Estemos o no de acuerdo, la última serie en ser elevada por el gran público al Olimpo de las ficciones televisivas fue Breaking Bad. Llegó en el momento justo, se aprovechó del streaming para aumentar su público y el último episodio fue todo un evento. O sea, lo que hubiera pasado con Game of Thrones si las últimas dos temporadas hubieran mantenido el nivel.
Las aventuras de Walter White y Jesse Pinkman empezaron a colarse en las listas de “las mejores series de todos los tiempos” y esto hizo que, como sucede siempre, surgieran otras ficciones que intentaban imitar su éxito. Entre todos esos personajes que recorren espirales descendentes dentro del mundo del crimen, hubo uno que se convirtió en heredero. Técnicamente, dos.
Ozark, cuya historia completa puede verse en Netflix, quiere ser Breaking Bad con tanta fuerza que puede llegar a distraernos. Así que es mejor obviar ese elemento y disfrutarla, porque es una serie que tiene sus méritos, especialmente en las primeras temporadas. La acción sigue a un asesor financiero llamado Marty Byrde (Jason Bateman) que lleva varios años lavando dinero para un cártel mexicano y sin ocultárselo a su esposa Wendy (Laura Linney). Ninguno de los dos se estaba muriendo y su pasar era decoroso, pero esa alianza con los narcos prometía ser redituable para la familia.
El primer episodio es una lección de suspenso. Los narcos descubren que alguien está robando dinero en la cadena de producción y empiezan a matar gente con alevosía y sin titubeos. Marty salva su pellejo gracias a su labia y a que es un verdadero experto en eso de conseguir mover fortunas de aquí para allá hasta quitarles la suciedad. De todos modos, promete lavar una cantidad enorme de dólares en un lugar que, según él, es perfecto para la tarea: el lago de los Ozarks, en Misuri.
Sin mucha opción, la pareja y sus dos hijos adolescentes se realoja de apuro, con la necesidad de asociarse a negocios locales para hacer esas cosas que hacen los asesores financieros de pocos escrúpulos, que no detallaré por consejo de mis abogados. De inmediato los jóvenes Byrde descubren la ocupación familiar, lo que altera el clásico cliché del secreto en el seno familiar. No se preocupen, que habrá mucha más gente a la que mentirle.
La serie se transformará entonces en una sucesión de misiones a cumplir por parte de los Byrde, que tendrán como gran arma la inteligencia. Pero para que exista tensión será necesaria una sucesión de antagonistas que quieran hacerles una zancadilla. Estos tendrán tres posibles desenlaces: unirse al equipo ganador, hacer mutis por el foro o permanecer relativamente al margen hasta terminar en uno de los desenlaces anteriores.
Al comienzo los enemigos de la familia son los integrantes de otra familia, los Langmore, especies de Osos Montañeses pero humanos. Y entre ellos hay que destacar el trabajo de Julia Garner, la misma de Inventando a Anna, como Ruth Langmore, la más avispada de los suyos, que comenzará como amenaza para los recién llegados y después se convertirá en uno de los personajes más interesantes. Tanto, que la calidad de cada temporada va de la mano con lo desatada que esté Ruth en la trama.
Guionistas poco solidarios
La primera tanda de episodios tiene un cierre perfecto, pero será necesario introducir nuevas misiones, nuevos antagonistas y nuevos peligros. El descenso no es pronunciado, pero con cada temporada es necesario subir la apuesta (literalmente en el caso del casino flotante) y algunos clichés del género se podrán volver repetitivos: el desencuentro, la salvada en el último instante y el elemento impredecible que aparece cuando todo parecía calmarse, como si un guionista quisiera complicarle la vida al guionista que viene después. Hasta podría rebautizarse Tenemos otro problema: la serie.
De esta forma se pierde un poco del interés humano que generaban los primeros episodios, porque la vida humana parece valer muchísimo menos que en otras series, sumado a que los Byrde van perdiendo todo atisbo de humanidad y el conflicto generacional no termina de atrapar. Sí se mantiene el interés por la historia, que está compuesta por varias partes móviles y mantiene giros interesantes hasta el final.
Un elemento que puede dividir aguas es el costado político que van desarrollando los Byrde mediante una fundación sobre la que el guion jamás logra contagiarnos mucho. El costado House of Cards de las últimas temporadas no termina pegando tanto como otras subtramas, pese a todas las veces que Wendy repita lo importante que es para sus planes futuros.
En el medio del paseo habrá buenos momentos y grandes presencias, como el veterano con el que comparten casa, el hijo de mamá al que le van arruinando la vida, la pícara terapeuta de parejas, el psicópata agente del FBI, la abogada despiadada o el narco que se parece a Leo Ramos. Pero recuerden: habrá dos posibles desenlaces para cada uno de ellos. Sin excepción.
Son 44 episodios que luchan contra su propia repetición involucrando al gobierno de Estados Unidos, a la casta política y hasta a la industria farmacéutica. Como sucede en muchas de estas series, el final no es necesariamente el momento más explosivo, pero con esta costumbre uruguaya de encontrarle la recompensa al camino, juntaremos satisfacciones a lo largo de las cuatro temporadas, en especial cuando Ruth Langmore anda con las uñas afiladas.
Ozark, con Jason Bateman, Laura Linney y Julia Garner. 44 episodios (cuatro temporadas) de aproximadamente una hora. En Netflix.