Autor del clásico Los cuatro peronismos (1985), un libro fundamental para aproximarse al movimiento político más importante de Argentina del siglo XX, Alejandro Horowicz es un ensayista, sociólogo y periodista de largo recorrido.
Nacido en 1949, también escribió, entre otros libros, El país que estalló (2005), en el que analiza la etapa fundacional argentina, entre las invasiones inglesas y 1820, describiendo la caída del poder virreinal, y este año publicó El kirchnerismo desarmado, ensayo en el que describe por qué esta última versión del justicialismo no llegó a convertirse en un quinto peronismo.
En la previa de las elecciones, Horowicz recibió a la diaria en su casa de Boedo para hablar de la actualidad política argentina y también mundial.
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La situación actual es muy compleja. Hay una inflación enorme y los niveles de pobreza rondan el 40%: ¿qué se puede esperar después de las elecciones, gane uno u otro?
Estabilizar un proceso inflacionario que tiene la amenaza de la hiperinflación en puerta supone un sogazo recesivo, salvo que vos tengas una descomunal inyección de dólares para estabilizarlo. Pero incluso con una descomunal inyección de dólares, si vos no tenés control de cambios, los dólares se te volatilizan, exactamente de la misma manera que se le volatilizaron a Mauricio Macri los 45.000 millones de dólares del préstamo del Fondo Monetario Internacional (FMI), de modo que vas a tener como horizonte un sogazo recesivo, si sale bien, y si sale mal vas a tener un sogazo recesivo que no va a impedir la hiperinflación. La irresponsabilidad de haber hostigado al [exministro de Economía] Martín Guzmán, en el momento en el que había cerrado con los bonistas… En agosto de 2020 tenía la posibilidad de cerrar con el FMI, tenía los términos para la estabilización más amable. Siempre un acuerdo con el FMI es un acuerdo con el FMI, acá no se discutía si pagar o no pagar. Todo lo que se discutía era el plazo, y administrativamente el FMI tiene plazos máximos y para exceder esos plazos hay que tener un planteo que no es el que pueda hacer un ministro de Economía. Es un planteo que solamente puede hacer un bloque político encabezado por el presidente, y eso jamás sucedió. Nunca se planteó “pagamos de esta manera o no pagamos”. En consecuencia, simplemente se bombardeó un acuerdo sin mayor objeto ni provecho que fastidiar a Alberto Fernández y al ministro de Economía. Entonces, lo que lograron es llegar a una situación tres años después en condiciones infinitamente peores. De modo que el horizonte es un horizonte enormemente complejo, porque conviene recordar que la amenaza de la hiperinflación viene de 2019, igual que la amenaza de la cesación de pagos, por lo tanto, lo que estamos viendo es una crisis que no se ha resuelto en cuatro años y que, por lo tanto, se ha agravado.
Pero que gane Massa o Milei no es lo mismo…
La idea de que las cosas sean lo mismo tiene una cierta trivialidad, porque supone establecer un mínimo común denominador olvidando detalles que no son, entre comillas, detalles. No es que no exista un mínimo común denominador: ni Massa ni Milei representan otra cosa que los intereses del bloque de la clase dominante, eso está muy claro. No se trata de discutir en ese sentido, pero el modo que asume la representación tampoco es un asunto tan menor. Es muy evidente que Javier Milei no va a hacer las cosas que dice que va a hacer. No porque él desee o no desee, yo de psicoanálisis no me ocupo, me ocupo de sociología política y lo que yo sé es que para dolarizar se precisan dólares y él no los tiene. Hacer un ajuste de 16 puntos como el que él plantea genera un nivel de resistencia social y política que lo vuelve inviable, por tanto, la mitad de las cosas que plantea son inaplicables e imposibles, simplemente son discursos. Eso no quiere decir que las medidas que pueda tomar no sean, en un momento determinado, terribles, sobre todo cuando alguien se manifiesta tan claramente desaprensivo respecto de cuestiones básicas que ya no forman parte del debate de la sociedad argentina, por lo menos de su sociedad política, pero sí de aquellos que están de alguna manera al margen de estos términos.
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Para el que tiene 40 años, cuando le explican las virtudes democráticas, mira lo que tiene alrededor, que es lo que conoce, y no ve ninguna virtud, ni democrática ni que no lo sea. ¿Cómo juzga uno un método político? Por sus resultados. Y al juzgar este método por sus resultados el balance es catastrófico. Cuando a uno le cuentan que el partido que gobierna es el partido de la justicia social, pues bien, si esta es la justicia social, no vale gran cosa. En consecuencia, la experiencia real de la sociedad en cierto corte etario o hasta cierto corte etario es manifiestamente unívoca y coincide con la imagen negativa de los dirigentes políticos y con los indicadores de pobreza que uno mira desde 2015 a la fecha. En 2015 el porcentaje de pobreza era del 30%, en 2019 era del 35% y ahora hemos superado el 40%. Se puede discutir si estos indicadores son más o menos fieles, pero incluso si uno tiene una regla que está mal, si mide siempre con la misma regla se entera de si una cosa avanza o retrocede, de modo que, más allá del preciosismo estadístico, sobre si es un índice u otro índice, el dato grueso y la percepción colectiva están en continua expansión. Hay 2 millones de nuevos pobres en los últimos dos años, por lo tanto, esto es incontestable y se termina la situación. Por eso, que un ministro que tenga el ajuste a cargo sea el candidato del oficialismo no deja de ser notable. Al mismo tiempo, que el hombre cuyo capital político fue plantarse frente a la casta y decir que era una casta y después se termina asociando con el representante más descompuesto de esa misma casta y organiza una fuerza política con el detritus político de la casta, esto es lo que no admiten los radicales ni los peronistas, todo lo que no tiene lugar en ninguna parte termina en las filas de Milei. Y termina ahí a venta libre, esto es, a cuántos dólares sale un cargo para pagar la campaña. Entonces uno entiende, por ejemplo, que después desaparece la plata de las boletas, la plata de los fiscales, porque hay gente que tiene apuro para recuperar su plata. Y hay algo que sabemos: cuando Macri pone la plata, jamás pone la de él. Su religión no se lo permite.
Vos en una entrevista hace un tiempo dijiste que el presidente Alberto Fernández en un momento de la pandemia tuvo un nivel de aceptación y un capital político muy grande y que lo desperdició.
Completamente. Aparte no es que lo desperdició porque los enemigos del campo nacional y popular, los medios concentrados y todas las sarasas del mundo lo hicieron. Lo hizo solito. Lograr que una sociedad sin vacunas se quede en la casa para aplanar la curva de infecciones hasta que lleguen las vacunas es una tarea imprescindible y de muy difícil cumplimiento. Para eso, el presidente que invitó a hacer esto y construyó en torno a esto una política de Estado organizó un acuerdo entre la salud pública y la salud privada, entre el gobierno de la ciudad de Buenos Aires, que no era de su signo político, y el gobierno de la provincia de Buenos Aires y el resto de las provincias, articuló un dispositivo que le permitió que el eslabón más débil de la cadena fuera respaldado por toda la cadena y de este modo evitar el desborde. Bueno, después de lograr esta pequeña hazaña política, en el mismo momento que consigue este logro y que ya habían empezado a salir las primeras vacunas se manda dos: primero lo del vacunatorio VIP, que todavía más o menos era zafable, porque cayó el ministro de Salud [Ginés González García], pero después hace la fiesta de cumpleaños de su esposa, que es la burla más sangrienta que uno puede hacerle a una sociedad. Y en lugar de retroceder en chancletas, que es lo único que se puede hacer cuando eso toma estado público, intenta explicar que él no cometió ningún delito. Esto es, nos hace saber que es un integrante de la casta. ¿Y cómo se sabe que alguien es integrante de la casta? Porque él está por encima de la ley. Cuando alguien rompe el pacto moral que construyó con una sociedad, en una sociedad en la que la palabra pública estaba muy devaluada, esto y el suicidio son casi imposibles de distinguir. Y esto es lo que hace Alberto Fernández. A partir de ahí fue todo en caída libre, porque además tiene una comprensión de lo que sucede del orden de los infinitésimos. Habíamos pensado que superar la marca del doctor Fernando de la Rúa era muy difícil, pero en Argentina hay gente que se esmera.
Has planteado que, a nivel político, cuando hay un partido o un movimiento muerto, hace falta un enterrador. ¿Esto mismo se puede aplicar a nivel económico? El sistema actual parece no estar respondiendo a las demandas de la sociedad.
Sí, diciéndolo muy amablemente. Si uno mira simplemente la covid, uno se da cuenta de hasta qué punto el milagro no es solamente haber encontrado una vacuna. Pero conviene mirar cómo se encontró esa vacuna y qué es lo que se proclama al mismo tiempo, en paralelo. La vacuna se encontró porque los centros de investigación públicos más importantes, con fondos públicos, importantes, cooperativamente entre sí, intercambiando toda la información existente, por diversos caminos, lograron construir media docena de vacunas eficaces. Esto no surge del mercado, de la libre competencia, surge de la política de Estado que es capaz de responder a una catástrofe en tiempo y forma. Pero esto es lo único que se encara, en esos términos, de ese modo. Y se termina de encarar y es como si no hubiera sucedido, punto uno. Punto dos, la situación de la covid no es una situación que se averigua para ver si se escapó de un laboratorio o es un mutante. No. Esto tiene que ver con haber destruido los hábitats de la producción de alimentos y haber violado todas las normas de equilibrio productivo que el planeta requiere para funcionar. El milagro es que no tengamos una nueva pandemia cada seis meses, ese es el verdadero milagro. Y la pandemia que pasó no sólo no cambió nada en dirección al control y la regulación, sino que, al contrario, los ganadores son precisamente aquellos que son los responsables de la pandemia pasada y de la por venir. Entonces, estamos en una situación no sólo argentina terrible, que por cierto lo es. La Argentina como situación terrible ilustra en un punto muy particular la situación global. Que esta situación no se registre en iguales términos tiene que ver con que la capacidad de los observadores políticos es francamente detestable. No sólo ha desaparecido el periodismo, esto es, el periodismo forma parte de la construcción del principio de realidad, cuando desaparece el periodismo, el principio compartido de realidad desaparece también y, por lo tanto, pasa a ser el reino de “a mí me parece que”. Basta que esto sea así para que la capacidad de respuesta pública no exista, porque la capacidad de debate, no solamente de la sociedad argentina, sino de la sociedad global, es patética. No se discuten más que cargos, mientras la agenda global nos hace saber que esto no funciona. La idea de que en un planeta los 8.000 millones de habitantes pueden ser transportados por 8.000 millones de autos es una idea estúpida, no sólo porque no van a ir a ninguna parte, sino porque van a volar. Entonces, estamos viendo un estado de situación en el que el orden de prioridades políticas y el orden de prioridades del planeta no se tocan. En la Argentina esto adquiere el carácter de catástrofe en curso, en el mundo esto tiene un plano de crecimiento más lento, pero conviene saber que en este espejo argentino se tiene que mirar el planeta, porque esa es la dirección en la que estamos marchando.
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¿Tiene alguna vuelta esto? ¿Qué rol puede jugar la política?
Las necesidades básicas insatisfechas nos dejan claro que las promesas de la política y su capacidad real de esto que se entiende por política no es política, sino que es la administración de lo dado, tal cual está dado. Esto es la dictadura directa del bloque de las clases dominantes en términos de una bancocracia globalizada. El Banco Mundial tiene un mismo programa para Atenas, para Nueva York, para Johannesburgo y para Montevideo. Por supuesto no produce el mismo efecto en Montevideo que en Johannesburgo ni en Atenas y así sucesivamente, pero el programa es uno: libre circulación de capitales. La libre circulación de capitales asegura la rentabilidad global, pero la rentabilidad global asegura la catástrofe global. Hay que elegir entre defender la rentabilidad del capital o defender nuestra supervivencia en este planeta. La nuestra, no la del planeta. Este planeta vivió miles de años sin nosotros y cuando desaparezcamos va a vivir miles de años más.
Lo que está en discusión es nuestra propia desaparición, no otra cosa.
Has planteado que, ante este escenario de fragmentación mundial, Sudamérica debería pararse de otra manera, como bloque, y, por ejemplo, crear un banco común.
Cuando vos mirás cuánto le cuesta un préstamo a España y cuánto le cuesta un préstamo a la Argentina, ves que a España un préstamo le cuesta la tercera parte que a la Argentina. ¿Por qué? Porque España forma parte de la Unión Europea. Sin embargo, la relación de endeudamiento de España con su producto es superior al producto. En el caso de Argentina es bastante inferior al producto, en este momento es del 77% del producto. ¿Por qué un país que tiene una deuda que manifiestamente no puede pagar y que no va a pagar en esos términos puede conseguir la plata a un tercio? Simplemente porque forma parte de una estructura política y económica de otra calidad y otra capacidad de negociación. La idea de que hay monedas nacionales es una mentira del mapa, igual que hay Estados nacionales que son mentiras del mapa. Lo que hay son limitadísimas capacidades de acuerdo a la inserción de cada uno en el mercado mundial. Entonces no es que hay 25 monedas. El dólar es la única moneda con capacidad cancelatoria internacional y ahora está en disputa esa capacidad con la moneda china. Ahora bien, las otras monedas, como por ejemplo el euro, son monedas que se espejan en el dólar, si bien tienen, por cierto, una consistencia que no es la que tiene ninguna moneda latinoamericana, ni siquiera la de Brasil. Estamos hablando de otra cosa, pero lo que tenemos que saber es que la capacidad de escala para que la política quiera decir algo, para que la autonomía relativa de la política pueda operar benéficamente para una sociedad supone la escala política. Sin escala sudamericana, ni Brasil, ni Argentina, ni Uruguay, ni Ecuador ni nadie logra plantarse de ninguna manera y todos la pasan peor. Si no se entiende el principio asociativo como un principio que nos pone en otro lugar del juego, no se está entendiendo nada de la realidad política. Se tiene esa especie de nacionalismo de cabotaje, ese nacionalismo provincial, sudamericano y patético por el cual es mucho más importante un partido de fútbol que cualquier otra cosa. Mientras esto sea así, estaremos en esta situación.