Aplastar nazis siempre está bien, o así lo ha entendido el cine desde hace décadas, y en tiempos recientes incluso se liquida a estos villanos por antonomasia en un formato ligero, entretenido y casi gracioso que revisa sucesos de la Segunda Guerra Mundial.
No es exactamente una novedad total, porque comedias bélicas antinazis tuvimos desde siempre, fuera con El botín de los valientes (Kelly’s Heroes, 1970) o largos tramos de Los 12 del patíbulo (The Dirty Dozen, 1967), pero ahora parecería que la comedia con nazis está de vuelta. Tuvimos hace muy poco a la finlandesa Sisu y la alemana Sangre y oro, que ambientaban en momentos históricos puntuales un relato ficcional, lo que tensaba el verosímil hacia la comedia o la acción exagerada. Así, se contaba “una de guerra” con coordenadas diferentes.
En el caso de Guerra sin reglas (básica traducción del mucho mejor título original The Ministry of Ungentlemanly Warfare), lo peculiar es que la historia, por disparatada que resulte, es mucho menos ficcional de lo que puede creerse en un principio.
La operación bélica llamada Postmaster, liderada por el mayor Gustavus March-Phillipps con Geoffrey Appleyard como segundo al mando, se realizó en 1942 como preparativo del desembarco aliado en Normandía. Comprendió el robo de dos buques fundamentales para brindar suministros a submarinos alemanes, los temibles U-Boote. Como estaban destinados en la isla Fernando Po –en el África colonial española–, la misión fue encargada a un irregular grupo comando con el que se podía negar todo vínculo si la cosa llegaba a salir mal por tratarse de una operación en tierras españolas, “neutrales” a efectos oficiales en la guerra. Allá fue el grupo y en una arriesgada maniobra –aprovechando la distracción de una fiesta alemana– se robaron ambos barcos.
Si empezamos a hilar fino, las diferencias entre la misión real y la espectacular y exagerada visión de los hechos que presenta el director Guy Ritchie son unas cuantas, pero lo cierto es que los hechos ocurrieron más o menos así. Ritchie toma el timón de este relato con la convicción de sus mejores momentos y decide jugar a hacer su propia Bastardos sin gloria, por lo que el componente de acción, humor, hemoglobina y explosiones será bastante alto.
En la película, March-Phillips (Henry Cavill) recibe sus órdenes y, siguiendo al dedillo el manual de las películas “de misión”, arma su equipo: Appleyard (Alex Pettyfer) como segundo al mando, el sueco Anders Larssen (Alan Ritchson) como el experto en armas, Marjorie Stewart (Eiza González) como su espía en la isla, Heron (Babs Olusanmokun) como el facilitador de todo lo que se necesite, Henry Hayes (Hero Fiennes Tiffin) para pilotar lo que aparezca y Freddy Álvarez (Henry Goulding) para volar por los aires lo que haga falta. De allí, lo tradicional, lógico y esperable: van de un punto A a un punto B, se preparan consiguiendo a quien o lo que necesitan en el punto C, y la misión se ejecuta en el punto D. Sin complicaciones o sorpresas, pero sin decepcionar tampoco.
Es verdad que el guion en sí es bastante menos ingenioso que algunos de los ejemplos citados y que es gracias al carisma del elenco que se logra hacer queribles a unos personajes que están bastante poco construidos. A esa lista de personajes cabe agregar al mismísimo Ian Fleming (Freddie Fox), el creador de James Bond, y al ideólogo de la misión, el brigadier Gubins (Cary Elwes), también conocido como “M”, (sí, ese “M”).
Entretenida y todo, Guerra sin reglas corre el peligro de no contener el suficiente encanto de aquellas producciones de las décadas de 1960 y 1970, o, sin ir tan lejos, de productos como la serie Rogue Heroes, sobre el grupo comando SAS británico, que cuenta algo parecido con el mismo estilo y mucho mayor eficacia.
Pero no hilemos tan fino, que no es necesario: vuelan nazis por los aires, se logran misiones disparatadas y nos entretenemos todos un buen rato.
Guerra sin reglas. 120 minutos. En Prime Video. 120 minutos.