En Todo tendría sentido si no existiera la muerte, de Mariano Tenconi Blanco, hacía de una maestra de pueblo, enferma terminal, cuya última voluntad era protagonizar una porno. La vida puede ser un infierno, pero Lorena Vega es pura energía. Lo saben quienes llegaron a verla en un Festival Internacional de Artes Escénicas (Fidae) anterior, cuando la compañía argentina Teatro Futuro estrenó esa comedia melodramática en Montevideo.
Otra vez con texto y dirección de Tenconi Blanco, y de nuevo al Fidae, vuelve ahora con La vida extraordinaria, un cuento pequeño, dos amigas creciendo y equivocándose, con el peso de las palabras dichas y escritas, y la perspectiva de un posible fin del mundo tal como lo conocemos. Lorena Vega es ahí sostén y desmesura, mientras la dupla con Valeria Lois funciona, según la actriz, “como un instrumento”.
Lo mismo ocurre con Laura Paredes en Las cautivas, que también Tenconi Blanco escribió y dirigió, en ese caso en verso, con pequeños telones móviles por escenografía. En este espectáculo, que integra la programación del Fidae, Vega es una nativa que huye con una carapálida, sorteando los baches de las lenguas y de las culturas. En esta estructura en monólogos el personaje de Lorena Vega encarna la conexión con la tierra. De ese diálogo interrumpido salen el ridículo y la risa, producto de la rima. Es la primera entrega del proyecto La Saga Europea, cuatro obras ambientadas en el siglo XIX que se proponen explorar la relación entre América Latina y Europa.
Imprenteros es lo más personal que trae al festival, porque es teatro documental, “un encuentro de distintas disciplinas artísticas y laborales enmarcado por una mirada femenina sobre el universo del oficio gráfico. Y al mismo tiempo es el retrato de una familia atravesada no sólo por el oficio, sino por la pertenencia a una clase social que resiste a las vicisitudes de un país”. Lorena Vega es entonces un motor que convoca o arenga amorosamente. “Quiero invitar a que se acerque al escenario”, dice cada vez que un actor va a ingresar, y hace un breve reporte de su carrera, tratando con cierta asepsia el hecho de que sea su familia la que será representada en medio de coreografías de resmas enormes, olor a tinta y ruido a máquinas offset.
¿Te pasó antes de tener tres obras en un mismo festival?
En Argentina, en el FIBA, pude haber estado a veces en distintos roles, actuando o dirigiendo, pero fuera del país, en un mismo festival, con tres obras tan importantes para mí, es la primera vez. Así que es una emoción mayúscula.
¿Cómo te organizás? Estás acostumbrada igual a tener en cartel varios espectáculos.
Es cierto, pero la organización tiene distintas aristas. Tiene que ver, primero, con que yo entrego mi tiempo y mi vida completa a mi tarea de creadora de las artes escénicas, entonces no hay algo que esté muy dividido, más allá de que soy madre y que eso hace un foco grande en una tarea específica, maternar, con sus propias circunstancias y lógicas. Mi actividad está muy integrada a mi cotidiano y todos los proyectos son con equipos de mucha gente, que hacen que eso funcione. Las tareas están súper divididas. También es cierto que de las tres obras con las que vamos al festival hay dos que pertenecen a Teatro Futuro –La vida extraordinaria y Las cautivas–, entonces la propia compañía se encarga de armar una buena logística para que quienes estamos en los dos proyectos podamos repartir nuestro tiempo. Eso nos pasa a Ian Shifres, que es el músico de ambas, y a mí, que estoy como actriz. Después, hay un trabajo permanente de organización de agenda, de respeto y diálogo para estar sincronizados. Hay mucha escucha entre los equipos, mucho ida y vuelta, mucha negociación también, y una red de gente que colabora, que comprende que esta tarea necesita de esa contención, y aparece. Son muchas cosas en danza para que esto pueda suceder.
Tenconi Blanco trabaja sobre universos eminentemente femeninos, quizá lo contrario de Imprenteros. ¿Cómo llegaste a ella? ¿Cómo le diste forma?
Imprenteros es una obra autobiográfica: la escribí, la dirigí, estoy en escena. Al enmarcarse, si querés, en el teatro documental, tiene la particularidad de estar hecha con distintos dispositivos para poder narrar la historia. Es una historia sencilla, mínima, que puede suceder en cualquier familia trabajadora; específicamente es del conurbano bonaerense, pero puede representar a cualquier familia trabajadora del mundo que tiene un pequeño emprendimiento para sacar adelante un negocio. Se desata una disputa sobre el taller gráfico, la imprenta de mi padre, una vez que él se muere, entre su familia actual, la segunda que él armó, y la primera, que es a la que yo pertenezco. Cuestiones típicas. Creo que, por un lado, lo que sucedió con Imprenteros es que hay mucha identificación, porque se cruzan temas universales, algo del dibujo de las familias tradicionales, y también aparecen las nuevas familias, la elegida, la red de amistad y de comunidad que vamos armando y que son otros contextos, incluso para criar a nuestres hijes. Está pensada la familia, el trabajo, los oficios, lo artesanal, y cómo los afectos están atravesados por los dilemas económicos. Todo eso me parece que puede ser pertinente para cualquier trabajador.
Hay material de archivo familiar, fotos, videos en VHS, entrevistas en vivo y filmadas, y participan mis hermanos, familiares y allegados, que no son actores. Son testigos directos de los hechos y están en escena. Eso también le da el rasgo de teatro documental.
Esa obra, que es en primera persona, que está contada desde los trabajadores, estéticamente no tiene nada que ver con las obras de Mariano Tenconi, pero sí creo que si quisiéramos hablar de cuestiones en común, estamos mirando las emociones humanas, las miserias, los desencuentros, las torpezas, los ruidos y los hallazgos en los vínculos. Sobre todo son materiales que hablan de lo vincular, que observan cómo quizá nuestras generaciones anteriores fueron encontrando y desencontrándose, y está en juego nuestra mirada sobre eso. De alguna manera pertenecemos a un mismo territorio, que es el del teatro independiente de Argentina, desde los espacios de investigación que hay en Buenos Aires, y de las salas, tanto alternativas como oficiales, donde fuimos haciendo un recorrido. Pertenecemos a ese flujo de corriente artística que se viene dando desde hace muchos años.
Es una pieza sobre las herencias.
Totalmente. No tiene que ver solamente con la herencia del taller, sino con la herencia del oficio, del amor por el trabajo artesanal, la reflexión sobre lo vincular, la herencia imprevista, en relación a la memoria, a qué elegimos recordar. Es una herencia amplia.
Este tipo de investigación debe tener una carga emocional importante. ¿Qué herramientas te dieron Vivi Tellas y Maruja Bustamente, con quienes fuiste elaborando la historia?
Sin dudas me dieron herramientas, de todo tipo. Cronológicamente, a mí me invita Maruja a participar en el ciclo Familia, del que ella es curadora, en el Centro Cultural Rojas, que pertenece a la UBA [Universidad de Buenos Aires]. Invita a artistas para que hagan algo con ese concepto, y puede ser lo que quieras, es libre. Incluso yo podría no haber hecho una obra de teatro. No era mi intención, pero finalmente me salió otro género que no es el que hago habitualmente. Para trabajar la obra hice un seminario con Vivi Tellas, de cuatro meses, sobre ejercicios concretos, y vos podías llevar además tus ideas. Hice las dos cosas, y ella aquí es una referente del teatro documental, entonces fue clave, me ayudó muchísimo, y mis compañeres, todes artistas, también. Entre ellos Laura Névole, que es una gran actriz y también tiene su unipersonal autobiográfico, y es amiga mía.
Esas son ciertas postas de la creación. Después trabajé con Damiana Poggi, que es mi coequiper en la puesta en escena, y cada uno, incluso el cuerpo actoral que invité a reconstruir los hechos del pasado en escena y el equipo técnico, aportó a la dramaturgia.
Esas fueron las instancias desde que empezó la idea hasta que se estrenó. Ahora, a mí, por fuera de esos espacios, me ha nutrido muchísimo todo lo que hacen esos artistas que fui nombrando, sin saberlo, incluso, por admirarlas, por escucharlos hablar, por pensar en su desarrollo. Están y van resonando. Toda la actividad de Vivi siendo curadora de la sala Sarmiento del Complejo Teatral de Buenos Aires, invitando a artistas a su ciclo Biodrama, donde había que crear obras sobre hechos reales, fue un momento artístico muy alentador. Si bien hice Imprenteros en 2018, me di cuenta de que está escrita en mí a lo largo de muchos años, desde muy joven, es una obra que tiene la voz de mi vida hasta aquí. Por eso tiene esa fuerza en la gente, que es inexplicable. Me emociona porque me sorprende, porque es un acontecimiento.
¿Cómo hiciste para convencer a tus hermanos?
Bueno, son muy distintos los dos. Uno aceptó inmediatamente venir al curso de biodrama para que yo le hiciera una entrevista delante de mis compañeres; para mí era sólo eso, un ejercicio, pero fue tan alucinante que nos dimos cuenta de que estaba bueno que fuera parte de la obra. Y eso fue sencillo. Él dice que lo dejó tranquilo que yo le dijera que contestara con libertad, y que si algo no quería contestarlo, que no lo hiciera, que a mí también me iba a servir ese silencio. Eso lo animó a hacerlo.
El otro se resistió mucho, no quiso estar en vivo, le pedí que me dejara filmarlo, que fuera una entrevista en su casa, con poca gente en el equipo técnico de cine... Me dijo “bueno, está bien”. Me canceló tres veces, a la cuarta la hicimos; después se quejó de la imagen, me dice que no salió lindo, que no lo cuidé... en fin. Así y todo, está muy a favor del trabajo, adherido a la propuesta, nos acompaña un montón y es parte del equipo.
Tal es así, que entre los tres sacamos un libro, que se llama Imprenteros, de Lorena Vega y Hnos, con la editorial Documenta Escénica, que es de Argentina pero está en Córdoba. El libro, que ya está en Montevideo, contiene el texto de la obra y otras piezas que escribimos, la mayoría yo, pero también escribió Sergio, y Fede estuvo en la fiscalización de todo. Tiene piezas gráficas lindas que hacen a este relato de familias y oficios que nos proponemos poner en circulación. Y están las fotos de César Capasso, que es nuestro amigo y es parte de la obra de teatro, junto a imágenes de archivo familiar, y un trabajo de la diseñadora Eli Canello, que hizo un fotomontaje tomando la propuesta de César, que también hace eso en la obra.
Además hay un documental en marcha.
Estamos empezando la posproducción de un documental que cuenta cómo hicimos el libro, y lo codirigimos con Gonzalo Zapico, que es mi marido, con producción de Ajimolido Films. Y todo habla de los oficios y la familia, viste, no podemos salir de ahí.