La tecnología nunca conllevó unanimidades cuando se la introdujo en los procesos democráticos de algunos países. No parece ser una cuestión –solamente– de la reticencia al cambio: las garantías digitales parecen perderse en una nebulosa y son más los casos en los que se pone en tela de juicio la utilidad de la tecnología en detrimento de la transparencia.
Puede que estos años sean un período de transición, pero el voto electrónico no está implementado de forma total en casi ningún país del mundo y la actualidad respira debates constantes sobre la regulación de la propaganda política en las redes sociales. La limitación de los espacios de expresión virtuales se convirtió en un problema internacional, los militantes se confunden entre los bots y los hashtags se contabilizan. Sin embargo, ¿somos capaces de discernir el impacto que tienen estos espacios en las decisiones del electorado?
El proceso democrático estadounidense es el epicentro de las tensiones generadas por las redes sociales; precisamente de eso va la “trama rusa”: una serie de acusaciones que se balancean entre la paranoia absoluta y las pruebas de que algún interés pudo tener Moscú para favorecer a Donald Trump, el actual presidente de Estados Unidos. En las tierras estadounidenses se ha puesto en tela de juicio desde las primarias demócratas, en las que Hillary Clinton salió vencedora frente a Bernie Sanders, hasta las nacionales, en las que su competidor republicano llegó a la presidencia. Los dedos hace meses apuntan hacia Vladimir Putin y una posible injerencia de las elecciones mediante la financiación y compra de publicidad para influir en los ciudadanos.
Tan grave o sobredimensionado se ha vuelto el tema que en este mes comenzaron las audiencias en el Senado estadounidense sobre esta posible intromisión de Rusia a través de publicidad en Facebook, Twitter y Google. Los directores legales de estas redes comparecieron frente a la cámara para responder durante horas todo lo que los representantes del comité judicial les tiraron sobre la mesa.
Ahí la preocupación tomó otro tono: no impresiona solamente lo vulnerable que se muestra una potencia mundial frente a un poder relativamente nuevo, sino también el desconocimiento de sus gobernantes. El episodio dejó claro que algunos senadores estadounidenses ignoraban que Facebook está bloqueado en China y mostró cómo se sorprendían al enterarse de que la cadena de noticias RT (Russia Today) tiene más seguidores que la CNN.
“¿Qué puntuación se pondrían sobre lo serio que se toman el uso de sus plataformas para influir en la política estadounidense?”, fue una de las preguntas que los tres gigantes de la web tuvieron que responder. Google y Facebook se pusieron un 10, mientras que Twitter dijo 8. A pesar de su nota, la red del pajarito ha sido la más polémica en los últimos tiempos: el cierre de la cuenta de Donald Trump durante 11 minutos por culpa de un trabajador de la empresa y la prohibición de toda publicidad que provenga de RT y de Sputnik lo muestran como el más activo frente a esta situación, pero también como el más permeable.
Cuantificar el impacto de la posible intromisión es una forma de aproximarse a qué tanto contenido se vio expuesto el votante estadounidense, pero los números son tan irrisorios que dificulta el terreno de la especulación: la empresa Google aseguró en el congreso que Youtube sospechó de 18 cuentas y que, a su vez, sólo 3% de sus videos superaban las 1.000 visitas. Por otra parte, Twitter encontró 2.752 cuentas de bots que sospecha que están conectadas con Rusia y que generaron publicaciones equivalentes a 0,74% de la cobertura vinculada con las elecciones de 2016 en Estados Unidos. La trama rusa recién está empezando y surgirán muchos más datos, pero todo indica que la tecnología será uno de los nuevos ejes fundamentales de una disputa histórica.