Viernes, ocho de la noche, plaza Armenia, segundo círculo del Palermo más trendy. La zona se va despertando tras año y medio de atardeceres lúgubres. Bares y restaurantes renacen en mesas desplegadas sobre la vereda, aunque la sombra de la pandemia todavía aleja el esplendor que lleva a los porteños a sentirse habitantes de una gran capital.
Unos 20 negacionistas del coronavirus aparecen para montar un pequeño número entre comensales que miran desconfiados para que les hablen de lejos. Los antivacunas hacen sonar vuvuzelas y repasan la narrativa sobre la libertad individual y la levedad de la gripecinha. Revisten su aparición de apartidaria, pero la tirria contra el Ejecutivo de Alberto Fernández se filtra ante el menor descuido.
Una hora después, en la misma esquina, un centenar de jóvenes de entre 18 y 30 años, con apariencia de clase media, rodean en racimo a Javier Milei, el candidato libertario. Mezclados entre ellos, como quien no quiere la cosa, se amontonan los negacionistas de la vuvuzela, ya con carteles antivacunas replegados.
Los medios y los encuestadores narran a Milei como un fenómeno electoral. Las cámaras de los canales de noticias, volcados en su mayoría a una derecha exacerbada, parecen encandiladas con este economista egresado de universidades privadas. Lanza diatribas contra los “zurdos de mierda”, afirma que está ganando una guerra, promete “quemar el Banco Central” y cuenta excentricidades sobre su vida privada. Grita, se despeina, clava la mirada como poseído.
Aquí aparece una diferencia con la alt right con la que este hijo de un empresario del transporte suele referenciarse. No batalla contra los medios del mainstream. Por el contrario, parece jugar de local en el diario La Nación, varios canales de noticias y radios, y en la mesa de Mirtha Legrand, programa central de una emisora del Grupo Clarín.
Al estilo de muchos economistas que circulan en el debate público, Milei es consultor de empresas; como suele ocurrir con los argentinos que se dicen liberales, lo es sólo en lo económico. Por lo demás, este porteño de 50 años es conservador en cuanto a los derechos civiles y humanos, y un negacionista del terrorismo de Estado.
Encuestadores prevén no menos de 10% de los votos para Milei en la Ciudad de Buenos Aires para las elecciones primarias del domingo 12, lo que lleva a quienes se presentaban como “palomas” de la coalición Juntos, de Mauricio Macri y Horacio Rodríguez Larreta, a adoptar el libreto “halcón”. Mientras, el expresidente no oculta su sintonía con la supuesta ola, y el análisis político interpreta y sobreinterpreta el “voto libertario”.
En la provincia de Buenos Aires la coalición Avanza la Libertad lleva de candidato a José Luis Espert, un economista con similar perfil al de Milei, pero menos gracia. Los sondeos le asignan entre 5% y 9% en el distrito que alberga a 37% del electorado del país.
Es probable que la televisión esté reflejando un movimiento electoral, además de fomentarlo. Milei suele aparecer entre los trending topics del día y ganan terreno los testimonios de padres, algunos de ellos angustiados, que afirman que sus hijos adolescentes o jóvenes ven en los postulantes de Avanza la Libertad una opción antisistema.
La primera candidata a legisladora porteña de ese sello, Delfina Ezeiza, se presenta como una joven irreverente. Tiene 18 años y se hizo famosa por un tuit en el que reclamó el regreso de Jorge Videla. Intercaladas en las listas de Avanza la Libertad se ubican figuras con algunos años y algunos pecados más que la joven Ezeiza en la tarea de reinventar traumas argentinos.
Pese a los indicios de que exista una ola electoral, hay motivos para no descartar la posibilidad de que el globo libertario se pinche antes de levantar vuelo. Las encuestas ya anticiparon una avanzada ultraliberal en 2019 y se encontraron con un fracaso estrepitoso. Espert fue candidato por el Frente Unite por la Libertad y la Dignidad, con pronósticos de entre 4% y 9%. Los medios afines se entusiasmaban con una “tercera fuerza” que se volcaría a apoyar a Macri en el balotaje. Espert sacó 2,1% en las primarias y 1,2% en las elecciones generales.
Milei-Espert suelen ser explicados como la reacción ante un sistema que no da respuestas. En el caso argentino, ese sistema lleva una década sin crecimiento. Peor aún, desde 2018 hasta hace pocos meses, la economía registraba caída libre, con la suma del colapso del plan económico de Macri y el desplome por el virus respiratorio. La sensación de país del fracaso y de que todo lo que ocurre afuera es mejor campea en el terreno político y mediático liberal-libertario. Tal “fracaso” suele ser asignado por sus propaladores a “70 años de populismo”. Se suman a ello las notorias dificultades de los Fernández (Alberto y Cristina) para llevar a cabo políticas prometidas durante la campaña, en medio de las penurias de la pandemia y el endeudamiento. Ese plafond amplía el espacio para proclamas de claro tinte antiperonista y antiizquierdista que Milei recita con fe religiosa.
El relato se complementa con la visión de que el gobierno de Cambiemos (2015-2019) fracasó porque se dejó seducir por los cantos de sirena del intervencionismo estatal y no se animó a hundir el cuchillo hasta el hueso, al menos de entrada. “En muchas cosas, fuimos ‘sigamos’ más que ‘cambiemos’”, suele arriesgar Patricia Bullrich, jefa de los halcones de la oposición. El futuro será, según esa mirada, para un Macri o alguien por él apoyado que aprendió la lección, y con Milei y Espert, si les va bien, dentro del barco, y si les va mal, devueltos a sus consultoras.
La tradición política argentina reconoce antecedentes de derecha dura. Desde 1983, ninguna fuerza se animó a reivindicar a Videla y Emilio Massera, ya que no hubo “margen Pinochet” en la Argentina. La Unión de Centro Democrático representó durante la década de 1980 a los “liberales”, en general exfuncionarios o entornistas de las dictaduras del siglo XX. El partido de Álvaro Alsogaray logró algún peso en las grandes ciudades hasta que el peronista Carlos Menem hizo propia su visión económica. En las inmediaciones del menemismo crecieron las ofertas del represor Luis Patti y del golpista Aldo Rico en la provincia de Buenos Aires. En Tucumán, el general Antonio Domingo Bussi llegó a ser gobernador.
La crisis de 2001 y el ascenso del kirchnerismo acotaron el margen para aventuras de derecha. Patti y Bussi terminarían condenados a prisión perpetua por crímenes de lesa humanidad.
Ricardo López Murphy, un liberal de la centrista Unión Cívica Radical, estuvo a un paso de pasar al balotaje en 2003 para competir con Menem, lo que hubiera sido un duelo de ensueño para los liberales. Más tarde, perdió la batalla con Macri en la formación de una fuerza conservadora sin las rémoras del pasado. Hoy, López Murphy vuelve a dar pelea dentro de Juntos, la ex Cambiemos.
La experiencia de los últimos años indica que Macri tuvo pericia para contener casi todo el voto del centro a la derecha, por lo que si esta vez no ocurre, sería toda una novedad. Su avance podría traducirse en una fuga de votos de Juntos, lo que terminaría beneficiando a Macri en detrimento de su rival en sordina, Rodríguez Larreta.
Por ahora, el kirchnerismo mira la batalla desde afuera. Fernández y los principales candidatos eligieron confrontar con los libertarios en intervenciones controladas, lo que puede ser leído como un intento de levantarles el precio o de preocupación porque estarían erosionando el voto joven, en el que el kirchnerismo tuvo abrumadora mayoría en 2019. “Están preocupados Larreta y [María Eugenia] Vidal por el crecimiento en la Ciudad”, por eso “viran a la derecha”, dijo la candidata peronista en la provincia de Buenos Aires, Victoria Tolosa Paz, en una entrevista con elDiarioAR. Es probable. Pero no sería la primera vez que estos “fenómenos” dejan de ser un artefacto llamativo para terminar como ofertas competitivas o con alta capacidad de incidir en el debate público.
Sebastián Lacunza, desde Buenos Aires.