Este domingo hay elecciones presidenciales en Venezuela y concitan una atención especial, empezando por el hecho de que las ha permitido un gobierno caracterizado por su creciente autoritarismo envuelto en una catastrófica crisis social.

El gobierno de Nicolás Maduro, además, ha realizado una serie de acciones, como anunciar que habrá un “baño de sangre” si es derrotado en las urnas y “desinvitar” a observadores internacionales, que lo ha alejado aun de los líderes regionales que podrían operar como facilitadores luego del resultado electoral, los presidentes de Brasil y de Chile.

Es muy difícil prever quién ganará las elecciones: las encuestas arrojan resultados extremos y opuestos según el bando que las promociona. También es muy difícil confiar en que existirán las garantías mínimas de un proceso electoral justo, dado que el gobierno venezolano sólo ha permitido el ingreso de cuatro veedores de la ONU y un puñado de técnicos del Carter Center. Lo más probable, con todo, es que luego de estas elecciones comience una transición hacia otro estado de cosas.

El canciller uruguayo, en tanto, expresó su preocupación por la situación en Venezuela y no ocultó su simpatía por la oposición, y su líder, María Corina Machado, conversó con el presidente Lacalle Pou.

Por mi parte, como uruguayo nacido en la década de 1970, no puedo dejar de mencionar que “la unión cívico-militar-policial perfecta” (Maduro dixit) es material de mis pesadillas, aunque, por eso mismo, también concibo otras.

También pasó

Qué más leer