El golpe de Estado militar en Níger de julio pasado, apoyado en un resentimiento hacia Francia que se inscribe en la continuidad de la historia colonial y poscolonial y en una creciente influencia de Rusia en la región, plantea una amenaza de guerra generalizada en África occidental.
“¿Fuera, Francia o fuera, Françafrique [vínculo especial de Francia con África]?”. Esta es la pregunta que debería hacerse a partir del 26 de julio, fecha del golpe de Estado militar nigerino, que derrocó al presidente Mohamed Bazoum, elegido en 2021, y su gobierno, y lo reemplazó por una junta militar, denominada oficialmente Consejo Nacional para la Salvaguardia de la Patria (CNSP). A la cabeza de ese CNSP figura el general Omar Tchiani, hasta entonces jefe de la guardia presidencial y hoy jefe del Estado nigerino. El jueves 10 de agosto, el CNSP anunció la formación de un gobierno que tiene como primer ministro a Ali Mahaman Lamine Zeine, quien fue ministro de Finanzas en los años 2000.
Una intervención militar problemática
Este nuevo gobierno permite al CNSP conseguir cierto grado de legitimidad y socavar a la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (Cedeao), que condenó enérgicamente el golpe de Estado, excluyó a Níger de la organización intergubernamental, multiplicó las amenazas de intervención militar, con un ultimátum para restituir a Bazoum como presidente de Níger, y envió al mismo tiempo delegaciones diplomáticas para negociar con las nuevas autoridades nigerinas. Sin embargo, las negociaciones fracasaron frente a la decisión de la junta militar, y los sucesivos ultimátums no condujeron a una intervención militar, aunque esta sigue siendo una opción posible, ya que la Cedeao ordenó la “inmediata activación” de su fuerza de intervención, al término de su cumbre celebrada el jueves 10 de agosto en Abuya, capital de Nigeria.
¿Por qué estas amenazas no se concretan? Una de las razones es que existen divisiones internas en la Cedeao. Por un lado, se encuentran los países miembros excluidos de ella como consecuencia de golpes de Estado militares –Níger, Burkina Faso, Malí, Guinea–. Estos últimos anunciaron, a comienzos de agosto, que en caso de guerra apoyarían a Níger. Por el otro, están los países miembros del espacio comunitario que parecen estar dispuestos a combatir, pero cuya opinión pública interna se opone a esta solución, o que tienen problemas políticos domésticos más importantes que podrían agravarse con una guerra externa. Un claro ejemplo del primer caso es Nigeria. El país más poblado de África tendría como principal responsabilidad liderar la coalición contra Níger en caso de guerra si se planteara ese escenario, con el ejército más numeroso y profesional de África occidental. Pero el 5 de agosto, el Senado de Nigeria expresó sus reservas ante la idea de una intervención militar, por temor a las graves consecuencias humanas, económicas y sociales en el norte del país, que comparte frontera con Níger a lo largo de aproximadamente 1.500 kilómetros. Su posición contrasta con la del presidente nigeriano Bola Tinubu, partidario de una intervención militar.
En el segundo caso, podría pensarse en Senegal. Si bien el presidente Macky Sall ha señalado, por intermedio de la ministra de Relaciones Exteriores, Aïssata Tall Sall, que el país se sumaría a la coalición en caso de una intervención militar, la opinión pública no apoyaría necesariamente esta decisión gubernamental, ya que la política interna senegalesa está marcada por una fuerte oposición a la represión gubernamental, que apunta especialmente contra el dirigente opositor Ousmane Sonko, autoproclamado candidato para las elecciones presidenciales de 2024 y con prisión preventiva por “llamados a la insurrección y conspiración contra el Estado” desde el 31 de julio. Y más aún cuando el partido de Sonko, Patriotas Africanos Senegaleses por el Trabajo, la Ética y la Fraternidad (Pastef), fue disuelto ese mismo día, lo que hizo que miles de jóvenes senegaleses salieran a las calles a manifestarse, con un saldo de varios muertos.
Françafrique en la picota
Níger es el cuarto país de África occidental en sufrir un derrocamiento mediante un golpe de Estado militar en los últimos tres años. Y lo que estos cuatro países tienen en común es que pertenecen al África francófona. Esto pone de manifiesto una evolución crítica de las relaciones con Francia. La intervención francesa en Malí en 2013, en nombre de la lucha contra el terrorismo, ha sido a lo largo del tiempo cada vez más criticada en el África de habla francesa, especialmente entre los jóvenes, que consideran que la antigua potencia colonial sólo intervino para mantener sus intereses económicos y geoestratégicos en la región. Y la situación es particularmente adversa en Níger, donde el Ejército francés tiene una base militar en Niamey, capital del país, en la que se encuentran actualmente 1.500 soldados, tras el retroceso de las tropas francesas en Malí y Burkina Faso, luego de los golpes de Estado en esos países.
Pero es sobre todo la preservación del uso del uranio nigerino lo que genera las críticas más agudas. En efecto, el material es esencial para la generación de electricidad mediante energía nuclear, que representa alrededor de 70% de la producción total de electricidad en Francia. Pero ¿qué porcentaje de las importaciones francesas totales de uranio representa el uranio nigerino? Según EDF, proveedor histórico (y estatal) de electricidad en Francia, el uranio nigerino constituyó 17% de las importaciones de ese mineral en el período 2005-2020. Pero otros datos sugieren que el uranio de Níger representó 35% de las importaciones en 2020 y 2021. El hecho es que existe una falta de transparencia respecto del abastecimiento de uranio para las centrales nucleares francesas.
Y lo cierto es que el maná del uranio no beneficia a Níger. Beneficia a la empresa francesa Orano –controlada en 90% por el Estado francés–, que explota las minas de Arlit, Akouta e Imouraren con destino a Francia, pero también a otros países de la Unión Europea, ya que, según la Euratom, 25% del uranio utilizado para energía nuclear en la UE en 2021 provenía de Níger.
Como algunas de las minas nigerinas son a cielo abierto, los residuos radiactivos pueden esparcirse al aire libre. Al punto tal que, en la mina de Arlit, situada en una zona sujeta a fuertes vientos, se han esparcido al aire libre 20 millones de toneladas de residuos radiactivos. Por otra parte, según el Banco Mundial, sólo 18,6% de la población nigerina tenía acceso a la electricidad en 2021, lo que profundiza el resentimiento de los nigerinos hacia Francia, ya que según la historiadora Camille Lefebvre, se considera que este país ignora las realidades de la nación africana.
Del mismo modo, Francia está llena de arrogancia y de prejuicios hacia Níger desde la colonización, lo que ilustra lo que comúnmente se denomina Françafrique, a saber, una política neocolonial que conduce a una relación desigual con las antiguas colonias, por la que a cambio de apoyo político y militar –a menudo en un marco de enorme corrupción– los gobiernos locales ceden el control de algunos recursos naturales (uranio, petróleo, gas, etcétera) o de sectores de actividad (puertos, agroalimentación) en beneficio de empresas francesas, públicas o privadas.
Cabe señalar que la ausencia de soberanía, especialmente en el ámbito energético, invocada por intelectuales o políticos franceses que se proclaman soberanistas, es una retórica utilizada para ocultar el imperialismo francés que, junto con el de otros países no africanos –como Estados Unidos, Reino Unido, China o Rusia–, contribuye a mantener en una trampa de pobreza a los países africanos. Sin olvidar la cuestión monetaria: los países francófonos de África occidental tienen como moneda común el franco CFA, una divisa surgida de la colonización y sobre la cual Francia mantiene cierto control mediante el depósito de reservas de divisas en el Banco de Francia, institución que, por otra parte, imprime los billetes de francos CFA. Se había pensado poner fin al franco CFA y reemplazarlo por el ECO como moneda común para toda África occidental a partir de 2020, pero la crisis sanitaria dificultó este proyecto.
Rusia al acecho
Finalmente, en esta crisis regional otro país aprovecha la ocasión para beneficiarse del resentimiento hacia Francia y su política exterior respecto del África francófona: la Rusia de Vladimir Putin. La presencia de elementos de la milicia Wagner en el continente africano, especialmente en los países del África francófona que sufrieron golpes militares, permite a Moscú incrementar su influencia en el continente mediante la difusión de propaganda antifrancesa que juega con el resentimiento poscolonial, o bien basándose en activistas panafricanos tales como Kemi Seba o Nathalie Yamb.
La junta golpista nigeriana ha declarado su decisión de romper los acuerdos militares con Francia. “Ante la actitud impertinente y la reacción de Francia relativa a la situación, el Consejo Nacional para la Protección de la Patria (CNSP) ha decidido denunciar los acuerdos de cooperación en materia de seguridad y defensa con dicho Estado”, anunció Amadou Abdramane, portavoz de la junta, en un comunicado tras el fracaso de la misión de mediación de la Cedeao que se trasladó hasta Niamey, la capital del país africano. Y la junta nigerina ya ha anunciado su plena colaboración con los regímenes militares de Malí y Burkina Faso, que cuentan con un notable apoyo ruso.
En el contexto de la guerra ruso-ucraniana, esto permite a Rusia contar con aliados que no aportarían sus votos en las resoluciones de la Organización de las Naciones Unidas para sancionarla. No obstante, en el fondo, los países africanos no quieren ser víctimas colaterales de esta guerra, debido al riesgo alimentario, y buscan una resolución pacífica del conflicto entre Moscú y Kiev, implementando de facto una política de no alineamiento.
Este artículo fue publicado originalmente por Nueva Sociedad. Traducción: Gustavo Recalde.