Los carteles electrónicos que marcan la cotización del dólar en la City porteña muestran una variación de 10% en cuestión de horas. Literalmente, corridas en calles céntricas de Buenos Aires. En cuatro meses, el Banco Central de la República Argentina (BCRA) perdió 14% de sus reservas; cerca de USD 9.000 millones sobre el techo de 64.000 millones alcanzado en enero pasado. Y el precio del dólar, segunda conciencia de la vida de los argentinos, subió a los cielos.
El jueves de tarde, el abismo pareció cercano. El dólar tocó los 23,30 pesos argentinos y hasta 24 en la periferia financiera. Eran dos pesos más que la estimación oficial recién para mediados de 2019. Las acciones argentinas en Wall Street se desplomaban. Los bancos de inversión, tan laudatorios “del mejor equipo de los últimos 50 años”, aconsejaban recortar posiciones en títulos argentinos.
Tras semanas de vacilaciones y medidas inconexas, el gobierno de Mauricio Macri apeló a su instinto más básico. Antes de la apertura de los mercados de ayer, los ministros de Hacienda y Finanzas, Nicolás Dujovne y Luis Caputo, anunciaron una suba astronómica de las tasas de referencia por encima de 40% y un recorte en la obra pública por 1.500 millones de dólares.
La mano negra del mercado respondió. Bajó el dólar a los niveles del jueves al mediodía (cerró a 22,28 pesos argentinos), pero nadie se animaba ayer a anticipar cómo hará el gobierno para revertir el rumbo recesivo que suponen las medidas anunciadas. Es más, nadie se anima a descartar otra corrida especulativa la semana que viene. Morgan Stanley y Credit Suisse, entidades que varios funcionarios del gobierno conocen desde adentro, pusieron en duda la efectividad del anclaje del dólar para evitar más inestabilidad.
El elenco de funcionarios y economistas afines al gobierno debió cambiar el tono. Lo que antes era sarcasmo sobre la economía “disparatada” del kirchnerismo, diálogos cómplices entre ejecutivos que se conocían de años (“Nico” Dujovne, “Totó” Caputo, “Santi” Bausili) y autocelebración por el ingreso masivo de dólares (vía deuda externa) “porque el mundo volvió a creer en la Argentina” pasó a ser pedidos de calma. “La volatilidad no nos tiene que asustar, es parte del aprendizaje del cambio flotante”, atajó el jueves el jefe de Gabinete, Marcos Peña. Dos horas más tarde, el dólar había aumentado otro peso. Los tuits irónicos de los economistas de Macri datados en 2014 sobre cómo controlar el dólar recibían, cuatro años después, una avalancha de retuiteos mortificantes.
La pendiente
Una vez ganadas las elecciones de medio término, el gobierno de Macri perdió margen político ante una nueva tanda de recortes, incluidas jubilaciones, y aumentos draconianos de tarifas, que en dos años se multiplicaron en promedio por siete (gas) y por 20 (electricidad), desde precios irrisorios en las que las había dejado el kirchnerismo. Nuevos casos de corrupción, pequeñas miserias perpetradas por funcionarios millonarios y una sucesión infinita de cuentas offshore del politburó macrista redondearon un primer cuatrimestre sombrío.
El peronismo comenzó a oler sangre, y lo que hasta hace poco eran posturas irreconciliables de izquierda a derecha se tradujo en acuerdos parlamentarios para tratar de anular los aumentos en gas y electricidad. “Demagogia populista”, cataloga el macrismo.
En el comienzo del verano, la percepción de desinteligencias en el equipo económico sobre cómo contener la inflación (40% en 2016, 25% en 2017 y 9% hasta abril, todavía por encima de la del último año de Cristina Fernández) encendieron alertas en Wall Street y, con ello, se complicó el esquema de toma acelerada de deuda externa (64.000 millones de dólares los primeros dos años).
Con ese trasfondo, una suba de tasas programada por la reserva federal de Estados Unidos disparó la huida de quienes habían sido tentados por la bicicleta financiera. Quemaron sus posiciones locales y compraron dólares. Así fue cómo la moneda de Estados Unidos saltó desde 18,70 pesos argentinos a comienzos de año a 22,28 argentinos ayer.
Con la tormenta de otoño afloraron rencillas que permanecían soterradas entre ortodoxos puros y aquellos que reclaman cintura política. “La economía no es una planilla de Excel”, “esto es el Plan Perdurar”, “es el kirchnerismo sin Fútbol para Todos y con desfiles militares”, “no se entiende qué hace el Central”, “no hay ministro de Economía”. Y una reaparición: Domingo Cavallo, el superministro de Carlos Menem y estrella del colapso absoluto de 2001, lanzó un raid mediático con sus recetas. Pese a todo, “Mingo”, como lo llama Mauricio Macri, sigue siendo una voz influyente en algunos despachos, amén de traumática para muchos argentinos.
Jugadas sospechosas
¿Podría ser que la Argentina de Macri –la niña bonita antipopulista del Fondo Monetario Internacional, Mario Vargas Llosa, el Foro de Davos y un sinnúmero de líderes mundiales que pasaron por Buenos Aires– se esté asomando tan pronto a la cornisa?
En un gobierno poblado por funcionarios que tienen sus fondos en el exterior (se sabe porque fueron descubiertos mediante filtraciones o porque los declararon), los movimientos del dólar invitan a sospechar.
Una jugada errática del Banco Central encendió fuego amigo. El 25 de abril, la autoridad monetaria liquidó 1.470 millones de dólares para contener la corrida contra el peso, récord histórico. Le sirvió para anclar el dólar en 20,55 pesos argentinos. Pero al día siguiente, intervino menos y lo dejó escapar a 20,84. Es decir, hubo inversores golondrina que, aprovechando la generosidad y el cambio de estrategia del Central, compraron un día y fugaron al otro, con una diferencia de 1,5%. El rito se repitió varias veces los días posteriores.
Ayer, el equipo económico pareció unificar la estrategia con el Central. Recorte y suba abrupta de tasas, 13 puntos más que hace un mes.
“Pensaron que podrían defender al peso de un ataque puntual, pero luego se vio que era más continuado y amplio”, matiza, en diálogo con la diaria, Fausto Spotorno, director del Centro de Estudios Económicos de Orlando J Ferreres, de corte aperturista.
El piso de reservas en dólares, más el doble de lo que dejó el gobierno anterior y construido, en su gran mayoría, con deuda externa, sigue alto. “No hay un escenario de desajuste en el corto plazo, el gobierno tiene todavía un amplio margen para decidir el tipo de cambio”, indica Claudio Scaletta, economista y autor del libro La recaída neoliberal (Capital Intelectual, 2017). Pero advierte: “Se quemaron más de 7.000 millones de dólares de reservas en estos meses, hay que ver qué pasa cuando hayan vendido 20.000 millones. Pero el hecho nuevo es que, aparentemente, los que están especulando contra el peso son grandes bancos y empresas. Es decir, un sector de las clases dominantes que no está de acuerdo con que el gobierno mantenga un tipo de cambio que las obligue a pagar salarios altos en dólares”.
Dada la suba del dólar y la liberación de controles, Scaletta advierte que las tarifas y los combustibles volverán a resentirse. “Y esta vez sí, al gobierno se le va a hacer complicado decir que todo es responsabilidad del anterior”, especifica. Si los aumentos de tarifas de este cuatrimestre no son suficientes, repercutirán en las calles de todo el país con nuevas protestas.
“El modelo de Macri conlleva dos riesgos centrales. Uno, por el lado del financiamiento externo, la eventualidad de que se corte; y otro, por la destrucción de puestos de trabajo, porque es un esquema que prescinde de importantes sectores que generan empleo. Para atraer dólares especulativos se necesita anclar al dólar, para que quienes vengan sepan que van a poder salir comprando más dólares que los que trajeron. Si no pasa se van a fugar, y es lo que está ocurriendo”, sintetiza Scaletta.
La economía argentina choca cíclicamente con la restricción externa: no genera los dólares suficientes que demanda su crecimiento. La convertibilidad de Carlos Menem y Fernando de la Rúa necesitó un hiperendeudamiento que expuso a la economía a la volatilidad global. Con intereses colosales y el desajuste del presupuesto, la deuda se tornó impagable en 2001. Con los Kirchner se recuperó la industria, pero llegado un umbral, requirió ser subsidiada y protegida con aranceles comerciales, dada su falencia competitiva. La mayor demanda energética exigió más importaciones, a lo que se sumó la tradicional tendencia a la fuga de divisas de la clase alta y las empresas, y a refugiarse en el dólar de la clase media.
Mientras el kirchnerismo intentó solucionar la escasez de dólares con el cepo cambiario (límites y mayores exigencias legales), la restricción de la repatriación de utilidades para empresas extranjeras y la emisión monetaria, el macrismo liberó la compra, habilitó el envío de utilidades y bajó la emisión. A cambio, tomó préstamos del exterior, aprovechando el bajísimo índice de deuda heredado en 2015. Como paso fundacional, Macri les pagó a los fondos buitres en efectivo la totalidad de lo reclamado, unos 15.000 millones de dólares, en una negociación llevada a cabo por funcionarios que días antes se dedicaban a comerciar bonos para los bancos.
La promesa general de la “revolución de la alegría” de Macri era que con más “racionalidad” sería restablecida la confianza y, con ello, las inversiones lloverían. Con esa lluvia se solucionaría la falta de dólares (“van a sobrar”), y la innecesaria emisión monetaria permitiría controlar la inflación, que era “fácil” de bajar. Como el kirchnerismo, supuestamente, había creado un dólar “ficticio”, el “sinceramiento” cambiario no se trasladaría a los precios, porque ya estaba asumido, anunció el primer ministro de Economía, Alfonso Prat-Gay. Todo ello ocurriría en un verano, el de 2015-2016, que habría que superar como trago amargo, con un leve retoque en las tarifas que también se tendrían que sincerar.
Nada salió como había sido anunciado. “La verdad es que en un país como la Argentina, los únicos fondos que van a llegar son los especulativos. Los inversores institucionales que buscan riesgo triple A compran letras del Tesoro estadounidense, no van a invertir en bonos argentinos. Si no vienen los especuladores, no viene nadie”, advierte Spotorno con crudeza.
Con Macri en la Casa Rosada comenzó a bajar el déficit fiscal, básicamente por el recorte de subsidios a servicios básicos y transporte, pero se disparó el financiero (6% del Producto Interno Bruto entre ambos), dado el aumento exponencial de los intereses de la deuda. También empeoró drásticamente la balanza comercial, lo que no hace más que agravar la escasez de dólares.
“Tenemos un Estado que absorbe demasiados recursos; el problema es cuán rápido se resuelve el déficit fiscal, y ahí el problema es político. No hay margen para más presión tributaria, la Argentina tiene 14 puntos más que el promedio de la región, sólo comparable con Uruguay y Brasil, pero mayor”. De esta forma, Spotorno avala la decisión de Macri de bajar las retenciones a las exportaciones agropecuarias y otras medidas que beneficiaron a sectores de alta rentabilidad.
“Si logra bajar el déficit, el gobierno puede recomponer la confianza y atraer otro tipo de inversiones. En cuanto a lo cambiario, el Central puede empezar a dejar correr al dólar”, argumenta Spotorno. ¿Pero eso no puede acelerar todavía más la inflación? “Es un riesgo, pero hay otros mayores. Hoy por hoy, si mañana hay una crisis financiera internacional, nos lleva puestos”.
Las encuestas indican que grandes trazos del gobierno de Macri generan rechazo. La evaluación de la situación económica ha sido negativa desde el inicio y las perspectivas empeoran. 70% critica el tratamiento de tarifas o las cuentas offshore, y una sostenida mayoría considera que hay más pobreza y que los principales beneficiados de las medidas gubernamentales son los ricos.
Como contracara, la imagen positiva de Macri oscila entre 40% y 50%. Eso, explican algunos consultores, es porque un porcentaje significativo considera que los males actuales son responsabilidad del gobierno anterior. Pero los últimos sondeos marcaban que Macri perforó su piso y ya se encuentra cerca de la valoración positiva que alcanza Cristina Fernández de Kirchner. Esa era la antesala de este mayo traumático.
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