Gildo Insfrán, el gobernador de Formosa que acaba de ser reelecto para su quinto mandato, instó días atrás a “militar sin excusas” la fórmula presidencial de Sergio Massa y Agustín Rossi. Con una aclaración: “No es lo más perfecto, porque en política no existe la perfección”.
El gobernador de esa provincia del norte argentino, resiliente ante todos los vendavales que se batieron sobre el peronismo en las últimas tres décadas y blanco preferido de la oposición conservadora, que lo sindica como emblema del “populismo”, puso voz a la sensación predominante en la alianza gobernante de centroizquierda de cara a las elecciones presidenciales, cuya primera estación será el próximo 13 de agosto, con las primarias obligatorias.
Al cabo de un conflicto extenuante dentro del Frente de Todos (rebautizado Unión por la Patria), el nombre de Massa surgió por decantación más que por convicción estratégica. El candidato no convence del todo al presidente Alberto Fernández, ni a Cristina Kirchner, ni a los peronistas de izquierda, ni a los tradicionales, ni a los gobernadores, ni a los movimientos sociales, ni a los sindicatos, ni a los barrios populares de tradición peronista, pero buena parte de ellos parece haber llegado a la conclusión de que el ministro de Economía es la carta más competitiva para dar pelea a una derecha que se autopercibe ganadora y recargó su agenda.
Unión por la Patria se acerca a las primarias con el peor escenario entre las probabilidades, que estaría dado por una derrota contundente frente a Juntos por el Cambio o incluso un tercer puesto, detrás del ultraderechista Javier Milei. Las primarias son obligatorias para cerca de 35 millones de ciudadanos habilitados y pueden configurar un cuadro determinante para la primera vuelta del 22 de octubre si la suma de los postulantes de la coalición conservadora, Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich, arroja una ventaja clara.
De todas formas, la coalición gobernante también encontró en la candidatura de Massa un andamiaje para concebir la hipótesis de victoria, que pareció descartada por diversas tribus del peronismo en varios tramos de los últimos dos años. El efecto Massa tiene, por un lado, una función ordenadora para Unión por la Patria y, por el otro, despierta incomodidad en Juntos por el Cambio, corrido a la derecha para contener la amenaza de Milei.
El recorrido de Massa
Años atrás, producto de sus vaivenes ideológicos y relacionales, Massa se había ganado una extendida desconfianza en el sistema político argentino. Un repaso por su historia permite constatar que fue liberal de derecha en su primera juventud, sobrevivió a la crisis de 2001 ya incorporado al peronismo, gestionó la administradora de jubilaciones durante el gobierno de Néstor Kirchner (2003-2007), llegó a ser jefe de Gabinete de Cristina durante un año (2008-2009), dejó el Ejecutivo en malos términos, construyó el mayor intento de disidencia antikirchnerista con la “vía del medio” del Frente Renovador (2013), quedó fuera del balotaje presidencial (2015), colaboró intensamente con Mauricio Macri durante el primer año del gobierno conservador y actuó como ariete para “meter presos” a exfuncionarios kirchneristas (2016), comenzó a reencontrarse con el peronismo cuando colapsó la apuesta económica liberal (2018) y regresó a las fuentes cuando Cristina y Alberto Fernández conformaron el Frente de Todos (2019).
Ese periplo había tenido un alto costo electoral para Massa. En pocos años, de presidenciable competitivo iba rumbo a los márgenes electorales. También había disparado la desconfianza de gobernadores y dirigentes peronistas que debieron lidiar con la competencia cercana del Frente Renovador de Massa, auspiciado por el grupo mediático Clarín, dispuesto a sostener cualquier herramienta que le permitiera doblegar al kirchnerismo. Pero también el actual ministro de Economía se ganó la tirria de Mauricio Macri. El expresidente conservador no le perdonó el pase a la oposición abierta tras un coqueteo “promercado” que duró poco más de un año. Massa pasó a ser una figura detestada por el núcleo duro conservador.
Cuestionado por derecha, izquierda y centro, el peronista disidente convivió durante años con una alta imagen negativa. La contracara de esa debilidad fue un activo que lo acompañó no bien comenzó a escalar a los primeros planos: una fluida relación con demócratas y republicanos estadounidenses y grandes grupos empresariales como Brito (finanzas y energía), Mindlin (energía), Bulgheroni (energía) y Vila-Manzano (medios y energía).
La presidencia de la Cámara de Diputados a la que accedió con la victoria del Frente de Todos le permitió a Massa edificar un lugar de mayor sosiego desde 2019. Una silla con alta visibilidad que le dio margen para tejer relaciones con los diversos peronismos y observar el bombardeo emprendido por Cristina y su hijo, Máximo Kirchner, contra Fernández.
Con la relación rota entre el presidente y la vicepresidenta, Massa asumió el Ministerio de Economía en agosto pasado. El mandatario había perdido a casi todos los ministros de confianza, incluido Martín Guzmán, renegociador del gigantesco préstamo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) tomado por Macri en 2018. Con su victoria contra el “albertismo”, los Kirchner se encontraron paradójicamente ante el riesgo del abismo económico, sin plan B. La inflación mensual se había duplicado en pocos meses hasta más del 7% y el Banco Central no lograba salir del rojo en las reservas, generado por la combinación de la deuda agobiante de Macri, la pandemia y la guerra de Ucrania.
La ambición por el poder y la habilidad mediática de Massa son reconocidas por todo el arco político. Al asumir en Economía, el dirigente tuvo la precaución de exigir la entrega de todas las áreas del ministerio, sin interferencias de La Cámpora. Con el control absoluto de la nave de mando, emprendió un giro marcadamente más ortodoxo que el de Guzmán. A diferencia de este, Massa contó con la anuencia de los Kirchner. De algún modo, el versátil político asumió funciones presidenciales con Cristina y Alberto mutuamente neutralizados para plantear objeciones. Desde el primer minuto en su nueva función, el ministro se dedicó a desmentir cualquier intención de llegar a la Casa Rosada en diciembre de 2023. Nadie le creyó.
El círculo de Alberto Fernández se fue reduciendo hasta no mucho más allá del despacho presidencial. El jefe de Estado empujó al desafío a Cristina para disputar en primarias la candidatura presidencial de Unión por la Patria, instancia inaceptable para una líder propensa a decidir en consulta con un reducidísimo grupo, incluido su hijo, Máximo.
El presidente pareció contar con aliados para la aventura durante algunos meses, sobre todo a partir de que la vicepresidenta anunciara que no competiría en las elecciones presidenciales por considerarse proscripta por un fallo judicial. A la hora de la verdad, el intento de Fernández de sostener la candidatura del todoterreno peronista Daniel Scioli tenía alguna expectativa en la opinión pública, pero casi nada en el aparato, las gobernaciones y las intendencias peronistas. Un hombre cercano a Fernández y a Scioli reconoce que ni siquiera podían completar las listas legislativas (se renueva la mitad de la Cámara de Diputados, un tercio del Senado y concejos en más de 2.300 municipios).
Del lado cristinista, quedó demostrado que la vicepresidenta no supo ni quiso construir herederos. Cristina dio aire a Eduardo de Pedro, un hijo de desaparecidos con versatilidad ideológica. “No mide ni cinco puntos en mi provincia”, le advirtieron gobernadores del norte.
En una negociación dramática hasta horas antes de la inscripción de candidaturas el 24 de junio, Cristina y Alberto bajaron a sus candidatos presidenciales y acordaron la “fórmula de unidad”. Massa, que había jugado fuerte semanas atrás, acercándose a la vicepresidenta, se llamó a silencio en las instancias cruciales. Su capacidad táctica resultó impactante para propios y extraños.
“Orden político para que haya orden económico” fue la proclama de Massa cuando reclamaba una fórmula de unidad que, en su versión inverosímil, no lo incluía. Alberto Fernández negoció para su sector la candidatura vicepresidencial. Propuso a Agustín Rossi, el jefe de Gabinete, un peronista progresista proveniente de Rosario, raleado por los Kirchner. Máximo guardó para sí el armado central de las listas para el Congreso en la provincia de Buenos Aires.
Como dijo Insfrán, la fórmula Massa-Rossi “no es la perfección” para nadie, pero es lo menos malo para muchos. Al presidente le sirvió para garantizarse que la campaña de Unión por la Patria no hará blanco en su “fracaso”, mote omnipresente cuando lo evalúan los dirigentes de La Cámpora. Con el ministro de Economía y el jefe de Gabinete en la fórmula presidencial, un proselitismo contra el presidente sería ridículo.
Los Kirchner, por su parte, proyectaron presencia en el Congreso, mientras que su (por ahora) aliado con mayor popularidad y perfil, Axel Kicillof, un exmilitante de izquierda devenido peronista, quedó bien posicionado para pelear la reelección en la provincia de Buenos Aires (37% del padrón electoral).
En tanto, los gobernadores peronistas consiguieron con Massa a un candidato experimentado, con capacidad de diálogo con empresarios y sindicatos, pericia para la campaña y para lidiar con los medios, y alto nivel de conocimiento.
Unos y otros tomaron la precaución de dejar una válvula de escape. Massa competirá en las primarias obligatorias con Juan Grabois, líder de organizaciones sociales y trabajadores informales, con alta inserción territorial en barrios humildes. Grabois navega a dos aguas entre las posturas de izquierda anticapitalista y la palabra del papa Francisco, su principal aliado. De la victoria de Massa en las primarias de Unión por la Patria no hay dudas, pero la participación de Grabois será esencial para contener fugas de ciudadanos que mantienen en alto la desconfianza hacia el ministro de Economía, que no son pocos.
Massa apuesta a la hiperactividad desde el Ministerio de Economía mientras trata de suturar heridas del peronismo. Tiene urgencias por resolver. Entre ellas, renegociar las metas del programa con el FMI, que quedaron desbaratadas por una sequía histórica que diezmó la zona más productiva del campo y restó cerca del 25% de las exportaciones argentinas este año. Sin dólares en el Banco Central, los riesgos de que la inflación se dispare aún más en medio de la tensión electoral son altos. Y con inflación descontrolada, las chances de Massa de ser electo presidente serían nulas.
Si los funcionarios del FMI no se mostraron, hasta ahora, muy propensos a revisar los objetivos, Máximo Kirchner –menos convencido que Cristina sobre el plan Massa– también parece renuente a allanarle el camino. En los primeros días de campaña con la candidatura definida, el hijo de Cristina intensificó su batalla contra Alberto Fernández, alejando el objetivo de calmar las aguas y mostrar un frente unido. Cuesta no dar crédito a la expandida versión de que el hijo de la vicepresidenta apuesta a una derrota como mecanismo para la supervivencia de La Cámpora. Sería más fácil para ese sector erigirse como resistencia ante un gobierno de derecha con una agenda explícita de ajuste y mano dura policial que prolongar la dinámica de ser el brazo “nacional y popular” de otro mandato peronista.
Una convicción sobrevuela el ambiente político. Massa no es Alberto Fernández. Traducido, significa que el ministro de Economía no extenderá agónicamente un conflicto sin resolverlo, como hizo el presidente, en aras de la supuesta unidad del peronismo. Si Massa se encuentra con que los Kirchner obstruyen la marcha de su gobierno y ve espacio para actuar, lo hará.
Juntos por el Cambio ante Massa
El tablero cambió para Juntos por el Cambio con la candidatura del ministro de Economía.
La coalición liberal-conservadora vive su mayor disputa interna, producto del paso al costado dado por Macri, volcado a su actividad en la FIFA.
Bullrich, exministra de Seguridad del gobierno conservador, se encuentra lanzada a una agenda que sintoniza cada vez más con la de Milei. Celebra abiertamente ejecuciones policiales de presuntos delincuentes y advierte que no tolerará cortes de calle ni de rutas. Su mirada sobre el proceso de memoria, verdad y justicia sobre los crímenes de la dictadura también sintoniza con visiones reaccionarias que hace un tiempo no tenían cabida en la competitividad electoral.
En el plano económico, la candidata, a la que las encuestas señalan como la mejor posicionada en la primaria de Juntos por el Cambio, se propone el levantamiento inmediato de las restricciones para la compra de dólares, el cepo cambiario. A su turno, Macri ya lo hizo, en diciembre de 2015. El resultado fue una inflación disparada que no pudo contener en sus cuatro años en la Casa Rosada. El consenso de los economistas señala que las condiciones actuales para controlar la inflación producto de una devaluación abrupta serían mucho peores, sin margen para aumentar la deuda externa –justamente, porque la aventura de Macri agotó el crédito– y las arcas vacías del Banco Central. Bullrich suma al menú propuestas clásicas como la flexibilización laboral y la rebaja de impuestos.
El panorama se le complicó a Rodríguez Larreta. El jefe de gobierno de Buenos Aires hizo pública su candidatura en febrero pasado, denunciando a “los estafadores” de la grieta. Tras meses de discurso errático entre el centro y la derecha, pareció optar por la moderación. En su entorno manifiestan un convencimiento de que existe una mayoría silenciosa que está saturada con la polarización.
Sin embargo, el candidato no mostró constancia para mantener el eje. Bullrich ve el filón y, cada vez que puede, sugiere que es “tibio”. Ante ello, Rodríguez Larreta se ve empujado a sobreactuar ciertas posturas y pobló los puestos de sus listas para el Congreso de candidatos que están a la derecha de Bullrich. Varios de sus candidatos más visibles sintonizan con los discursos más violentos y xenófobos de todo el arco político.
El jefe de gobierno de Buenos Aires, con imagen de “buen gestor” para muchos habitantes de la capital, cuenta en buena medida con el apoyo mediático que antes orbitaba en Macri (sobre todo, de Clarín), y del empresariado que prefiere reformas de mercado sin los riesgos de caer en el abismo que suponen Bullrich y, más todavía, Milei.
Expectativas de Milei
El economista ultraderechista de La Libertad Avanza constató que la capacidad de traslado de su carisma a candidatos locales es prácticamente nula. En unas 15 provincias que ya votaron este año para elegir gobernador, sus postulantes obtuvieron resultados marginales o incluso empeoraron registros anteriores.
Es probable que la furia que hizo subir a Milei siga vigente y que su nombre resulte un gran atractivo a la hora de la boleta en el cuarto oscuro. De todas formas, la precariedad de su armado partidario es palmaria. El economista libertario integró sus listas con colegas de profesión, empresarios turbios, brokers financieros, ultraderechistas mediáticos y negacionistas de la dictadura. Medidas en encuestas, las propuestas de dolarizar, eliminar el derecho laboral y privatizar todo, incluidas la salud y la educación, tienen bajo apoyo entre los argentinos. El consenso sobre la venta de órganos y de niños es directamente inexistente. Entre las razones más citadas para justificar el voto al libertario, prevalece la sanción a “la casta” (la política tradicional a la que ven parasitaria) y “que explote todo”.
En las últimas horas, Milei debió enfrentar las denuncias de que exige un canon a quien pretenda integrar las listas de La Libertad Avanza. “A ver si se entiende de una vez. En este espacio se queda el que viene a poner (aquí cada uno se banca con la propia)”, tuiteó el ultraderechista como respuesta. Carlos Maslatón, antiguo militante de partidos de derecha, especificó que el aporte solicitado no tenía por finalidad el financiamiento proselitista, sino alimentar el bolsillo de Milei y su grupo más próximo.
Los encuestadores coinciden en describir un retroceso del postulante libertario. El giro en grupos mediáticos como La Nación, Clarín, Infobae y América, que pasaron de celebrarlo como invitado a sus programas y disimular sus propuestas más temerarias, a dar cabida a las denuncias de compra de candidaturas, da la pauta de que la marea cambió para el ultraderechista.
Números del peronismo
El gobierno tiene números para mostrar en cuanto a crecimiento del producto interno bruto (16% entre 2021 y 2022) tras la recesión disparada durante el mandato de Macri y profundizada por la pandemia. La industria, la obra pública y el empleo muestran registros positivos desde hace dos años. La mayor zozobra para la población está dada por la inflación, que erosiona los salarios, en especial, del tercio de los trabajadores que tienen empleo no registrado, con frecuencia, de mala calidad. Ese segmento es, precisamente, la base electoral del peronismo.
En las elecciones de medio término de 2021, el frente peronista descendió 17 puntos porcentuales desde las presidenciales de dos años antes. Los registros marcan que esa caída se debió, fundamentalmente, a una baja sensible en la asistencia a las urnas en el segundo y tercer cordón del Gran Buenos Aires y otras grandes ciudades.
Esas elecciones tuvieron lugar en un marco particular, cuando la pandemia se estaba retirando y la inflación comenzaba a acelerarse nuevamente. A partir de esa derrota, la división entre Alberto y Cristina se hizo explícita y condujo toda la deriva tormentosa del Ejecutivo.
Si la indiferencia o el enojo de la población más pobre sigue vigente, el destino de Unión por la Patria estará echado y la Argentina habrá dado un vuelco a la derecha como nunca antes.
Sebastián Lacunza, desde Buenos Aires.