Da la impresión de que el gobierno, además de tener un rumbo claro (la desarticulación de lo estatal), maneja en los últimos meses una agenda paralela enfocada en proyectos borrosos: isla artificial, petróleo, China.

Pueden parecer pequeñas utopías, pero, como nos enseñó el lingüista JL Austin (el de Cómo hacer cosas con palabras), los discursos, más allá de su referencia real, generan efectos.

Así, la renovada esperanza de firmar un tratado de libre comercio (TLC) con China que anunció el presidente Luis Lacalle Pou tiene consecuencias concretas: será motivo de discusión en la próxima cumbre del Mercosur y provoca alarma no sólo entre trabajadores que se verían perjudicados en caso de concretarse el acuerdo, sino que también, por motivos ideológicos, entre dirigentes de la coalición gobernante.

Como el mismo Lacalle Pou reconocía cuando era opositor, son las dificultades externas las que empujan al TLC con China más cerca de la “agenda fantástica” que de la otra, bien terrenal, que en este momento se expresa en la redacción de la Rendición de Cuentas.

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