Es otro sábado cálido. De esos que nos agobian al inicio del verano. Como casi siempre, los tambores empiezan a sonar por la ciudad y a recorrer sus calles en distintos barrios de Montevideo. Esta es una de las señales más claras de que termina el año y empiezan los últimos aprontes para la fiesta más grande de la cultura popular uruguaya.

Al caer la tarde, algo pasa en Sur y Palermo. Los tambores no desfilan por Isla de Flores y raramente empiezan a subir por Barrios Amorín. Por si fuera poco, son lonjas del Cerrito. Suenan más fuerte que nunca, a su ritmo, bailando paso a paso, y, lágrima a lágrima, mujeres y varones parecen dirigirse en procesión a un templo. Sí, a un templo, a ese lugar donde la humanidad ha recurrido históricamente a dar la gracias, a rendir respeto y homenaje.

Pero este homenaje plebeyo no está dirigido a ninguna divinidad de esas que quedan pétreas en los altares. Es el homenaje a un hombre, a un artista, a un compañero, a un militante, a un vecino, a un padre, a un feroz competidor, a un pionero, a un candombero de ley y a una marica inolvidable. Es el homenaje a una vida llena de lucha, orgullo, amor, entrega, rebeldía y solidaridad.

Y allí estaban, sin dudarlo, ex intendentes, autoridades, rivales candomberos, vecinos del barrio, carnavaleros de todas las edades, maricas empapadas en lágrimas y los cientos de hijos e hijas de su comparsa.

Seguramente, en estos días y meses, varios serán los homenajes, las semblanzas y los recuerdos que se van a escribir de aquella mariquita hijo de un capataz de tropa y una lavandera de los Gallinal, que se fue a los 14 años de Punta Illescas porque no quería “ser esclavo”. Ese que a los 16 años subió al Cerro de Montevideo y, mirando la bahía, se prometió comerse la ciudad.

No va a faltar el recuerdo de sus reproches en aquellas viejas ruedas de ganadores del Concurso Oficial, a las que algunos irónicamente llamábamos “rueda de perdedores”, en las que Julio más de una vez reclamó a los jurados por puntajes que consideraba injustos. Ni que hablar si el puntaje que consideraba mal otorgado era en vestuario: ahí había que prepararse, porque el tipo te contaba desde arriba del escenario el precio de las telas, las lentejuelas y la combinación de colores. Otros podrán contar anécdotas de las Llamadas, de todas las ganadas y de las perdidas, de su aporte al candombe, de su innegable amor a su comunidad y de su profundo orgullo candombero.

Pero en estas pocas líneas trato de abrazarlo antes de que este sábado caiga su mejor amiga para llevárselo con Pirulo, José de Lima, Marta Gularte y la Negra Johnson a vestir los orixás de los mejores colores y empezar una fiesta interminable. En esta necesidad imparable de decirle algo, no quiero escribirle al artista y al hombre de la cultura popular, sino que quiero saludar al militante y agradecerle tanto amor y tanta lucha. Porque a su manera, sin estridencia, sin arrojarse galones, sin pretender ser jefe de nada, sin reclamar ningún sitio en ningún lugar, Julio fue eso: un militante.

Sé que muchas personas podrán dudar o cuestionar lo que escribo. Pero para mí las características más importantes de un militante son la rebeldía, la sinceridad, el compromiso y la solidaridad. Y si le habrán sobrado a Julio esas cualidades. Julio fue ese que cuidó a algunas de las más rutilantes figuras de nuestro carnaval para que no murieran en la soledad y la pobreza. Julio, junto a Pirulo y otros tantos rebeldes, fue de los primeros que conquistaron un espacio de reconocimiento para las mariquitas en la sociedad uruguaya. Porque acá en Uruguay, si hay que buscar un Stonewall, un primer grito de rebeldía, una primera batalla ganada, esa conquista se logró a ritmo de candombe.

Julio siempre fue sincero y, a contrapelo, decía que era puto, marica: no le gustaban los términos edulcorados, y eso era una forma de reivindicar su historia de lucha. La última vez que nos cruzamos yo iba caminando por la rambla, en plena caravana del Frente Amplio, y una bocina sonaba como loca. Levanté la cabeza y ahí estaba Julio, que me llamaba a los gritos: “Hay que ganar, che. Mirá que aunque esté vieja siempre contás conmigo”.

Y es cierto, siempre conté con él, aunque él no lo supiera. Conté con él cuando, siendo adolescente, me daba vergüenza ser quien era; cuento con él como ejemplo cuando, más de una vez, algunos me invitan a callarme para cuidar las formas.

En fin, es sábado, el calor agobia, el verano arrancó y el carnaval está a la vuelta de la esquina. La noche empieza a caer, y acá en la Ciudad Vieja empiezan a sonar los tambores. Y ¿sabés qué, Julio? Me voy a poner bailar, voy a romper el último eslabón de la cadena de la vergüenza. Hace un ratito, Mariana me dijo que tus últimas palabras fueron al Colo, que lo miraste y le dijiste: “Gracias por todo”. Y ahí me di cuenta de que nunca te lo había dicho. ¡Gracias por todo, Julio, para mí vas a ser siempre mi marica inolvidable!