“Si al agro le va bien, al país le va bien”, dice un lugar común del que se hacía eco, a finales del año pasado, el presidente de la República, en ocasión de la inauguración de la cosecha de trigo en Dolores, departamento de Soriano. Y explicaba, en términos sencillos, en qué consiste gobernar: se trata de cobrar tributos para luego, tratando de ser “justos y equilibrados”, gastar esos tributos. Es dinero que viene de la gente y vuelve a la gente, decía, y confesaba que lo más difícil, claro, es ser justos. Pero por suerte hay una regla que ayuda a establecer el rumbo en ese incierto ejercicio: la del subsidio virtuoso. A diferencia del subsidio a secas –ese gasto demagógico que no hace sino fomentar la dependencia y la flaqueza–, el subsidio virtuoso es el que se le brinda al que sabe usarlo para multiplicar la riqueza. Una exoneración impositiva, pongamos por caso, tiene sentido si el que se beneficia de ella mejora su rendimiento, obtiene más utilidades, hace crecer su negocio. En otras palabras, un subsidio es virtuoso si ayuda al rico a hacerse más rico.

No es nueva esta idea. En 2015, el por entonces flamante alcalde del Municipio E, Francisco Platero, citaba como faro de su concepción de la justicia la parábola de los talentos (Mateo 25 14:30), aquella que dice que “al que tiene, le será dado y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado”. En aquel momento, la franqueza de la concepción ideológica del alcalde causó sorpresa. Hoy, cuando el partido al que Francisco Platero pertenecía lleva ya más de dos años encabezando el gobierno, esa honestidad brutal sorprende menos. El presidente admitía hace apenas una semana que las medidas de desestímulo al consumo de tabaco fueron flexibilizadas a pedido de la empresa Montepaz, así como admitió en su momento haber demorado la suba del precio del gasoil en junio del año pasado durante la cosecha de soja. Y lo que son las cosas: la producción de soja en el año agrícola 2021-2022 aumentó 62%, con un rendimiento del cultivo 49% superior a la zafra anterior. Hay manos que vale la pena dar.

A diferencia del subsidio a secas –ese gasto demagógico que no hace sino fomentar la dependencia y la flaqueza–, el subsidio virtuoso es el que se le brinda al que sabe usarlo para multiplicar la riqueza.

Por otro lado, cuando se conocieron los datos divulgados por el Banco Central que muestran crecimiento en el segundo trimestre de este año (7,7% interanual si se lo compara con el mismo trimestre de 2021 y 1,1% comparado con el trimestre anterior de 2022), el economista Javier de Haedo –exintegrante del Partido Nacional que encabezó la Oficina de Planeamiento y Presupuesto durante el gobierno de Luis Alberto Lacalle Herrera– dijo en radio Uruguay que el consumo privado estaba “rezagado” en porcentaje similar al del rezago de los ingresos de los hogares. Es decir que los trabajadores y jubilados perdieron poder adquisitivo y están lejos de recuperarlo (ni hablemos de incrementarlo), algo que sostenidamente han denunciado el PIT-CNT y las diversas organizaciones sociales que atienden la emergencia alimentaria. La economista Roxana Maurizio, de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), citada por Búsqueda, afirma que la recuperación del empleo tuvo como correlato un aumento de trabajadores pobres, lo que significa, palabras más, palabras menos, que se paga menos que antes por exactamente el mismo trabajo. La pobreza está instalada y normalizada a tal punto que el ministro de Desarrollo Social se siente en el derecho de reclamar de los voluntarios que atienden ollas populares que hagan el trabajo de relevamiento que el Estado no ha querido o no ha sabido hacer.

Astuto y perspicaz, De Haedo advertía en la radio que el contraste entre el crecimiento del producto y la falta de recuperación del salario podría ser usado para criticar al gobierno “desde la vereda de enfrente”. El sector agroexportador, en cambio, ese que ha estado creciendo de forma escandalosa sin que se pueda precisar en dónde, exactamente, caen las gotas que su crecimiento derrama, se lamenta por la ocupación de los centros de estudio y reclama que el Ejecutivo acelere las reformas de la educación y de la seguridad social. Todavía no es suficiente. Todavía se gasta mucho en pagar jubilaciones y pensiones, en ofrecer prestaciones sociales a los más débiles, en mantener a esa masa pedigüeña que no entiende nada de multiplicar los talentos y no sabe hacer otra cosa que colgarse del Estado. Todavía no hemos terminado de transformar la educación en un servicio exprés de capacitación de mano de obra. Todavía queda mucho por hacer y cada vez queda menos tiempo.