El campo es una yesca. Falta agua, literalmente. Falta en todo el país. Un mapa del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA) sobre disponibilidad de agua en el suelo tiene las mismas tonalidades que uno del Instituto Uruguayo de Meteorología (Inumet) con los diferentes niveles de sequía según la zona del país; en los dos todo el territorio nacional está entre amarillo, naranja y un marrón rojizo. En algunos puntos, por situación extrema, aparecen incluso el marrón oscuro o el fucsia, según cada mapa.
Así luce en la representación. En el suelo, en el campo propiamente dicho, se ven las consecuencias de la falta de agua. Falta en las cañadas y en los tajamares que ya se secaron, y en los que no se han secado todavía. Falta agua en ríos y arroyos. Algunos, cerca de cortarse, conservan la continuidad del curso porque unos hilos aún consiguen pasar, como pueden, entre piedras de cuya existencia, en décadas, nadie supo; es la primera vez que las ven fuera del agua.
La tierra, deshidratada. Los cultivos, en consecuencia, han rendido menos; algunos no sobrevivieron. Las vacas, por el estrés calórico, dan menos leche, y entre las que están preñadas aumenta la posibilidad de que se produzca un aborto. En las huertas no es poco lo que ya se perdió, y se suma lo que se está perdiendo, y en el mismo sentido van las expectativas de cosechar y vender que tenían las familias, que es de lo que viven.
Y todo así, rubro por rubro.
“La situación es cada día más crítica”, dice Lourdes Martínez, productora ganadera, mediana, de la zona de Timote, en el norte del departamento de Florida. Enfatiza en el “cada día”, en el agravamiento del escenario hora a hora, jornada tras jornada. El promedio de precipitaciones anuales ronda los 1.200 mm, pero en 2022 anduvo por la mitad. Incluso algunas lluvias registradas en el último mes, por la evapotranspiración no han alcanzado siquiera a rociar. “La situación es cada día más crítica”, reitera Martínez.
La información que surge desde INIA marca que los contenidos de agua en el suelo son menores al 20% en prácticamente todo el país. Ya cuando rondan el 40%, hasta la vegetación más resistente comienza a ser afectada por el estrés hídrico.
Si bien con el paso de las décadas los productores han ido solucionando los problemas de aguadas, el actual escenario es severo. “Hay muchos pozos que se están secando, principalmente los poco profundos, de poco caudal”, explicó a la diaria la ingeniera agrónoma Fernanda Bove, técnica de Plan Agropecuario en Florida. “También es impresionante cómo se han ido secando tajamares, represas y cañadas”, añadió, subrayando que a la falta de lluvias se suman “las altas temperaturas con presencia de vientos, que secan muchísimo”.
El zarandeo
La seguidilla de primaveras con escasas precipitaciones —van tres al hilo—, la consecuente baja producción y, en los diferentes tipos de ganadería, la casi nula disponibilidad de forraje para alimentar a los animales —para lo cual la única salida para los productores con menos capital suele ser tomar créditos para comprar concentrados, aumentando costos de producción y, en el mismo movimiento, deudas—, suele activar en muchas familias la sensación de estar en el medio del zarandeo con el que, en la secuencia histórica de la producción nacional, se cierne el que sigue del que cae; por abajo. El universo es amplio. No es difícil incluso encontrar entre estos a la tercera o cuarta generación de descendientes de quienes en la segunda mitad del siglo XIX tuvieron establecimientos con cantidades de hectáreas que se contaban por miles. Con el paso de las décadas, los multívocos vaivenes de los sistemas de producción, y las subdivisiones y más subdivisiones por sucesión, con las propiedades indispensables para producir, quedaron ubicados en el grupo de productores familiares. El universo es amplio. Otros sólo tienen historia de producción en pequeños predios o, como mucho, medianos. En unos y otros, el lugar y la producción hacen a su historia familiar y, por ende, a su identidad; el estar en la zona de riesgo del zarandeo tiene peso, también, en lo cultural.
En Uruguay las unidades de producción familiar son unas 22.000 —el 51% se dedica a la ganadería cárnica—. A esas familias las componen más de 55.000 personas.
Leche sin agua
Cuando el confort de una vaca se ve tocado en algún punto, disminuye su producción. En la élite de los tambos lo tienen claro, y de hecho al confort no sólo lo generan con buena sombra y disponibilidad de agua y alimentos para que las vacas no tengan que andar moviéndose mucho, sino incluso con ventiladores, pisos de goma, una red de parlantes con música funcional -con playlists atentas al momento, si es de descanso o producción-, y unos enormes rodillos giratorios para rascarse a piacere, on demand. Pero todo eso junto ocurre sólo en una mínima élite, ínfima.
En el heterogéneo universo de tambos chicos y medianos es otra la realidad; incluso en los grandes no es todo tan así. Las altas temperaturas, la falta de agua y los consecuentes bajos (o nulos) rendimientos de los cultivos destinados a la alimentación son estresores potenciados en la producción de leche; el 87% de la leche es agua. Se estresan los animales, y se estresan las familias productoras. “Es angustiante”, dice Justino Zavala, directivo de la Agremiación de Tamberos de Canelones.
Algunas escenas frecuentes por estas horas en la lechería uruguaya: entubar un arroyo o cañada, trasladar agua en el camión cisterna que se pudo conseguir -ya sea a través de vecinos, una empresa, o de algún organismo gubernamental que esté brindando apoyo-, pagar horas de maquinaria para facilitar el acceso de los animales al sector último del tajamar, al que las vacas terminan llegando por los senderos empantanados y los pequeños barrancos que ellas mismas han ido formando, día a día, con sus patas y todo su peso, desde la antigua orilla a la actual-.
Algunas familias gestionan un pozo semisurgente, porque el que tenían se secó, o porque no tenían. Deben pensar en, por lo menos, unos US$ 5.000. Y después la bomba, los caños, los bebederos. Las empresas de perforaciones, demandadas, agendan pedidos; hay que esperar. En algunos departamentos están operativas herramientas de apoyo, a través de subsidios, para el alumbramiento de agua.
La falta de lluvias se viene notando, desde hace meses, en el bajo rendimiento de los cultivos para alimentar al ganado. A comienzos de 2022 existían expectativas por los márgenes de precios previstos por litro de leche al productor, similares a los de 2014, pero la tercera primavera seca consecutiva incrementó los costos; el período de mayor producción a menor costo (por alimentar a pasturas), por tercera vez consecutiva no necesariamente fue barato. Hubo que apelar a lo que se pretendía reservar, y hubo que comprar concentrados.
El presidente de la Sociedad de Productores de Leche de Florida, Fabián Hernández, señala que eso no permitió capitalizar los precios por litro de leche. “Está bien claro en un dato mensual de INALE (Instituto Nacional de la Leche), que es el poder de compra del litro de leche. En 2022 estuvo 21% por debajo del poder de compra de 2014, cuando el nivel de precios fue similar”, señaló. Hernández califica la situación actual, por la sequía, de “desesperante”.
A los cultivos ya perdidos y a los efectos de la sequía en la producción diaria, se agrega la incertidumbre sobre las pariciones. “En febrero, marzo, empieza un momento importante como lo es el de los partos. No sabemos si vamos a tener comida para esas vacas, que en los primeros noventa días van a definir la producción que van a tener en el resto del año”, comentó Zavala. El estrés calórico en los vacunos aumenta, además, la probabilidad de que se produzcan abortos.
Para muchas familias productoras el 2023 comenzó con poco o incluso nada de alimento generado en el establecimiento. Los bajos rendimientos y la demanda de alimentos disparan al alza el precio de los fardos. Más todavía cuando los productores grandes aparecen en ese mercado, comprando en cantidades que mueven la aguja. Y la mueve toda. Un fardo de no muy buena calidad que hace unos meses estaba a 10 dólares, hoy puede andar sin problemas en 30 dólares. Con el paso de los días, la situación empeora, y ese recurso se encarece más.
Una de las herramientas para hacerse de raciones es a través de los créditos blandos del fondo para productores afectados por la emergencia agropecuaria. “Son créditos y en algún momento hay que pagarlos. No es gratis. La sociedad no puede hacerse cargo de las ayudas que nos dan. Hay que pagarlas, y no está mal que sea así. Claro que queremos créditos que no ahorquen al productor, sino que sean una forma de salir suavemente”, comentó Zavala, a quien le parece que el crédito para productores chicos, con tope de 20 mil dólares, ha sido una herramienta adecuada.
El fuego, ahí, acechando
“Cuando la lluvia escasea / y la sequía es machaza / para incendiar pasto seco / tan sólo basta una brasa”, dicen los versos de Mario Carrero en “De un cantor y su guitarra”. El escenario obliga a dormir con un ojo abierto. “Hay productores que no quieren ni salir de su casa, por miedo a que pase algo. Para los productores chicos, que tienen su casa en el predio, es un riesgo mayor”, comentó Zavala.
Bomberos no cuenta con datos de la cantidad de hectáreas de campo que se han quemado en Uruguay en lo que va de 2023. Los datos sólo del departamento de Florida marcan que en su territorio han sido más de 500 hectáreas. En todo 2022 los incendios en campos afectaron un total de 800 hectáreas.
Los dientes que emergen desde la tierra
La angustia quedó indeleble en titulares y notas de diarios de la primera mitad del siglo pasado, que dan cuenta de lo devastadoras que fueron las langostas que llegaban, volando, desde otros puntos de la región. Mangas de langostas arreadas por el viento hasta que éste, por algún designio del sistema Tierra, las hacía caer en un territorio determinado, sobre cultivos, pasturas y árboles. Y arrasaban con todo. En la narración oral de familias de productores de aquel entonces sobreviven historias tales como la de una rama de árbol que se quebró al quedar envuelta por capas y más capas de langostas, ensimismadas en comerlo todo. Hay incluso un cuento del escritor, periodista, ensayista y crítico literario Omar Prego Gadea: Los dientes del viento —un rara avis en su literatura de ficción, que prácticamente en su totalidad es urbana—. El clima de angustia, las pérdidas, las cuadrillas de vecinos yendo a combatirlas de un establecimiento a otro, durante días y más días, dan cuenta del drama que atravesaban las familias de productores. “Las langostas se dejan llevar por el viento, por encima de mares y continentes, hasta los campos que devorarán antes de volver a levantar vuelo. El Corán las llama los dientes del viento”, dice, suelto y sin datos de autor, el epígrafe que abre el cuento de Prego Gadea.
Hoy, en 2023, hay langostas en Timote, como mazazo adicional de la sequía. No vinieron volando, ni desde lejos. No bajan desde el viento, y no son las mismas langostas. Son tucuras, o langostas criollas, unos acrídidos polífagos que, continuando con la idea del cuento de Prego Gadea (nacido en Cerro Colorado pero migrado con la familia a Montevideo muy posiblemente en su preadolescencia), vienen a ser los dientes inferiores. Mascan desde abajo, y mascan lo mismo. “Han comido de todo. Acá al maíz me lo comió todo, y a muchos otros les han comido las huertas”, cuenta Lourdes Martínez. Pasó algo similar, o peor, en 2008 y 2009. “Al mediodía llegaban a las casas, se trepaban a las paredes, al techo, que hasta parecía que estaba lloviendo”, recuerda.
Las tucuras están hoy en un área de más de 5.000 hectáreas, que alcanza a zonas cercanas como Montecoral.
“El daño ya está hecho”, explicó el director departamental del MGAP, ingeniero agrónomo Daniel Berti. Ya pasó la etapa en la que comen más, y aplicar productos para combatirlas sería, además de caro, letal para los polinizadores. Ahora, adultas, las tucuras comen menos, aunque pusieron ya los huevos para continuar los ciclos. El problema puede estar en los últimos meses del año, desde octubre.
Berti ha tenido diferentes instancias con los productores, quienes en algunos casos vieron desaparecer parte o todo de lo poco que tenían para alimentar al ganado. El jueves pasado, en la sociedad de fomento de la zona, hubo una jornada del MGAP, a cargo de la entomóloga Lucía Miguel, del departamento de Vigilancia Fitosanitaria de la Dirección General de Servicios Agrícolas. Hay 104 especies de tucuras en Uruguay, explicó. La de mayor presencia es la Borellia bruneri. Lo que se está dando en Timote es una explosión poblacional. La situación climática ha ayudado. Es de esperar que, con el tiempo, tienda a regularse, según explicó Miguel.
En próximas instancias, productores y técnicos comenzarán a trazar la estrategia para monitorearlas y, eventualmente, combatirlas cuando hayan eclosionado —si es que se identifican como problema—. Tendrá que ser con sondeos permanentes, y con acciones teledirigidas, tarea que necesitará del aporte de todos los vecinos, porque no hay alambrado que valga. Otras langostas, otros tiempos, y otras formas de organizar las cuadrillas de vecinos para resistir.
BROU anunció medidas por la sequía
El directorio del Banco República (BROU) tomó este jueves la decisión que se había adelantado días atrás: se brindará diferimiento por 180 días para los pagos de los créditos a aquellos productores rurales que tengan deudas menores a 200.000 dólares, lo que implica unos 5.000 productores. La medida será aplicada a los clientes con créditos vigentes al 31 de diciembre de 2022 y se tomará “de oficio” por el BROU, por lo que no implicará ningún trámite ni costos de intereses para el deudor.
“Para dar una dimensión, son unos 1.000 millones de dólares que el banco tiene de crédito en el sector agropecuario afectado y alcanza a unos 6.000 clientes, de los cuales unos 5.000 entran en la categoría de menos de 200.000 dólares de deuda, y tiene un costo que el banco va a asumir en este caso”, informó en una rueda de prensa el presidente del BROU, Salvador Ferrer.