Buenos días. Esta es una invitación a repasar algunos temas que nos ocuparon durante la última semana.

Y aunque no es un reporte sobre la pandemia, es inevitable hablar de la mayor crisis sanitaria que atravesamos en nuestras vidas. Las novedades han sido impactantes: por tercera semana consecutiva, Uruguay es el peor lugar del mundo en cuanto a muertes por cantidad de habitantes, y el miércoles se superaron los 4.000 fallecimientos por covid-19. Quienes cursan la enfermedad son más de 37.000, por lo que se puede decir que ahora en este país una de cada 100 personas tiene coronavirus.

A pesar de estos números, que para muchos no sólo significan cifras sino que evocan un dolor cercano, parecemos estar bajo especie de anestesia colectiva que impide tomar medidas firmes para detener la circulación del virus, y estaríamos, según advierte el intensivista Arturo Briva, en una “progresiva desensibilización” ante la gran cantidad de muertes evitables.

Otros datos difundidos esta semana indican que la casi totalidad de los contagios son producto de la variante P1 del SARS-CoV-2, cuya interacción con las vacunas disponibles en Uruguay aún no está determinada, aunque ya circula un estudio preliminar del Ministerio de Salud Pública sobre la efectividad de la inmunización con las producidas por Pfizer y Sinovac.

A todas estas preocupaciones generales tenemos que sumarle la que provoca la situación particular de las mujeres embarazadas que cursan la enfermedad, que generó un pedido de informes a las autoridades por parte de la oposición.

A pesar de todo lo anterior, el gobierno no ha tomado nuevas medidas, y sólo prolongó hasta el 6 de junio las ya vigentes. Mientras dirigentes del Frente Amplio proponen un confinamiento acotado para detener el avance de la enfermedad, el médico Miguel Fernández Galeano, asesor de la fuerza política, busca concientizar sobre la idea de “muertes evitables”. En ese sentido, la estimación del investigador Gonzalo Tancredi es sorprendente: la mitad de las muertes ocurridas podría haberse evitado.

Al distanciamiento entre el gobierno y los asesores científicos, representantes del oficialismo le sumaron una reivindicación de la independencia de los criterios políticos y los sanitarios. Es difícil que salga algo bueno de este divorcio.

No era la idea abrumar con un panorama tan complicado, pero la gravedad del tema lo impone. Antes de pasar a otros, una pequeña indicación de la magnitud social de esta crisis la dio la enorme desproporción entre los puestos de trabajo que se sorteaban para los llamados “jornales solidarios” y la cantidad de gente finalmente inscripta en el programa.

En los hechos, la semana comenzó con la noticia de la muerte de Jorge Larrañaga, ministro del Interior y líder del ala wilsonista del Partido Nacional. Marcelo Pereira hizo un esbozo retrospectivo de la carrera de Larrañaga y Leonardo Haberkorn despejó los rumores sobre las circunstancias de su muerte. Según especialistas, la gestión de Larrañaga al frente del Ministerio del Interior, que ahora encabeza Luis Alberto Heber, combinó carisma y precarización laboral. Lamentablemente, también este episodio conectó con la pandemia: el cardenal Daniel Sturla se acercó a dar su bendición a los restos de Larrañaga y rompió la cuarentena que debía mantener por haber estado en contacto con un enfermo. Tras confirmarse que Sturla también está contagiado, el MSP inició una investigación.

Para el final, me permito recomendarles otras notas que publicamos en estos días y que vale la pena leer en cualquier momento: una refutación de la “teoría del derrame”, una aproximación a las alteraciones que produce la desestimación de las diferencias de sexo y género en la investigación científica, un adelanto de una investigación de la relación entre yerba y cáncer y un ensayo sobre las políticas culturales de la última dictadura, a propósito de las valoraciones del actual director de la Biblioteca Nacional.

Hasta la semana que viene.