Las tiendas del barrio Reus sienten un golpe. Los mayoristas pasaron a vender al menudeo. Los shoppings y sus precios, además de las promociones, tienen al barrio en vigilia. Son pocos los que quieren admitir que les va bien, todos quieren más. Y la gente se arremolina buscando el precio que cierre la ecuación de muchos regalos por poco dinero.

Eva era fabricante de ropa hasta los años 90, cuando cerró la fábrica. “Los costos, los impuestos, el personal cambió mucho, los beneficios sociales”, son las razones que esgrime. Ahora trae la ropa de China, a buen precio. “Es imposible competir con China, la fabricación allá es regalada. Viene impecable y cada vez de mejor calidad. Acá es imposible abrir una fábrica”. No se lamenta. Hay cajas por todos lados y bolsas.

La Comercial, Goes y el Barrio de los Judíos cambiaron la etiqueta: ahora es Made in China. En la víspera navideña el centro comercial zumba como colmena. Todas las abejas salen por su miel. “El panal necesita miel, la gente busca ahorro”, compara Eva, que escucha consultas por precios durante todo el día. Ella tiene 55 años, ojos azules y cabellos rubios azucarados. Maneja la casa Wolf, que en Navidad vende ropa al público y el resto del año abastece a mayoristas. Dice que esta es su “fecha clave”. Las casas con buhardilla, de cuando Emilio Reus especulaba con gobiernos, fábricas, empleados y hoteles, ven pasar a miles de personas por día, en este reducto de la venta al por mayor que está mirando cómo pasa el tiempo.

Hace 30 años que Eva trabaja en el rubro vestimenta. Tiene 14 hermanos, todos comerciantes e importadores. Cada uno tiene dos o tres tiendas en el barrio. Todos son judíos. Ella también.

El Barrio de los Judíos tiene su sinagoga en la calle Inca. Aunque hace décadas que se fueron de Goes, el barrio no pierde su mote: la palabra se hizo carne en sus cuerpos y en nuestro nomenclátor. Sin embargo, Eva prefiere decirle La Comercial o Goes. “Yo soy judía. Cuando dicen ‘barrio de los judíos’ no me suena muy bien. A mí me choca, no sé…”. Ya no hay tantas tiendas de judíos. Eva dice que son la mitad.

Chirriando ofertas

Hace calor en Arenal Grande. Es víspera de Navidad y desde las diez la colmena se activa hasta las seis de la tarde, cuando todo empieza a cerrar y el barrio recupera quietud, calma y hasta cierto aire fresco. Los colores de las mercaderías, desparramadas como miel en el panal, chirrían como la hamburguesa sobre la plancha del vendedor ambulante. El reguetón es la banda sonora de las bagatelas en oferta: repasadores, mantelitos, medias, remeras y chancletas.

Arenal Grande está llena de puestos ambulantes, hay tenderetes hasta en los cruces del semáforo. En una esquina, hamburguesas y tripas rellenas crujen en una plancha; el asador marea un chorizo solitario, lo mira fijamente, quiere dorarlo. Cae la tarde, los comercios bajan sus cortinas y las abejas empiezan a huir. Le quedaron unas 15 hamburguesas apiladas al costado de la plancha; en toda la jornada vendió 40 chorizos y 60 hamburguesas.

La cosa no está fácil. Se vende menos. Quieren vender más. Eva dice lo mismo que Rosario, otra vendedora de ropa. Se vendió “poco” durante el Día de la Madre (otro fuerte histórico del barrio) y en la temporada de útiles escolares; lo mismo en los días del Abuelo, del Niño y del Padre.

Uno de los pocos que está satisfecho con la zafra es un chico, tan joven como rubio, que exprime naranjas. En su primer y único día sirviendo jugo vendió tres cajones. Washington, el farmacéutico, también está contento. “La venta aumentó 40%”, estimó. Lo que más vende son “estuches” de perfumes, gel de ducha, desodorantes, lociones y fragancias. En las festividades embala todos los días paquetes para el interior. También es la época del año en la que Washington vende más uvasales y alikales. “Resaquita. Todo lo que sea dolor de cabeza y estómago se vende más. La gripe desaparece”, se ríe.

Zafra que sí, zafra que no

Empezó la zafra. Es Navidad. Algunos aprovechan para sacar todo lo que no pudieron vender durante el año. Otros encargan contenedores con algún Papá Noel extra. Arbolitos de Navidad, pelotas, adaptadores, cintas adhesivas, cosas que no se entiende qué son, trampas para moscas, ratones de peluche, antenas para tevé y más cosas que no se sabe para qué sirven.

Los grandes mayoristas están colmados; nadie tiene tiempo para hablar esta semana, sólo facturan las baratijas que sus clientes compran al por menor. El domingo el árbol de Navidad debe parir regalos. En La Comercial las abejas piden precio. La gente compara, mide y gasta lo que tiene. Los comerciantes aseguran que no es mucho. No importa la calidad, dice Eva: “La gente tiene poca plata y compra varios regalos juntos”. El comprador en La Comercial “busca mucho”. “Llevan cosas chicas, a veces algún abuelo lleva cosas buenas, pero no mucho”, dice una vendedora de zapatos, mientras atiende a un hombre que le consulta por unas sandalias que valen 170 pesos.

Una joven posa para su selfie en la escalinata de la tienda de ropa de mujer en la que trabaja. Una cinta rosada impide el paso en la puerta de una mercería próxima. En la barrera/listón cuelga un papelito que dice “espere”, escrito con marcador rosa flúo. Hay tres clientas adentro. “Se ve un movimiento de fiesta, pero no como otros años ,cuando no podías entrar y había hasta que cerrar la puerta, por toda la gente que había”, recuerda Eva. Rosario dice que hay movimiento, pero considera que “la cosa está lenta, está bajando. Se notó durante el año”.

Con las ganancias de la zafra, una panchera espera pagar deudas y amortizar el lavatorio que la Intendencia le hizo poner al carro. Un hombre maduro, que vende asaderas, dice, medio en broma, medio en serio, que las ganancias de estos días van a dar para el “pan dulce y los regalos de fin de año”.

Bebotes plásticos, papel de regalo, pilas, pelotas, vestidos de mujer, más ropa, buggies y ropa pueril. Una cuatro por cuatro lustrosa del sindicato de pancheros del Uruguay estacionada, cargada con dos puestos ambulantes para vender frankfurters. Tiendas de productos navideños. Gorritos. Un tipo tira decenas de jeans en el piso de la calle, pone una silla y espera atrapar a sus abejas. Un comerciante le pregunta a otro si piensa abrir en esta víspera de Navidad. “El sábado sí. El domingo, mmm, hasta el mediodía”, le responde.

Maldito shopping y sus tarjetas

Las grandes superficies parecen haberle sacado una tajada relevante a estos comercios. O al menos es la versión que circula por Arenal Grande. Una vendedora de calzado dice que la venta no es como antes. Los mayoristas que antes vendían por docenas, ahora venden de a tres unidades. Muchos comercios que durante el año venden al por mayor ahora se remangan para atender a las abejas, que recorren extasiadas las seis cuadras atiborradas de gente y vendedores ambulantes. La opinión más extendida es que hay más mirones que compradores.

Los comerciantes repiten que la inclusión financiera los puso contra la pared; dicen que la ropa en los shoppings no está mucho más cara que en sus tiendas, y que las promociones y las amortizaciones de las tarjetas de crédito les juegan en contra. Eva dice que hay mucha competencia. Rosario, que vende repasadores y “cosas chicas” a los ambulantes de los ómnibus, dice que varios feriantes de las expos cerraron en el centro y bajaron por Arenal Grande, hasta La Comercial.

Los clasificadores también aprovechan la zafra. Esta semana hubo “abundante cartón”. “Antes de las fiestas no salía nada, me llevaba el carro vacío. Ahora se junta abundante”, dice Roberto, que conduce por Arenal Grande a Pepe, su caballo cargado de cartones. Roberto volvía sin camisa al Marconi para dejar descansar a Pepe y ensillar otro caballo. Su misión para la tarde: clasificar tanto como dispongan las abejas, que todo lo reducen a cientos de miles de cajas, made in China.