastienda.
Estuve súper activo en Buenos Aires también como artista plástico: establecí mejor toda mi forma de trabajar, que en realidad siempre la tuve, porque básicamente soy un artista plástico de taller. Pero en ese momento tenía el taller fuera de mi casa –mi sueño–, al que iba en un horario de oficina, temprano, y había otros artistas en otros talleres, cada uno estaba en su mundo. Fue un período en el que estuve súper productivo plásticamente, haciendo cosas en escalas muy grandes.
Como suele ser todo en Buenos Aires.
Sí, total. Hice un montón de muestras en lugares bárbaros, me afiancé mucho con la galería con la que trabajaba en Buenos Aires, Hache, y también hice todo un trabajo de archivo mío, cosa que no había hecho hasta ese momento, porque siempre fui muy desorganizado, entonces, me organicé mejor. Surgieron muchas ideas y también empecé a tocar con Coghlan y grabamos un disco intermedio, Umpi/Coghlan [2021], que lo empezamos a cantar y todo hasta que vino la pandemia y nos cambió mucho a toda la formación. Toqué con muchas bandas en fiestas de allá, siempre en el ambiente queer, que es más o menos en donde me muevo. Fueron años muy lindos.
Entonces, ¿qué fue lo que te hizo volver a Uruguay e instalarte en Maldonado?
No tenía planeado volver a Uruguay y tampoco tenía un futuro muy claro, porque siempre fui muy de mudarme de un lugar a otro, no tengo mucha cosa y no pienso para nada a largo plazo, y eso a veces juega en contra. Soy un artista del tipo clasificador: todo el tiempo estoy anotando cosas, recortando papelitos, escuchando una canción y poniéndola en una playlist, muy de ir haciendo caos y de organizarlo, siempre estoy juntando textos y haciendo juegos de escritura. Por ejemplo, con un amigo agarramos frases de nuestros chats de Whatsapp y copio cosas, estoy todo el tiempo como en esa onda.
Como dependo mucho del momento, tenía planes a corto plazo, que eran bastante positivos para mí. Había ido a China, estaba pensando unas cosas en Perú, andaba muy creído, pero la pandemia fue devastadora para mí, fue muy fuerte todo, quedé en un estado muy feo, aparte de que no veía ningún tipo de futuro. Pero en ese momento, gracias a mi novio, Goro Gocher, que también es cantante, me vine a vivir con él; nos conocíamos desde hace muchos años y ya estamos juntos hace cuatro años. Él tiene una característica, entre varias, que yo le digo que es un “beach boy”, porque es de vida en la playa: le encanta El Pinar, Neptunia, José Ignacio, Balneario Buenos Aires, todo lo que sea al lado de una playa, y yo eso nunca lo había considerado para nada. Incluso, cuando nos juntamos, manejamos la posibilidad de ir a Montevideo, estuvimos un mes y de vuelta a su vida, entonces, me sumé a su ritmo y fui adaptándome.
¿Cómo te adaptaste a Maldonado? ¿Te gusta la playa?
No, pero de a poco sí. Por ejemplo, estoy dando clases de arte en una academia. Es una vida que no me la esperaba pero que está muy buena. Y a la vez, por mi forma de trabajar, estoy muy productivo, con colaboraciones, porque este año voy a sacar varias cosas, canciones sueltas pero también un EP con Juli Desbats, que es un amigo de Argentina que toca en Los Rusos Hijos de Puta y Yony Linyero.
Tu disco nuevo se llama Guazatumba, como el árbol cuyas hojas se usan como antídoto para mordeduras de víboras. ¿Por qué le pusiste ese título?
En los últimos tres discos hice alguna referencia a algo medio típico de Tacuarembó o que se asocie con el lugar de origen. En este elegí esa planta por varios motivos. Primero, porque dialoga o se complementa con el disco anterior, ya desde lo visual: la tapa de este último es toda blanca, y yo estoy ahí con un velo y algo blanco, y la tapa del disco anterior es toda negra y yo estoy en bolas. Son cosas que hago en mi mente para divertirme. A la vez, el espíritu del nuevo disco es más orgánico; no deja de ser un disco electrónico o de synth pop, pero con arreglos más orgánicos. Pensamos en esa cosa como de planta, que tenía que ser aireado. Aparte, como es una planta curativa, tenía que ser un disco más acogedor, mientras que en el anterior, la lechiguana es una avispa que da una miel medio tóxica, como que todo mal. Además, es el cuarto disco y tiene que ser más estable. Yo me guío por cosas así, aleatorias.
Me da la sensación de que Guazatumba es tu disco más bailable.
No sé, porque han dicho de todo: desde que es el disco más introspectivo y también que es el más bailable. Tiene varios momentos, pero sí, ha generado muchas cosas.
¿Sos de prestarle atención a lo que dicen de tu música?
Sí, y soy muy de no estar de acuerdo... Pero, a la vez, la verdad es que me han ayudado un montón. Porque, por ejemplo, con el disco anterior, Lechiguanas, estando en Argentina resaltaron mis características uruguayas, y cuando estaba acá no me sentía parte del panorama, siempre me veía como algo disidente o de los márgenes. Tampoco tenía mucho conocido, me veía muy aislado, entonces, cuando escribieron que al disco anterior lo veían tan uruguayo, recién entonces me asumí más como cantautor. Porque, obviamente, la lírica que manejo es recontra uruguaya, y canto re raro, y los uruguayos cantan re raro, o sea, tengo un montón de cosas uruguayas, que en otro momento yo no las veía, y los demás menos.
Pero por la música y la estética sonora, este nuevo disco uno no diría que es uruguayo.
No, porque está como deconstruido. Por ejemplo, la canción “Saturno”, cuando la empezamos era como una cosa de candombe. La tradición uruguaya no está, pero soy muy exigente con la poética, y eso es típico de los cantautores uruguayos, y aparte soy de Tacuarembó...
La canción “¿En qué andará mi novio?” tiene una melancolía que es uruguaya.
Total, es re uruguaya.
¿Cómo te llevás con la melancolía?
La melancolía la he vivido como algo estético, por mi formación estética, que es de monstrua gay y camp, por eso me fascina tanto el arquetipo de la drag trash llorando arriba de un piano. Esa imagen me encanta, que yo entiendo que es melancólica pero es básicamente camp, una decisión estética, porque le huyo un poco a lo melancólico, algunas cosas no me gustan y otras cosas las conozco por ósmosis. Muchos de mis consumos culturales son por ósmosis: he estado con parejas que sí han curtido eso, porque si fuera por mí, no se explica que conozca a Johnny Cash o Sonic Youth, por ejemplo. Si es por mi cuenta, escucho todo electropop o cosas de avant-garde y artpop. Eso es lo que escucho más, pero las cosas melancólicas me gustan si están estetizadas, si hay una búsqueda, como Florence and the Machine. Y ahora me encanta Olivia Rodrigo, que la escucha mucho mi novio; si tiene una carga estética de diva, me gusta.
La estética sonora de este disco, si bien está dentro de la electrónica, tiene muchas variantes. Por ejemplo, “Santo” suena con algo de house y hay otras canciones con arreglos de synth pop. ¿Fue a propósito o te salió natural?
Fue saliendo. En el caso de “Santo”, tuvo muchas variaciones, porque pensábamos una canción distinta, iba por otro lado, y mientras hacíamos el disco con Dr. Taba, que fue el productor, dijimos que tenía que terminar como que salgan a bailar, entonces, la canción es como un remix. La grabamos como si entráramos a un boliche y hay alguien remixando la canción, es una lógica DJ; todo el disco es medio así. Hay varias influencias, pero nunca muy concretas, porque cuando hago algo con un productor me manejo con imágenes o cosas medio raras, no es que voy y le muestro tal canción o artista de referencia.
La electrónica ha ido perdiendo cada vez más la melodía, ya es puro ritmo y casi nada de armonía, pero vos le seguís dando importancia a la melodía vocal.
Claro, en ese sentido, estoy muy dentro de la tradición del electropop latino, porque son re importantes las melodías; es una canción con electrónica pero no deja de ser una canción. Si hay una refe sería Pet Shop Boys o Fangoria –en español–. La melodía es muy importante.
Este disco tiene muchas colaboraciones, pero siempre fuiste muy colaborativo.
Sí, porque yo básicamente canto, hago letras y melodías, pero no toco instrumentos, entonces, siempre estoy haciendo las cosas con otra gente, compongo con alguien. Sobre un kick hago todo, pienso y tarareo las cosas, y tengo que conseguir a alguien que me entienda y que tenga cierta afinidad musical, si no me resulta muy difícil.
Por más que no toques un instrumento, si cantás y componés también sos cantautor, porque el estereotipo del cantautor que es únicamente un barbudo con la guitarra colgada ya es de otra época.
Sí, es de otra época pero en cualquier momento la agarro, con alguien al lado. Ya lo he hecho: el disco Dramática [2009], que es todo de covers, con Adrián Soiza, que toca la guitarra, más tipo brasilero. Ese lugar también me gusta.
En noviembre vas a cumplir 50. ¿Cómo te cae ese número redondo?
Me lo han preguntado un montón y no lo tenía tan pensado, entonces, hice unas evaluaciones rápidas que fueron bastante positivas. Porque, teniendo en cuenta la actividad de los artistas, siempre está el momento middle career, que es bastante crítico, porque muchos dejan de producir y abandonan sus carreras. La crisis de los 50 de una persona que se siente mal porque está en un lugar que no quería y nunca probó determinadas cosas. Pero en mi caso no me pasa, porque siempre manejé mi voluntad, traté de hacer todo lo que se me antojaba, en la medida de lo que podía. Me fue muy bien; no tengo un auto y una casa, pero para mí sería un incordio, porque capaz que mañana mi novio y yo nos queremos ir a otro lado, soy muy desarraigado. Cosas que en otro momento me parecía que jugaban en mi contra, al final, jugaron a favor.
Dani Umpi sábado a las 20.00 en la sala Zavala Muniz del teatro Solís. Entradas en Tickantel a $ 750. 2x1 para la diaria Beneficios.