Se lo puede reconocer sin haber puesto un pie en sus baldosas geométricas, sin haber admirado de cerca la mayólica del zócalo, de estilo portugués, porque en ese largo mostrador de madera y mármol se apoya Ricardo Olivera mientras canta La última curda y Jesús Rodríguez, entonces dueño del bar, les sirve una copa a José Mujica y Lucía Topolansky. Con las altas vitrinas como marco, entre las mesas de Montevideo al Sur, Emir Kusturica filmó la escena final de El Pepe: una vida suprema, su documental sobre el ex presidente.

De grandes aberturas resguardadas por cortinas metálicas, esa esquina de Barrio Sur puede intrigar, aunque la pátina del tiempo, junto a una “fachada grisácea y anodina no deja traslucir las sorpresas que se esconden hacia dentro”, como apuntaba un artículo de Juan Antonio Varese. El memorialista consignaba sobre el boliche: “Presenta un estilo art decó, original y sin concesiones y se ubica en la planta baja de un edificio de cuatro pisos, de esos que fueron muy comunes para renta en la década de 1930”.

Lo cierto es que “estos bares tipo café y almacén, como el Tabaré o donde ahora está Inmigrantes, son finitos”, señala Joaquín Casavalle, que junto a su primo y socio, Martín Carneiro, acaba de devolverle al sitio la vitalidad que hace décadas no tenía.

Foto: Alessandro Maradei

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“Nuestro objetivo es que el barrio tenga un lugar de calidad; el bar de por sí es hermoso, y con estas características hay diez o 12 en todo Montevideo. Tratamos de mantenerlo intacto, hacerle pocas cosas, que resaltaran lo más lindo que tiene”, dice, apoyándose en los mismos atributos que llevaron a incluirlo en una lista de “Cafés y bares con historia, una memoria con futuro”, una iniciativa de promoción de estos comercios que hacia 2002 impulsaron entre otros la Intendencia de Montevideo y Cambadu.

“Mantuvimos las sillas originales, agregamos banquetas, pintamos, sacamos las heladeras del salón. Hubo que cambiar las luminarias y hacer la instalación eléctrica de vuelta, la cocina y los baños de cero”, cuenta sobre una reforma que completaron en una semana con “todo el mundo trabajando, amigos, familia, en jornadas de 18 horas”.

La limpieza, aseguran, fue lo más engorroso, salvo el cartel de “No se fía”, que seguía intacto, “como lustrado”. Reordenaron objetos, cambiaron la disposición de una barra y la pasada de mozos, pero las pesas, los sifones, la máquina de cortar fiambre, las balanzas, todo lo que se ve en las estanterías ya estaba ahí. Lo nuevo son los cuadros de Mía, una vecina, que tituló a su serie Caballos voladores.

“Se buscó que fuera armonioso tanto para la mañana como para la noche”, explican. Inauguraron el 8 de diciembre y en esta etapa de inicio, con un horario extenso, se están exigiendo bastante; trabajan de lunes a sábados y sirven desde el desayuno hasta el último antojo.

Épocas

Foto: Alessandro Maradei

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Carneiro, que trabajaba cerca y estaba fascinado con el bar, fue el que contagió a Casavalle: “En julio, hablando de proyectos y de cómo estaba de moda esto de los bares tradicionales, me tiró el centro: me preguntó si conocía Montevideo al Sur”, cuenta su primo. “Pasé caminando y estaba el gallego Jesús en la puerta. Vine al otro día de tarde, estaba Lola o María Eleonor, la esposa, me tomé una coca, le dije ‘qué lindo bar’ y me contó que lo alquilaban. Ahí me ericé, y volví esa noche a tomar algo. A partir de ahí fueron seis meses de estar atrás del negocio”, resume, ya que el matrimonio era reticente a dejar la esquina que administraron desde los años 60, donde aparte vivían.

Mientras le daban largas, además de pasar todos los días con el auto, Casavalle iba juntando datos y leyendas sobre aquel sitio. “El primer dueño se apellidaba Molfino, y se dice que hubo otro entre él y Jesús. Acá enfrente está Interpol y, según los vecinos, lo habían comprado unos tupamaros para vigilar a qué gente metían para adentro”.

El tal Molfino del comienzo vendía vino casero, lo que atestiguan las damajuanas que forman ahora parte de la decoración, además de un stock superior a las 400 botellas de aquella época acumulado en el sótano, que tiene la superficie del salón y unos dos metros de altura. Allí también encontraron una caja registradora, radios antiguas, un escritorio que restauraron y reasignaron como mesada de baño. La idea es habilitarlo en algún momento para tener toques, presentaciones y catas.

En la etapa de Jesús, fue Lola la que levantó el bar cocinando, y cuando ella tuvo que dejar de hacerlo, por cuestiones de salud, empezó el declive. Casavalle asegura que “no hubiera dado este salto sin tener a Pablo Crosignani como cabeza en la cocina”, con una carta en la que tanto hay espacio para clásicos como chivitos, milanesas y tablas de muzzarella como para un ojo de bife, un salmón, dos ensaladas. Entre las entradas figuran tortilla española rellena, ceviches de camarones y de corvina, una degustación de croquetas (de morcilla, de chorizo, de provolone) y de lunes a miércoles incorporan tapas sugeridas.

Al mediodía tienen cadetes que cubren desde Ciudad Vieja y hasta el Obelisco para llevar el menú ejecutivo –por lo general hay dos opciones– y las tartas saladas. A corto plazo quieren agregar a la carta insumos de almacén, desde vinos hasta kombucha o vermú, pan casero, café de especialidad, yogur, conservas, aceites, y más adelante piensan tener posavasos y remeras como objetos de merchandising.

Foto: Alessandro Maradei

Foto: Alessandro Maradei

“El uruguayo no tiene muy arraigada la cultura de desayunar en el bar; de todas formas, creemos que el café para llevar puede funcionar. Trabajamos con el colombiano Amor perfecto. De mañana siguen viniendo viejos parroquianos, así que tenemos caña, amarga, vermú Rooster, que es artesanal, y algunos veteranos cambiaron su copa de whisky por cerveza artesanal tirada, de Cabesas. Lo hablaba con mi primo el otro día: cuando tenga 70 años y quiera ira tomarme una copa al bar de la esquina, no quiero que me miren de arriba a abajo. Acá no buscamos ser un bar careta, sino un bar de barrio fusionado con turismo”.

Las actividades culturales son parte de la estrategia del bar. En la gestión artística está Fernando Telechea y la agenda de shows, que se estrenó el 28 de diciembre con Dos Daltons, seguirá hoy con un acústico de Presuntos Inocentes (por ahora no cobran ticket). Los shows se ubican al lado de la puerta principal (hay otro ingreso lateral). Proyectan grabar esos toques y hacer entrevistas previas con los músicos, de forma de ir alimentando sus redes sociales.

Montevideo al Sur (en Maldonado y Paraguay) abre de lunes a sábados de 8.00 a 2.00. No cobran cubierto. Se puede pedir en mostrador para llevar a cualquier hora; la cadetería sólo funciona al mediodía. La opción más económica de menú sale $ 280 (incluye plato, bebida y postre) y la más cara, $ 320. Tienen “copa de la noche”. Los domingos de febrero van a empezar con brunch. Más adelante van a implementar cuponeras para la gente de la zona. Tienen una capacidad de 65 plazas.