Los episodios finales de las series de televisión, en especial aquellas que se emiten durante varios años, pueden ser decepcionantes. En pocos minutos hay que presentar algo especial, repasar el camino recorrido, mostrar algunas caras viejas y justificar que la narrativa se detenga en ese punto. Muchos recuerdan el season finale de la aclamada comedia de situaciones Seinfeld, que dejó a miles de espectadores preguntándose qué había pasado.
Salvando las distancias, Tom Cruise se pone en la piel del agente secreto Ethan Hunt por última vez, y todo tiene aroma a season finale, pero de una saga cinematográfica que estrenó su primera película hace 29 años (y que a su vez se basaba en una serie televisiva de la década de 1960,) seguramente sin saber que se convertiría en un evento periódico para los fanáticos del cine de acción y (un poco) espionaje, además del vehículo para que Cruise protagonizara toda clase de piruetas demenciales.
Todo había comenzado con un muy interesante thriller de Brian De Palma, que marcaría el ritmo de sus siguientes ocho entregas: para que el plan funcione, Hunt tiene que ir a buscar algo (un objeto, un archivo) y dárselo al enemigo, para así detenerlo en el momento justo. Algo que jamás ocurre, así que el plan se reconfigura y el empleado de Fuerza Misión Imposible (en inglés la sigla también es graciosa) corre de aquí para allá, cambiándose de cara y confiando en su equipo de espías.
Las primeras cuatro películas tenían cuatro encares diferentes de cuatro directores muy distintos. En la segunda llegaría John Woo con acrobacia en motocicletas y las infaltables palomas; JJ Abrams haría un largo episodio de Alias con Philip Seymour Hoffman como uno de los villanos más recordados; finalmente, Brad Bird elevó (literalmente) la saga con sus explosivas escenas de acción, incluyendo la escalada del Burj Khalifa de Dubái.
La segunda mitad de la saga de Misión imposible está marcada por la presencia de Christopher McQuarrie, tanto en guiones como en la dirección, pergeñando las escenas de acción junto con Cruise para que al menos una vez por película lo veamos en situaciones de potencial peligro en la vida real, con saltos en paracaídas desde distancias imposibles, saltos en motocicleta o (como sucede ahora) acrobacias en un pequeño avión en pleno vuelo.
A la vez, este segundo cuarteto contó su propia historia más o menos como hicieron con el James Bond de Daniel Craig en sus películas. Ethan Hunt y su núcleo duro de asesores (Ving Rhames presente desde la 1, Simon Pegg desde la 3) van cruzándose con diferentes aliados, enemigos y toda clase de estados intermedios del espectro de la amistad. Figuras como Rebecca Fergusson, Vanessa Kirby y Pom Klementieff aumentan la densidad del misionverso y se van moviendo en el tablero (o saliendo de él de la peor manera) durante estas cuatro entregas.
El desafío era más peligroso que las proezas de Tom Cruise. Porque Misión imposible: sentencia final (Mission: Impossible - The Final Reckoning) no solamente es el finale de tres décadas, sino que además es la segunda parte de Sentencia mortal parte 1, que después de tropezar en la taquilla se convirtió simplemente en Sentencia mortal para no asustar a los potenciales espectadores con una parte 2 que podría dejar un segmento afuera.
De hecho, la película intenta poner a tiro a quienes no vieron la séptima entrega, pero es absolutamente recomendable hacerlo si tienen la oportunidad (está en Paramount+, junto a las primeras seis). A esta altura, Hunt tiene en su poder una llavecita especial, compuesta de dos mitades de llavecita para que la aventura anterior tuviera numerosas idas y vueltas. Esa llavecita tiene que ir en una cerradura oculta en los confines del planeta, que permitirá hacerse de un aparato que, en combinación con otro, se volverá fundamental para la derrota del villano de turno. Para eso, una cantidad enorme de cosas deberán salir bien y en el momento justo.
El villano, dicho sea de paso, es el más complejo de toda la saga. En la película anterior conocimos a la Entidad (pam, pam, paaaaam) una inteligencia artificial que desarrolló conciencia y que resulta ser incluso más dañina que los gobiernos de las potencias del mundo. En Sentencia mortal veíamos un poquito de su poder, interfiriendo con las comunicaciones del Equipo Hunt, pero todo el potencial para manipular el flujo de la información global está desperdiciado en el período de tiempo entre esa película y Sentencia final. Aquí la acción comienza con el planeta sumido en la ley marcial, pero el plan de la Entidad (pam, pam, paaaaam) se limita a lanzar misiles nucleares. Un desperdicio narrativo.
Eso no detiene la acción, aunque en el resultado final esta sea uno de los capítulos menos logrados de una saga que jamás decepcionó. En mis tarjetas quedaría cerrando el pelotón junto a la de John Woo y la sexta, Repercusión, que aparece primera en muchos rankings pero tiene una de las tramas más olvidables de todas. Nadie me preguntó, pero mi ranking lo lideran la quinta, la séptima y la cuarta. De nuevo, todas se pueden ver.
Aquí sobra exposición. Que además repite una de mis pocas quejas de la entrada anterior (de mis favoritas, si prestaron atención): la exposición coral. No solamente hay un montón de cabezas parlantes dando información de la trama, al principio y cuando se necesita un repaso, sino que McQuarrie abusa del discurso explicativo que van contando diferentes cabezas, completando las oraciones del anterior como si fueran una pareja en una comedia romántica.
¿Cómo hacemos para que esos ratos se disimulen en el disfrute global? Pues con grandes escenas de acción. Y Sentencia final se concentra demasiado en dos grandes escenas, de esas de las que Tom Cruise alardea en las redes meses antes del estreno, que terminan llevándose demasiados minutos entre las dos y uno queda con gusto a poco, incluso cuando las casi tres horas se pasan volando. Además, el guion se ensaña con elevar a Hunt (Cruise) del rol de salvador accidental de la humanidad a ser una especie de elegido por el destino para estar en el lugar indicado en el momento correcto. Y semejante mesianismo nos recuerda al Tom que saltaba sobre un sillón en el programa de Oprah Winfrey más que al neo-Bruce Willis al que le explotaban cosas cerca y le fallaban los aparatos cada dos por tres.
Por último, el finale tiene guiños a la saga completa, y algunos funcionan mejor que otros. Comienza con un pequeño clip a manera de raconto, tiene un final con voz en off que nos dice que todo va a estar bien, que Tom Cruise siempre velará por nosotros (ahora en Warner) y tiene un par de llamados directos a las películas anteriores. El mejor es la recuperación de un personaje de la primera, despachado humorísticamente luego de un sabotaje. Pero atar el McGuffin indefinido de la tercera entrega con esta última aventura es un poquito traído de los pelos.
¿Es digna representante de la saga? Creo que sí. Tiene poca careta, y la música de Lalo Schifrin impone menos presencia, pero una vez más tenemos a Ethan Hunt buscando algo para dárselo al enemigo y así detenerlo en el momento justo. El elenco, lejos de profundidades dramáticas, está bien establecido (Hayley Atwell fue una gran adición en la séptima, igual que Shea Whigham), aunque la subtrama del ingreso de Hunt a la FMI por un crimen que no cometió merecería un minutito de tantos que componen la película.
No caben dudas de que Tom Cruise continúa con su misión (¿imposible?) de salvar al cine como entretenimiento compartido de masas, y por eso en su alianza con McQuarrie nos presenta escenas difíciles de dimensionar en un televisor, por grande que este sea. Pero la ambición narrativa de tener demasiadas partes móviles en juego (hay tres o cuatro secundarios que debutan en esta entrega) hace que por momentos el guion sea el obstáculo a vencer. Hasta que llega la siguiente explosión.
Misión imposible: sentencia final. 170 minutos. En cines.