El hecho de que no se extrae petróleo en Uruguay convive, desde hace décadas, con la idea de que podría llegar a haber una fuente de riqueza oscura esperándonos en el fondo del mar, como un tesoro que nos llama en sueños y nos da indicaciones vagas sobre sus coordenadas justo antes de que nos despertemos.

La ilusión, o mito, nos acompaña desde antes de que se comprobara que el del petróleo no sólo es un negocio contaminante, sino también decadente. Tóxico, diría la psicología popular, pero así son los sueños: incorporan datos y novedades de manera lateral, imprevisible. En la vigilia, sabemos que los combustibles fósiles se agotarán pronto, aunque no exactamente cuándo, y sabemos que siguen dando enormes ganancias a quienes los explotan.

Son excepcionales los gobiernos que, como el de Noruega, ahorran las fortunas obtenidas con el petróleo para preparar su reconversión energética, y abundan los países donde esa “plata fácil” produce distintas combinaciones de autoritarismo, desigualdad y corrupción, tipo Venezuela, Rusia y varias monarquías árabes. Las compañías petroleras y sus socios ejercen enormes presiones para retrasar cuanto sea posible la sustitución de los combustibles fósiles por otras fuentes de energía, como hicieron hace pocos días en la cumbre climática que tuvo lugar en Brasil, un país cuyo gobierno progresista oscila entre el amor por la industria extractivista y la protección de vastos ecosistemas.

Dicen que, más que un dudoso certificado de estudios, era la esperanza de encontrar petróleo en la plataforma marítima uruguaya la que sostenía la confianza de Raúl Sendic Jr. en su futuro político. Tras su defenestración de la vicepresidencia de la República, el asunto de las prospecciones perdió visibilidad, aunque durante el gobierno de Lacalle Pou se iniciaron gestiones para retomar la búsqueda del tesoro en altamar. Hace unos meses, las actuales autoridades volvieron a hablar del tema.

A principios de mes, el Ministerio de Ambiente autorizó a cuatro empresas multinacionales a explorar la plataforma del país. El método que emplean consiste en generar pulsos de baja frecuencia y alto volumen, lo que les permite mapear la geología submarina de manera relativamente “limpia”; sin embargo, afecta profundamente a la vida, ya que se trata de explosiones extendidas, continuas –hablamos de meses– e intensísimas. (No puedo dejar de pensar que “explorar”, en portugués, también significa “explotar”).

La sociedad civil se viene movilizando ante esta amenaza a las especies marinas locales, y la semana pasada hubo manifestaciones en distintas partes del territorio. Ahora se le sumaron varios legisladores oficialistas, que evalúan que los costos ambientales de la exploración sísmica no compensan los posibles beneficios.

Las alegrías y problemas que trae el petróleo están más del lado de la nada que del de la existencia, porque la probabilidad de encontrarlo es de 25%. No sabemos bien cuál es el porcentaje que corresponde a la materialización de las superlanchas que podrían proteger los recursos pesqueros uruguayos, mientras siguen aguardando el milagro que les insufle vida, allá lejos, en Galicia, en lo de don Cardama, cerca de Finisterre.

“El sueño terminó”, decía John Lennon, pero en este caso todavía falta un poco. Feliz 2026.

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