¿Quieren saber qué tan molesto es Deadpool? La película comienza con la clásica fanfarria de Marvel Studios, mientras aparecen clips de sus títulos más recordados. En ese momento escuché a alguien al lado mío tarareando la fanfarria, y estaba empezando a irritarme cuando descubrí que se trataba de Deadpool haciéndolo desde los parlantes del cine.
El personaje que interpreta Ryan Reynolds en esta trilogía tiene algunas características notables: es un mutante con amplios poderes regenerativos, lo cual mantiene a raya su cáncer; es un mercenario que no sabe quedarse callado; es un cínico que esconde su bondad detrás de un humor adolescente; es un personaje de ficción que sabe que es un personaje de ficción.
Con esos ingredientes, más la libertad que le dio Fox para hacer dos películas destinadas al público adulto (es decir, con violencia extrema y puteadas infinitas), Deadpool conquistó a los espectadores por su irreverencia y por una necesaria disección –no deconstrucción– del género de las historias de superhéroes, que para 2016, cuando salió el primer film, ya era probablemente el más popular sobre el planeta.
Por supuesto que el humor de Deadpool puede parecer demasiado, como habrá experimentado cualquiera que se haya cruzado con alguien haciendo cosplay del personaje. Y el cinismo puede salirse de control si solamente tenemos detrás a alguien que se cree mejor que el resto y dispara críticas demoledoras tan rápido como dispara munición de grueso calibre.
Pero el cariño de Reynolds por esta propiedad intelectual ha logrado resguardarla de los vicios corporativos... y cuando no lo logra, tiene un chiste acertado para romper la cuarta pared y denunciarlo. Así que por tercera vez –la segunda película apareció en 2018–, el mercenario bocazas llega al cine y por tercera vez la carcajada está asegurada, aunque para ello haya que estar demasiado al día con la actualidad de las películas de superhéroes, y con un poco de la farándula de Hollywood en general.
¿Qué relación tiene Deadpool con Wolverine?
Deadpool & Wolverine, dirigida por Shawn Levy (el de la trilogía de Una noche en el museo), arranca con el tarareo del principio y luego se dedica a profanar lo más sagrado. Literalmente. La película Logan (James Mangold, 2017) es vista como uno de los mejores exponentes del género, de esas que logran superarlo y se convierten en “un buen film”, pero además es el cierre perfecto para la historia de Wolverine, el personaje interpretado por Hugh Jackman en numerosas aventuras de los X-Men. Pero, ¿saben qué?, Deadpool tiene muchísimas ganas de compartir una aventura con él, y cavará su tumba si es necesario con tal de cumplir ese sueño.
Es agradable que la película no tarde ni dos minutos en definirse. Está allí para burlarse (desde adentro, ya sabemos) de la importancia que podemos darle a un personaje de ficción, de Disney comprando Fox, de Fox haciendo lo que pudo con los pocos personajes de Marvel cuyos derechos poseía y que terminaron siendo la razón por la que Disney los compró. Si se mete con Logan es porque ya nada estará seguro. Y nada lo está.
No hay que aclarar que esas burlas llegan con un espíritu adolescente en el mejor de los casos y preadolescente en otros. Hay tantos chistes de sexo anal como para espantar a la convención entera de Cabildo Abierto, pero también hay menciones explícitas a creadores de historietas, una referencia a la cachetada de Will Smith y más música pop de la que podrías encontrar en una fiesta irónica del 24 de agosto. Pero con menos ironía de lo que parece.
Porque lo que no podía faltar en esta aventura, además de la hiperviolencia coreografiada (a la orden del día) es algo de corazón. Y Deadpool no solamente quiere hacer un team-up con Wolverine por fanatismo, sino porque tiene una misión y nada le impedirá cumplirla. Con sus pocas herramientas, Reynolds le da una necesaria humanidad al personaje, mientras que Jackman nos regala otra interpretación profunda incluso cuando lo que ocurre alrededor es francamente ridículo.
Gran parte de la acción transcurre en un limbo de los personajes olvidados, un concepto que en las historietas de DC ha sido ampliamente desarrollado (tal vez por la cantidad de personajes olvidados que tiene) y que formó parte de la serie Loki, aunque no sea necesario haberla visto, y eso que la organización antagonista fue presentada allí. Este limbo es utilizado para los chistes y también para un puñado de apariciones especiales que en pocos minutos logran lo que no pudo hacer Doctor Strange en el multiverso de la locura: que el fanservice esté justificado, aunque más no sea por el humor.
Ojalá Deadpool & Wolverine sea el cierre de las historias sobre multiversos apoyadas en la nostalgia de las películas anteriores. No le funcionó a Flash ni al mencionado Strange, pero acá consiguen no solamente la mejor carcajada de la noche (al menos la mía), sino la sensación de cierre, algo que no se consigue muy a menudo en este rincón del séptimo arte.
Más allá de la cuidada banda de sonido, el resto de los elementos técnicos están simplemente a la orden de las peleas. La del bosque, la del bar, la del auto, la de la calle con el largo travelling. Cuando tenés a un par de tipos que se regeneran después de los balazos y las puñaladas, y el núcleo duro del público está esperando el baño de sangre, podés desafiar las expectativas o arrojarte con los dos pies hacia adelante. Esta película merece la expulsión directa, en el mejor de los sentidos.
Deadpool & Wolverine, 128 minutos. En cines.